El mundo virtual se ha superpuesto al real de tal manera que no se irá más y viviremos en un entorno donde lo virtual y lo real lleguen a penetrarse tanto que se confundan, y nos confundiremos nosotros. Ya está pasando, y lo virtual nos afecta tanto como los hechos reales, digamos, analógicos.
Bueno, la eclosión de lo virtual es un decir. Siempre, desde que existen los cerebros, desde que existe la representación del mundo dentro de una cabeza (no importa lo simple que sea esa cabeza…por ejemplo, la de un tunicado que sólo aparece en un pequeño lapso de su vida para permitirle nadar e incrustarse en otro lugar de la arena), una cabeza que tiene dentro un cerebro, y que sirve para representarse, de manera psíquica, neurológica, la realidad de afuera. Así que la virtualidad es fruto de la evolución, y tiene miles de millones de años de antigüedad. Pero esa virtualidad se ha visto disparada con las capacidades simbólicas y tecnológicas de los seres humanos, feroces constructores de mundos de signos.
Desde el primer símbolo humano, desde el primer signo, lexema, índice, icono, glifo, letra, ideograma, pictograma, lo que sea: desde la primera señal, hasta la aparición de la realidad aumentada, la realidad virtual inmersiva, los metaversos, la holotransportación, y ahora que escribo, en plena eclosión de la inteligencia artificial, el mundo virtual está cada día más presente en nuestras vidas. Diré con más exactitud: el mundo virtual creado por los seres humanos con apoyo de las tecnologías. Una última frontera, quizás la más impactante de todas. En una palabra: la aparición del cerebro artificial, extracorpóreo, que, aunque coordinado con el cerebro natural, gana más y más terreno en una velocidad tal que no podemos menos que maravillarnos, espantarnos o arrodillarnos de pasmo o de miedo ante un futuro extraordinario.
Hace unos días veía un meme en el que un amigo le pregunta a otro si está preocupado por “el avance de la inteligencia artificial”, y el amigo le responde que lo que le preocupa es el retroceso de la “inteligencia natural”. Cuando vemos que se puede invadir un país por la megalomanía de una persona, y por el ego colectivo ultranacionalista de los habitantes de un país; o cuando vemos que todas las fantasías y mentiras más descabelladas ganan terreno gracias a las redes sociales virtuales; cuando los niveles de análisis, comprensión lectora y de pensamiento crítico van para abajo, parece que es así. ¿Cómo es posible esta aparente contradicción? En primer lugar, la inteligencia artificial está en sus inicios. Lo que vemos es nada en relación a lo que vendrá, y con pasos agigantados y acelerados. Pero esta inteligencia, que en realidad no tiene cerebro, y al no tener un cerebro, no tiene un cuerpo, un centro que dé sentido al mundo, es una herramienta humana, una extensión más de nuestro poder sobre el mundo, pero no una inteligencia paralela, digamos, como sería una inteligencia extraterrestre. Puede que llegue el día en que los robots, los humanoides o los nuevos humanos de diseño podrán pensar y emocionarse como nosotros. Pero no lo sabemos. De ser así, serán superhumanos…con nuestros talentos potenciados, pero también potenciados nuestros defectos. O quizás no. Quizás sean mejores.
La inteligencia humana no está dada de una vez y para siempre. Todos conocemos las diferencias entre una y otra persona, especialmente los que somos profesores: mientras un estudiante puede sacarse 100 sobre 100, otro apenas consigue 10. Sabemos, también, que la inteligencia no puede reducirse a pocas capacidades y destrezas comprobables en exámenes: la mente humana y sus posibilidades son complejas y vastísimas. Si solo pienso que la inteligencia es la capacidad de “saber cosas” y actuar en consecuencia, con rapidez, precisión, sagacidad y acierto, para cambiar (ojalá que para bien) el mundo que nos rodea, entonces podríamos decir que nunca como ahora, tenemos la oportunidad de saber más cosas, de acceder más rápido a un conocimiento humano más inmenso que en ninguna otra época, y que, por lo tanto, la inteligencia humana debería potenciarse, y no retroceder, como en el meme.
Pero pasa que la inteligencia “natural” avanza, sí, en una minoría de personas que dedican sus vidas al cultivo de sus capacidades intelectivas. No hago aquí un elogio a los “intelectuales”, una denominación que nunca me agradó, por lo equívoca y tendenciosa que es: hablo, simplemente, de aquellos que se apasionan con el conocimiento, con el aprendizaje, y que emplean sus propios cerebros para descubrir, para inventar, para crear, para imaginar, para aportar al mundo gracias a esa extraordinaria herramienta que es pensar. Pero es una minoría, porque eso no paga. A menos, claro, que se tengan las oportunidades de vivir, de pensar… pero no como un “intelectual orgánico” (el típico sociólogo o politólogo al servicio del gobierno de turno o del gobierno eterno), sino como una persona que sabe que el conocimiento es la libertad del ser humano, un profesante de la búsqueda del saber, y de la verdad. Tarea, claro, nada fácil, en un mundo dominado por fanáticos, crédulos, oportunistas, intolerantes, sectarios y extremistas.
La inteligencia artificial viene para potenciar la inteligencia humana, para nada más. Entonces se necesitan seres humanos inteligentes, es decir, que usen sus capacidades cerebrales para crecer, para fructificar. Viene para ampliar aún más los horizontes de la existencia, de la plenitud, de las sensaciones humanas, de las ideas, de la creatividad. La cosa es que sepamos entenderlo, y que los seres humanos podamos avanzar, como seres plenos, por un camino que nos ofrece nuevas oportunidades para ser. En mi caso personal, las posibilidades de creación artística con la IA me abren un increíble camino, de efervescencia y creación. Todo lo bueno está por venir.
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