“Ninguna mascarilla nos protege de la violencia, esta es la verdadera pandemia”, es el clamor desesperado de Dolores Iglesias, una joven argentina de 21 años, cuya madre y hermana de siete años fueron asesinadas en su casa durante la cuarentena.
"Covid-19 crea una situación conocida como 'olla de presión', en la que el estrés familiar puede alcanzar niveles tóxicos y las respuestas cargadas de estrés causar serios daños a la salud mental y el desarrollo de los niños y niñas…" (Thompson, Center on the Developing Child at Harvard University).
Y desde luego que esto representa una cruda realidad: se ha exacerbado uno de los flagelos más preocupantes de la humanidad: la violencia, cuyas manifestaciones están presentes también en nuestro país, principalmente en las poblaciones que constantemente son más vulnerables en sus derechos, es decir, niñas, niños, adolescentes y mujeres. Los reportes han sido altamente preocupantes:
El fiscal General Juan Lanchipa manifestaba: "Es un tema que lastima, porque entre todos los casos de mayor relevancia y mayor frecuencia en la presentación de denuncias están los casos de violencia contra las niñas, niños y mujeres. Durante el periodo de cuarentena por el Covid–19, se atendieron 2.935 casos inmersos en la Ley Nº 348 y el 81% corresponde a violencia familiar o doméstica, situación que nos llama bastante la atención ya que por la coyuntura, la víctima está dentro de la casa juntamente con el agresor" (03/06/2020).
Algunas investigaciones nos señalaban:
- De enero a mayo de 2020, se registraron 663 embarazos en niñas menores de 14 años en Bolivia, según el Sistema Nacional de Información en Salud (SNIS-VE). Es decir, alrededor de cuatro casos por día que –por la edad– son considerados producto de violencia sexual.
"Y tenemos que considerar el subregistro por la pandemia, debido a que hubo limitaciones para acceder a los servicios de salud en los que se realizan estos registros administrativos" (Oficial del Fondo de Población de Naciones Unidas, Celia Taborga).
- Una encuesta realizada por Plan Internacional y publicada el 26 de abril de 2021 señalaba que el 44,6% de las niñas, adolescentes y jóvenes conocieron o vivieron algún delito de violencia durante la pandemia. Sin embargo, el 91,9% no realizó ninguna denuncia.
- El periódico Opinión, en una publicación del 15 de abril de 2021, indicó: “Nada de lo que se pueda haber conquistado con leyes para garantizar los derechos de los niños tiene valor frente a la dura realidad que éstos viven en un país como Bolivia. Los registros del Ministerio Público son dolorosos: en 2020 se reportaron 51 infanticidios y en los tres primeros meses de 2021 seis infanticidios y 802 vejámenes contra menores de edad (369 responden al delito de estupro y 433 a violación de infante, niño, niña o adolescente).
"Crímenes que van desde el asesinato hasta el abuso sexual, la violencia física, psicológica…”.
¿Y cuáles han sido los factores que han podido confluir para que nos encontremos ante estos hechos de violencia?
- Padres con trastornos mentales (adictos, agresores sexuales). Rainer Rettinger, presidente de la Asociación Alemana de Niños: "La continua cercanía, el no poder evitar estar juntos, genera más conflictos y aumenta la agresividad. Los niños de padres adictos deben estar en el punto de mira: ahora, en tiempos de crisis por el coronavirus, un niño así está solo con los padres, no hay nadie que perciba sus necesidades. Nadie que lo ayude".
- Limitación en acceso a espacios de protección. La Oficina de ONU Mujeres para las Américas y el Caribe manifestaba: "Las restricciones de circulación, cuarentenas, confinamiento, aislamiento o distanciamiento social hacen que personas sometidas a violencia deban enfrentar obstáculos adicionales para huir de situaciones violentas o para acceder a órdenes de protección y/o servicios esenciales que pueden salvar vidas".
- Incremento de respuestas violentas ante la crisis. Ailynn Torres Santana (FLACSO Ecuador), nos señala: "La mayor presencia de la violencia de género dentro de los hogares se asocia a las maneras de afrontar las crisis: la situación de vulnerabilidad, de inseguridad, de exposición, de pérdida de asideros materiales y espirituales, incrementa las respuestas violentas y las mayores víctimas son las mujeres y los niños".
Estos factores se constituyen en supresores de los límites externos de la conducta violenta de los victimarios, quienes encuentran condiciones favorables para desplazar su poder destructor con "mayor libertad".
Las consecuencias en la salud mental de niñas, niños y adolescentes, podemos identificar con señales de alerta, dependiendo de la edad:
- Los bebés pueden estar quisquillosos o irascibles (irritables), cambiar sus hábitos para comer o dormir, o tener dificultades para caminar o hablar.
- Las niñas y niños pequeños pueden hacer berrinches, tener dificultades para aprender nuevas destrezas o dificultades para dormir.
- Las niñas y niños mayores y adolescentes pueden estar tristes o irritables, preocupados todo el tiempo, presentar anorexia (falta de apetito), con problemas de insomnio o somatizaciones (dolor de estómago o cefaleas).
- Cuando las niñas, niños y adolescentes pasan por una situación de estrés más intenso, que ha amenazado su vida o su salud, puede aparecer un trastorno por estrés agudo (cuando los síntomas duran menos de un mes) o un trastorno por estrés postraumático, cuando los síntomas de irritabilidad, inquietud, terrores nocturnos y otros duran más de un mes o aparecen después de seis meses.
Para ilustrar este último trastorno, permítannos presentar una situación, de las muchas que nos toca atender en esta pandemia. A fines del año 2020, solicitó una consulta la madre de una joven de 18 años, porque estaba con trastornos que tenían muy preocupados a los padres, hermanos y a la misma joven.
Cuando realizamos la debida valoración, la joven nos señaló que durante la cuarentena rígida y semirrígida, habían tenido que estar encerrados ellos y otros familiares de sus padres, a los cuales tenía que ver constantemente. Entre esos “familiares” estaba un tío político que abusó sexualmente de ella cuando tenía cinco años y que lamentablemente había quedado impune. Progresivamente, la joven empezó a presentar insomnio, náuseas, vómitos, pensamientos que constantemente le traían al recuerdo los hechos de violencia sexual en su infancia, a pesar de que ella quería suprimirlos (pensamientos intrusivos). Progresivamente empezó a autoagredirse, mordiéndose los cachetes, a sentir temblor en todo el cuerpo, picazón muy molesta en el rostro y las manos. Al mirarse al espejo sentía que no era ella y en las noches decía ver su cuerpo como si estuviera saliendo de sí misma. A momentos estallaba en llanto y otros momentos se sentía muy enojada…
Este es el cuadro muy doloroso y molesto llamado estrés postraumático. La atención debe ser inmediata con psicofármacos y psicoterapia que progresivamente ayudarán a superar no sólo la sintomatología, sino la elaboración adecuada de la experiencia que aqueja a tantas víctimas de violencia.
¡La Salud Mental no es un privilegio, es un Derecho! Las zonas de guerra en los hogares deben constituirse en zonas de seguridad y cariño, mientras trabajamos para vencer a la Covid-19.
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