Gran atención mediática recibió lo acontecido hace unos días en la zona paceña de la Meseta de Achumani, donde dos ciudadanos increparon de mala manera a una adulta mayor que se encontraba con su nieto, por sacar algunas tunas en un espacio público de ese barrio.
Fuera de toda la solidaridad que levantó este lamentable hecho, que es muy positiva, el Gobierno hizo un horrible aprovechamiento de tal situación, aspecto totalmente negativo. Y llama la atención otros aspectos que hay que analizar.
En primera instancia, lamentablemente todavía en Bolivia hay discriminación. Para muchas personas la dignidad todavía no es entendida como ese valor intrínseco de un ser humano por el solo hecho de serlo. Todavía la condición económica, social, política y fundamentalmente el color de la piel dan ciertos privilegios y aunque no lo reconozcamos, aún es así.
En este caso concreto, me pregunto si la víctima no hubiera sido de extracción humilde e indígena, los agresores con toda seguridad no habrían reaccionado igual. No hubieran hecho uso de su poder machista, patriarcal y acomodado para insultarla, amenazarla y calificarla de ladrona, como se ve en el video público.
Entonces sí, el color de la piel otorga supuestamente privilegios a algunas personas. Esto se relaciona con el concepto de “blancura”, que son todos los rasgos físicos que convierten a una persona que se ve más blanca que otra y de por sí otorga una ventaja dentro de la sociedad por todas las ideas que se acumulan alrededor de este tono de piel, lo que está muy arraigado.
Basta escuchar las declaraciones de la víctima, quien ante los medios de comunicación señalaba: “Yo no soy quién, y le disculpo también al caballero de todo corazón, no le puedo tener rencor”. Estas palabras denotan claramente que avanzar en igualdad tanto formal como materialmente es aún un camino largo. Ella refiere a su agresor como “el caballero” y obviamente por el lenguaje y actitud de ese señor, está lejos de serlo.
Por otra parte, observamos la connotación social: aún en las áreas rurales y periurbanas se mantiene ese trato anterior a la revolución del 52, que intentó, de alguna manera, igualar a todos y todas, rompiendo el pongueaje y la servidumbre. Ya Felipe Quispe hacía referencia a este tema al decirnos que luchaba para que no haya caballeros y señoritos que lastimen a sus hermanos y hermanas indígenas, que peleaba para que su hija no sea la sirvienta o su hijo el aparapita.
La víctima también expresaba que no podía guardar rencor contra su agresor; sin embargo, hechos como estos se han venido repitiendo desde antes de la creación de la República y continuaron durante más de 100 años, por ello existían sentimientos acumulados por parte de los sectores menos privilegiados de la sociedad, que nos hubieran llevado quizá a una confrontación interna a principios de los años 2000. Por ello se esperaba tener con la Constitución del Estado Plurinacional una válvula de escape y convivencia armónica y, por supuesto, hechos como el vivido en Achumani puedan ser cada vez menos, ya que la norma fundamental sustenta principios de igualdad, interculturalidad y pluralidad entre otros, pero a muchas y muchos bolivianos les resulta odioso, sin observar la carga histórica que conlleva.
Por ello, de manera equivocada creen que los males que nos trajo el masismo son análogos al Estado Plurinacional, apreciación completamente equivocada. Las voces conservadoras así lo atribuyen, sin darse cuenta de que lo vivido por doña Emilia nos grita que aún debemos profundizar en el desarrollo de este tipo de Estado y organización, que se pueden mejorar, sí; que tienen fallas, obviamente, es una construcción humana. Pero lo que es innegable es que Bolivia o es plurinacional, intercultural y comunitaria o no lo es.
¡Feliz día del Estado Plurinacional!
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