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Movimiento al totalitarismo, Parte II

En un anterior artículo, sostuve que en Bolivia se vive un movimiento al totalitarismo, que, entre otras cosas, podría ser un sinónimo de socialismo (los socialismos, además de los fascismos y otras formas autoritarias de gobierno, han generado sociedades totalitarias o cuasi totalitarias). Sin embargo, y aunque la ilusión de muchos ideólogos del MAS sería la creación de una sociedad totalitaria sin fisuras, esto dista mucho de poder ocurrir, por una sencilla razón: estamos en América Latina, y más aún, en Bolivia.

¿Por qué estar en América Latina funciona como un “antídoto” a un régimen totalitario en toda la regla? Fundamentalmente, por el carácter del proceso de civilización latinoamericano. Para decirlo de manera sintética: la instauración de un sistema social totalitario implica disciplina, disciplinamiento extremo, y además un alto grado de uniformidad u homogeneidad social, así esta sea forzosa. Pero en gran parte de Latinoamérica, incluso aquellos grupos y personas que viven al interior de figuraciones extremadamente corporativas y disciplinantes, incluso ellos son demasiado indisciplinados como para aceptar, permanentemente, un orden impuesto. Ellos mismos son su propia némesis: dinamitan el orden que quieren imponer a sí mismos y a los demás.

¿Y por qué lo dinamitan? Porque los entramados de relaciones sociales en los que viven están basados en la trampa, la mezquindad, el ventajismo, la ilegalidad como opción siempre tolerada, el aprovechamiento, o en su sentido más profundo, la corrupción. La popular frase: “Tienes que aprovechar”, que se suele decir a aquellos que buscan ascender social y económicamente gracias al Estado, demuestra que vivimos en un entorno de relaciones sociales que valora, o en todo caso tolera, cualquier mecanismo de enriquecimiento fácil, cualquier artimaña para ascender. De hecho, la política al estilo boliviano es eso: una especie de bolsa de oportunidades deshonestas para enriquecerse, acomodarse o “aprovecharse” del Estado.

Es interesante comprobar que, aquellos que más espíritu autoritario y totalitarista tienen en Bolivia en este momento: los sindicatos y federaciones de cocaleros de Cochabamba, son, al mismo tiempo, free riders, es decir, polizontes, gorrones que viven a expensas del Estado, pero que en realidad poco o nada contribuyen a él: no pagan impuestos, no cumplen leyes, y viven casi en un Estado paralelo, con sus propias reglas, sus propios excesos de poder, pero a costa del Estado boliviano. Claro, no son los únicos. En mucho, las autonomías universitarias, hace décadas, ya son otra forma de free riders, con la pequeña diferencia de que, a pesar de todo, contribuyen a la formación de nuevos profesionales –muchos de los cuales merecen, por cierto, el apoyo del Estado en su educación.  Pero, tanto sindicatos cocaleros, cooperativas mineras, sindicatos de transportistas o de comerciantes, pero también grupos estudiantiles en las universidades y muchos más, usufructúan de un Estado que de esa manera, difícilmente podría ser totalitario, por el simple hecho de estar horadado por estas rapacerías económicas, sociales y clientelares: si el totalitarismo es orden, perverso pero orden al fin, las estructuras dominantes de relaciones sociales bolivianas son, en cambio, desorden interesado, rapiña organizada.

No puede convertirse en totalitaria una sociedad que es, más bien, caótica, o para ser más preciso, de permanente conflicto por intereses, por pequeñas ventajas. Esto no quiere decir que no sea una sociedad autoritaria, represiva, que valora el sometimiento de unos en manos de otros, aquellos que accedieron al poder del Estado, y que lo ven no sólo como un botín de guerra, cuyos dividendos deben ser repartidos entre los militantes del partido en el gobierno, sino que lo ven como el garante de todas sus arbitrariedades.

No es que los regímenes totalitarios busquen la paz, la armonía y la justicia social: jamás lo hicieron, porque construyen sociedades opresivas en extremo, convertidas en un mundo de pesadilla. Pero el punto es que requieren de una especie de obediencia, una interiorización extrema del orden vertical de las cosas, que está lejos de imponerse en toda la sociedad boliviana.

Más aún. En muchos sectores sociales de la sociedad boliviana existen ya entornos totalitarios: al interior de los sindicatos campesinos, mineros u otro tipo de corporaciones despóticas altamente estructuradas. Allí sí se vive un régimen totalitario interior: pero siempre horadado por el desorden resultante del juego de intereses, de los ventajismos permanentes. Por eso se tiran sillas en los congresos corporativos del MAS; por eso se sumergen en peleas permanentes: oscilan entre el sometimiento chantajista a los dirigentes, y la constante subversión del propio orden que quieren autoimponerse. No existen controles emocionales, o el control que se impone es uno donde las emociones desbocadas son la regla, no la excepción.

A pesar de todo, este “movimiento al totalitarismo”, este sueño trasnochado de los principales ideólogos del MAS, de manera pragmática, sirve para afianzar aún más un discurso que quiere ser dominante, de legitimación de un orden ilegítimo de cosas, un orden antidemocrático, vengativo, abusivo, corrompido. ¿Para qué? ¿Se logrará así la paz, y más aún, el bienestar de todos, el fin de la pobreza, la plenitud de las personas, la felicidad? Sabemos la respuesta. Sólo se consigue aumentar, de manera cada vez más degradada, la intolerancia, el todos contra todos, los miedos, las sospechas, el mal vivir.

Pero eso, por supuesto, nunca les importará a los grandes jefes del partido. Viven en su megalómana realidad aparte. Sólo los mueve su narcisismo, porque están y estarán cegados por el poder. Y más se empeñan, y más se degrada la sociedad, y más, entonces, se terminan dando contra la pared una, y otra vez. Por eso no se logra el sueño totalitario: sólo se degrada la convivencia, sólo se destroza una sociedad, sólo impera cada vez más, el desastre, la ruina social.

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