Infamia facti. El mundo asiste ante el despliegue de crímenes de lesa humanidad, crímenes de guerra, furia, trastorno delirante y megalomanía de un solo hombre, puesta en acto, auspiciada y bendecida por sus secuaces. Es la demostración tangible de la capacidad de algunos hombres para el odio desmedido, la aniquilación, el horror. La posibilidad de la descivilización está siempre presente en la vida humana: la caída en la violencia, el desvanecimiento de la paz y la tolerancia. Y reconocer que eso está ocurriendo en este momento es, sin duda, una especie de pesadilla. Pero lo es más para aquellos que viven una invasión completamente cruel e injustificada. Por eso el pueblo ucraniano merece toda la admiración del mundo, pero su sufrimiento, lamentablemente, está ahí. Admiración y apoyo internacional no cambian la realidad del horror.
Los que apoyan todavía al régimen de Putin, los que miran para otro lado, los que consideran que la culpa es de Estados Unidos o de la OTAN, los que, a tiempo de condenar la invasión de Ucrania tratan de argumentar que las invasiones llevadas a cabo por Estados Unidos son igual de condenables, yerran, por muy bien intencionados que estén al declarar. Se trata de un falso argumento, de una falacia: es una variación del sesgo de confirmación, según el cual nada puede derribar las creencias previas que uno ya posee, y que ante la evidencia de un hecho grave que pondría en cuestión las propias creencias, se recurre a la acusación a los enemigos por ser ellos, “peores”, como si eso pudiera autorizar un acto negativo de aquellos a los que uno se adscribe.
También es un tipo de falacia conocida como la del hombre de paja: distorsionar un argumento (en este caso, la condena a la invasión de Ucrania por parte del régimen de Putin, convirtiéndola en un “estar a favor de la OTAN o de Estados Unidos”), para luego atacar dicha distorsión, diciendo, por ejemplo, que la OTAN invade cuando quiere, lo que implicaría, de manera deformada, el respaldar a Putin.
Pero aún más y sonando más seria, es una falacia conocida como la del red herring, o arenque rojo. Se trata de una maniobra de distracción, el dar una pista falsa (“las invasiones llevadas adelante por Estados Unidos son condenables”), cuando en realidad no tienen nada que ver con el argumento real. No se trata de estar a favor o en contra, de manera selectiva, de cierto tipo de invasiones: se trata de enfocarse en esta invasión, y no de disculparla o legitimarla, porque esta es la que en este momento importa, y la que es condenable por sí misma, y no disculpable por causa de “otras” invasiones anteriores. Cada una de ellas merece ser meditada de manera separada, y condenable en la medida en que viole derechos humanos. Pero la existencia de otras invasiones es una pista falsa: nos lleva a perdernos en un laberinto de falsas atribuciones y, por tanto, de defensas interesadas hacia el régimen violento de Putin.
Pero también es un tipo de distorsión cognoscitiva de pars pro toto, como fue señalado por Norbert Elias en Establecidos y marginados, según lo cual se sobrevaloran positivamente rasgos del grupo al que uno pertenece (o a los “ideales” que uno dice defender), y se sobrevaloran negativamente los peores rasgos del grupo considerado enemigo. Así, se justifica una invasión al tomar partido por “el pueblo de Rusia”, sin sentir compasión alguna por el pueblo de Ucrania que, en efecto, es el que está siendo atacado. O, al considerar que Estados Unidos o su supuesto “imperialismo” es el “verdadero” enemigo (y no el gobierno de Putin, con en efecto es), entonces se extiende a todas sus circunstancias, todas, el origen de todo mal…cosa que, por cierto, no es así. No existe tal imperio: como tampoco existe una esencialidad del mal. Pero no importa al momento de justificar invasiones. Es como razonar que “los nuestros tienen derecho a invadir porque los vuestros ya lo hicieron muchas veces”. Consuelo de tontos.
Aún más, las condenas tibias contra la invasión a Ucrania, abrevan en las mismas fantasías de grupo, y se alinean, entonces, con la exculpación de la invasión real. Al sostener, por ejemplo, que “Bolivia rechaza toda guerra de agresión o amenaza de agresión” como dijo el Representante Permanente de Bolivia ante la Organización de las Naciones Unidas, Diego Pary, puso en el mismo saco diversos momentos bélicos (“ejemplo de ello es Afganistán, Irak, Libia, Siria, Palestina y hoy, Ucrania”, afirmaba el Representante) como si todos esos conflictos fueran similares, cuando no lo son. Por ejemplo, la intervención militar a Libia en 2011, fue autorizada por el Consejo de Seguridad de la ONU “para proteger a los civiles y las zonas pobladas por civiles que estén bajo amenaza de ataque” por parte de las fuerzas leales a Muamar el Gadafi, que habían estado bombardeando a la población civil. En fin: la enumeración de invasiones es una táctica un tanto elemental para tratar de normalizar la invasión a Ucrania, o, por lo menos, de dulcificarla, de disculparla de manera calculadora.
En países como Bolivia, personeros de Estado condenan tibiamente (si lo hacen) la invasión a Ucrania, pero, al mismo tiempo, legitiman otro tipo de invasiones, es este caso, civiles, como, por ejemplo, los llamados “avasallamientos” de tierras por parte de seguidores del MAS, campesinos pobres que sienten que tienen el “derecho” de invadir tierras ajenas, como ocurrió en Las Londras, en Guarayos, el 28 de octubre de 2021, o los múltiples loteamientos que ocurren todos los días en las principales ciudades del país. Así, habrá “invasiones buenas” e “invasiones malas”. Por ejemplo, el intento de invasión a Cuba de Bahía Cochinos, en abril de 1961, y que fracasó en menos de 65 horas, puede considerarse como una invasión “mala”, pero considerarse como invasión buena la anexión de Crimea por parte de Rusia, y, ahora mismo, la invasión a territorio ucranio. Por supuesto, desde el punto de vista de otras potencias mundiales (sea China en relación al Tíbet, sea Estados Unidos en relación a Vietnam, Irak, y así por delante), también se ha operado de una manera similar: es la política, en última instancia, y el poder que se tiene al controlar medios de comunicación, pero fundamentalmente al momento de controlar las creencias fanáticas de las personas, la que termina por decidir cuándo una invasión será “buena” o “mala”. Pero los muertos de Ucrania, el dolor y la angustia, la devastación, la violencia cruel y desorbitada ordenada por Putin, no se justifican de manera alguna diciendo que “se es pacifista”, o que otras invasiones también causaron muerte y desolación. Simplemente, es un crimen contra la humanidad, y como decía John Donne, debería afectarnos a todos, porque las campanas hoy doblan por Ucrania, pero también doblan por ti, y por mí.
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