“Sábete, Sancho,
que no es un hombre más que otro,
si no hace más que otro”.
Por Jorge Grigoriu Siles, para Guardiana (Bolivia)
Miércoles 4 de agosto de 2021.- En varias ocasiones he compartido ideas en relación con los buenos profesores, con sus prácticas y su compromiso en tiempos de pandemia, hoy hablaré de los otros, que también los hay… y desafortunadamente muchos…
Debo aclarar previamente que, si bien haré referencia a las malas prácticas de los profesores en relación con la disciplina y otros afanes docentes, soy consciente también de que nuestros “angelitos”… muchas veces no son tan “angelitos” como los padres creemos, pero tocaré ese tema en otra oportunidad.
Este escrito ha sido suscitado a partir de una especie de emociones y sentimientos encontrados que como padre de familia, como docente y como formador de docentes voy experimentado, y que van desde el enojo, la desilusión y la impotencia, hasta la exigencia de mayor coherencia y sentido común por parte de muchos maestros.
Quizá en este momento el epígrafe tomado de Cervantes no tenga mucho sentido, pero considero que irá cobrándolo a medida que vaya comentando esto que no sucede en un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, sino que lo vemos cada día, en muchas de nuestras escuelas.
Comienzo…
Comprensión de la disciplina en el proceso educativo
En la escuela tradicional la disciplina es un valor esencial, tanto que la enseñanza y el aprendizaje pasan a segundo plano. Esta parece ser una posición de muchos colegios y de sus profesores; sin embargo, me permitiré discrepar, con base en la definición de disciplina, y de la manera en que es comprendida e implementada en la práctica.
Compartiré una de muchas definiciones que considero bastante común (la pueden encontrar en la red): Conjunto de reglas de comportamiento para mantener el orden y la subordinación entre los miembros de un cuerpo o una colectividad en una profesión o en una determinada colectividad.
Creo que así la comprenden y ponen en práctica muchas de nuestras instituciones y docentes. No cuestionaré la definición, pero sí el contexto de aplicación. Si se tratase del ejército, el orden y la subordinación no son cuestionables, pero estamos hablando de instituciones educativas, hablamos de niños y adolescentes en formación, que necesitan reglas, es cierto, que necesitan límites, es cierto, que necesitan orden, es cierto, pero que también deben aprender gradualmente que las normas no se cumplen por miedo a la coerción, que las normas no se asumen con base en la autoridad o el poder del otro “superior” (llámese maestro con el poder de poner una nota o directivo con el poder de expulsar de la institución). Lamentablemente, tanto directivos como profesores asocian la disciplina a la subordinación que les deben los estudiantes.
Con esta concepción, en el fondo, lo que hacemos es fortalecer una moral heterónoma en la que el estudiante debe hacer aquello que es considerado como bueno, con base en normas e influencias externas, haciéndolos dependientes de una autoridad fuera de ellos; cuando lo que en realidad deberíamos buscar es el desarrollo de una moral autónoma, en la que asuman la disciplina, el orden, la responsabilidad y muchos otros valores porque los descubren como valiosos para su vida. De lo que se trata es de ayudar a los chicos a que tomen sus decisiones con libertad y no basados en el miedo al castigo. Yo sé que esto es difícil y que no hay recetas, pero los profesores debemos saber, que esta es una responsabilidad nuestra y que la disciplina no debe basarse en el poder y la subordinación.
Quizá, parafraseando a Peter Senge, deberíamos aprender a exhumar nuestras imágenes internas del mundo, en este caso las referidas a la disciplina y a aquello que consideramos valores en la escuela (uniforme, pelo corto, subordinación, rigidez en los horarios, delimitación de materias, etc.) para llevarlos a la superficie y someterlos a un riguroso escrutinio, y quizá valga la pena cambiar algunas cosas, porque los tiempos cambian, los estudiantes cambian y la realidad actual podría requerir nuevos valores…
He partido del tema de la disciplina, porque los puntos que desarrollo a continuación están relacionados con ella y con el docente como responsable de hacerla cumplir.
Asistencia y puntualidad en las clases virtuales
Asistencia y puntualidad son aspectos directamente relacionados con la disciplina. Veamos una escena bastante común:
Lunes: Es hora de clase, el profesor no ha llegado, pero debemos esperar disciplinadamente. Llega el profesor, con 15 minutos de retraso, y comienza la clase, no hay explicaciones, ingresamos directo al desarrollo del tema.
Martes: Los estudiantes ingresan 2 minutos tarde a clase, el profesor está molesto y advierte que no permitirá retrasos, que es una falta de respeto. Algunos estudiantes no ingresaron a clase porque hubo una falla en los proveedores de servicios de internet. Cuando logran acceder, el profesor no permite el ingreso a clases, porque ya es tarde. La clase no va a repetirse. No hay razones que valgan, la disciplina y el respeto al profesor son la prioridad.
Aquí aparece lo que llamamos currículo oculto. Los chicos aprenden de todo lo que los docentes hacemos, incluso más allá de los contenidos de nuestra asignatura. ¿Qué habrán aprendido en este caso?
Aprendizaje 1. El que tiene el poder no tiene por qué obedecer las normas, ni dar explicaciones cuando las infringe.
Aprendizaje 2. La aplicación de la norma no depende de las circunstancias ni de la responsabilidad que tengan o no quienes están en situación de desventaja. La norma se aplica y debes someterte.
Esto es totalmente opuesto a lo que muchos padres esperamos de un proceso educativo.
Creo que es importante recordar que las y los profesores enseñamos con el ejemplo más que con el discurso y que debemos ser responsables con lo que enseñamos a través del currículo oculto. Vean que ya va cobrando sentido el epígrafe.
Asimismo, considero que habría que preguntarse si en tiempos de pandemia, donde muchos padres hacen esfuerzos para que los chicos puedan acceder a las clases virtuales, podemos darnos el lujo de echar de clase a los estudiantes, con base en criterios poco claros o hasta injustos. Obviamente hay casos extremos.
Desarrollo de las clases virtuales
Veamos esta escena, la he vivido no una ni dos, varias veces:
Comienza la clase, el profesor pasa varios minutos llamando lista, a cada estudiante le pide que encienda la cámara, cuando alguno no tiene el uniforme en regla, llamada de atención… y continúa… encuentra a alguno que tiene el cabello más allá del estándar aceptado culturalmente (¿qué cultura?, ¿de qué tiempo?, ¿válida para quién?, ¿fundamentada en qué?...) entonces, llamada de atención. Finaliza la toma de lista y… nuevamente llamada de atención general, amenaza de expulsión de la clase. Más de 25 minutos han pasado… y el aprendizaje de la materia no ha comenzado.
Clase de la semana siguiente: nuevamente la lista… poco ha cambiado.
Clase de la semana siguiente: Faltan 5 minutos para el inicio de clase, llega un mensaje al WhatsApp del curso, el profesor indica que habrá 10 puntos para los que no estén con corbata. Las reacciones oscilan entre la abulia de los chicos y el frenesí de los padres…
Pasó el tiempo y quizá alguno se hizo cortar el cabello, otro utiliza el uniforme y la corbata. ¡Triunfo para el profesor!
Pero… el que se cortó el cabello quizá lo hizo por la amenaza, por miedo a la represalia y no por descubrir que eso es necesario y bueno. El que utiliza el uniforme y se pone corbata, descubrió que puede ganar puntos extra para eventuales situaciones de necesidad. Entonces me pregunto: ¿Qué aprendieron en realidad? ¿Qué significado tiene el aparente triunfo del profesor? Comparto algunas de mis respuestas:
Aprendizaje 1. Debemos someternos a la voluntad (y a veces al capricho) de quien tiene el poder, no con base en la racionalidad, sino con base en el poder y la coerción de quien lo detenta.
Aprendizaje 2. Debemos aprender a actuar en función de un posible beneficio; aunque lo que hagamos no sea coherente con nuestras convicciones.
Conclusión: El profesor se impuso, pero… ¿qué bien les hizo a los chicos?
Ahora me explico por qué en nuestra sociedad pasa lo que pasa, nuestros patrones de conducta los vamos internalizando desde la escuela.
Es verdad que la disciplina y los valores son importantes en la formación, que los chicos no pueden presentarse a una clase en pijamas o con la cara sin lavar, pero… ¿es el uniforme lo esencial en el proceso formativo? ¿Es el largo del cabello de los varones lo que debe preocuparnos? ¿No deberíamos insistir, con la misma pasión y vehemencia, en que los estudiantes comprendan la disciplina que enseñamos? ¿No deberíamos priorizar el poco tiempo -que profesores y padres pagamos- para concentrarnos en los objetivos de aprendizaje de nuestra materia? La pandemia debería ayudar a que nos concentremos en lo esencial.
Tareas y actividades virtuales
La modalidad virtual demanda de los docentes priorizar el rol de diseñador de experiencias de aprendizaje, que podríamos asociar con lo que tradicionalmente llamamos tareas.
Respecto a las tareas, creo que los profesores debemos desarrollar una nueva competencia para la formación virtual: calcular la carga de trabajo que asignamos a los estudiantes en relación con el tiempo del que disponen, pues tendrán muchas más tareas, provenientes de más de una decena de materias que cursan simultáneamente.
No pocas veces he encontrado profesores que sobrecargan de tareas a los estudiantes, como si se tratara de mantenerlos “ocupados” y no de reforzar o generar un aprendizaje. Pero más preocupante aún, es constatar que la exigencia para la entrega de trabajos -aquí la referencia a la disciplina- no es correspondida con la exigencia del profesor para devolverlos retroalimentados (nótese que escribo “retroalimentados”, no “calificados”).
Considero que la exigencia de puntualidad en la entrega de tareas debe acompañarse con la autoexigencia de revisar y retroalimentar, también oportunamente, las mismas. Si ello supone reducir la carga de trabajo de los estudiantes, con la consiguiente reducción de carga de trabajo para el docente, ¿por qué no hacerlo? Si la razón de dar tareas no se basa en una finalidad pedagógica, sino en mantener ocupados a los chicos… algo está fallando…
Y es que…, muchas veces encontramos tareas que no responden a un propósito formativo, o que son simples instrucciones, descontextualizadas, y poco claras. Ellas denotan el escaso tiempo que el profesor le ha dedicado a prepararlas.
Finalmente, en relación con este tema, hay otro aspecto que es necesario considerar. Las condiciones de conectividad pueden dificultar la entrega puntual de los trabajos, por tanto, es necesario ser cuidadosos, para identificar cuándo un retraso se debe a la falta de responsabilidad de los estudiantes y cuándo a problemas con la red. Lo que no se debería hacer es sancionar a todos por igual, sin verificar lo que realmente sucedió. La evaluación y calificación deben considerar también criterios de justicia.
Actividad física en la modalidad virtual
A ver si esto les parece familiar:
Chicos encerrados en casa, muchos jugando en sus dispositivos electrónicos, sentados por varias horas al día, actividad física casi nula, excepto en las falanges y metacarpos… Y cuando llega la clase virtual de educación física, la docente pasa la hora discutiendo sobre el uniforme y sobre el color del buzo que deben ponerse para la clase. Quizá era la primera clase… pero sucede también en otras…
Con niños y adolescentes metidos en sus cuartos, estáticos frente a sus pantallas… ¿cómo aprovechamos la oportunidad de movilizar el cuerpo? Nos pasamos la clase hablando de la disciplina, perdemos un tiempo valioso para sacar a los chicos de la pasividad, con asuntos que en tiempos de pandemia no deberían ser prioridad.
¿Es realmente el color del buzo lo que debe centrar la atención de la asignatura de actividad física? ¿Es el uniforme lo esencial? ¿Son estas las cosas fundamentales que la actividad física debe realizar para preservar la salud física, mental y emocional de los chicos? Profesores de actividad física, su aporte en esta coyuntura cobra especial importancia y requiere de creatividad para trabajar en el desarrollo físico y emocional de nuestros niños y jóvenes. Concentrémonos en eso.
La autoridad docente
Con emoción recuerdo a mis docentes de la universidad, soy de una generación privilegiada con docentes de esos que se van acabando…, de esos que podías admirar porque de manera natural emanaba de ellos una autoridad que inspiraba para estudiar, para aprender y para autoexigirse.
¿De dónde venía esa autoridad? Quizá de los años… quizá de la experiencia… de su formación… es posible, pero venía sobre todo del dominio y la pasión por la disciplina que enseñaban. Su autoridad estaba basada en su competencia profesional (saber hacer bien su trabajo).
Con pena veo que algunos docentes no centran su atención y esfuerzos en inspirar a los chicos para apasionarse por una materia, para descubrir cómo entender o mejorar el mundo que les rodea, con lo que van aprendiendo, sino que se afanan en demostrar su autoridad con base en el poder que le otorga un puesto, un reglamento, una función (poner nota) y, no en pocos casos, con base en el apoyo incondicional (a veces irracional) de los directivos.
La competencia profesional poco importa, la vocación tampoco, la autoafirmación -para muchos- está basada solo en el poder que tienen para definir el destino académico del estudiante a través de una nota (calificación). Quienes viven así esta noble profesión quizá no estén en el lugar indicado…
Para concluir…
Pese a todo, el panorama no es tan sombrío como parece. Reconozco el trabajo de muy buenos docentes, ya con varios años de experiencia, y también de muchos jóvenes, que encontré en las aulas de la Normal Católica y en los cursos de posgrado, que han descubierto la pasión por enseñar, que no se quedan estáticos, que avanzan, incluso con (y contra) molinos de viento al frente, porque han descubierto que la docencia es una vocación y un servicio.
A los otros…, a los que viven la profesión docente con tedio, a los que basan su autoridad en el poder y no en su competencia, a los que se jactan de ser buenos docentes, a los que se muestran iracundos frente a sus estudiantes, exigiendo lo que no viven, a todos ellos… apelando a las palabras del hidalgo caballero de Cervantes, me atrevo a invitarles a la autoexigencia porque:
“Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro, si no hace más que otro”.
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