El indianismo como ideología política y reinterpretación histórica en Bolivia está completamente derrotado. Sus principales ideólogos como Fausto Reinaga, nunca incorporaron al marxismo como “alternativa revolucionaria”, ni tampoco a la “democracia” como régimen político de igualdad de derechos y convivencia pacífica, porque representaban productos neocoloniales que distorsionaban al pensamiento amáutico. El indianismo, por lo tanto, es una ideología de “conflicto permanente” que, en todo caso, reivindica la violencia como estrategia de lucha, con tal de que los indios dominen autónomamente; sin embargo, en el periodo del Movimiento Al Socialismo (MAS, 2005-2024), estas previsiones tampoco sucedieron porque la ideología indianista fue corroída por las ansias de ocupar un puesto en el Estado, completamente rendido ante las prebendas y el clientelismo que los indianistas reforzaron, triste y contradictoriamente.
Para los sectores indígenas, lo “otro” de piel blanca y estilo de vida urbano y moderno estaría representado por la civilización de Europa Occidental, percibida como la suma de lo negativo y, de manera también sorprendente, como algo atractivo que se anhela y representa una justa reivindicación democrática: los indígenas buscan el acceso a servicios y derechos de la modernidad; aunque la contradicción sigue estando marcada por el descubrimiento del Nuevo Mundo, prolongándose un conflicto histórico entre las culturas indias y la presencia de Occidente. La definición básica del pensamiento político indio está en oposición a la civilización occidental. Se niega a Occidente de manera global, pero, simultáneamente, se anhela tener la fuerza para dominar todo, en función de subsumirse en las maravillas y las comodidades occidentales.
Por medio de algunos testimonios empíricos para avalar esta tesis, se puede señalar, a partir de entrevistas con dirigentes campesinos del Consejo Nacional de Ayllus y Marqas del Kollasuyo (Conamaq), que en ciertos movimientos indianistas la propia identidad grupal está definida por la oposición a un modelo civilizatorio materialmente exitoso. Según esta doctrina no hubo coloniaje, sino invasión y violación. Por esto habría que resistir y, en consecuencia, el mestizaje no sería una nueva y fructífera cultura por derecho propio, sino un producto híbrido y degradado como agresión occidental, al cual hay que rechazar cueste lo que cueste.
De acuerdo con el pensamiento amáutico, las únicas manifestaciones culturales realmente valiosas en América serían las que provienen del acervo indígena andino o amazónico, aparentemente no contaminado. La verdadera identidad pervive, soterrada, en la memoria colectiva de los pueblos indios y en sus prácticas cotidianas. La lucha contra el imperialismo sería una lucha anticolonialista, y por ello el marxismo-leninismo podría sobrevivir al reinsertar la utopía de una revolución auténtica, siempre y cuando consolide la identidad indígena.
El MAS y el indianismo compartieron estas visiones que sirvieron como justificación a varias reflexiones posteriores, dando origen a todas las críticas de carácter político que cuestionaron el modelo democrático de gobernabilidad neoliberal en el periodo 1982-2005.
El momento incómodo para el indianismo surgió cuando Fausto Reinaga también defendió, nada menos que la dictadura de las Fuerzas Armadas en Bolivia, al patrocinar al ex dictador Luis García Meza en 1981. La posibilidad de una dictadura del pensamiento amáutico o filosofía indianista constituiría, en el fondo, la respuesta efectiva que derrota la colonialidad del poder occidental, blanco, discriminador e imperialista. La fuerza crítica del indianismo y la teoría de la colonialidad enfatizan demasiado los patrones raciales de mutua agresión entre los dominadores que practican la segregación y los colonizados que sufren el sojuzgamiento.
En esta visión ideológica, sería justa una “revancha” histórica para revertir la dominación. Toda revancha implica infligir un similar sufrimiento en el objeto de ajusticiamiento; es decir, destruir y odiar invariablemente aquello que viene de Occidente, menospreciando la modernidad y el capitalismo, que además se identifica con las élites blanco-mestizas. De esta manera, Reinaga y sus seguidores no veían ninguna contradicción entre el indianismo como parusía de un nuevo orden y la “dictadura” que utilizaría la violencia como cedazo integrador bajo la vanguardia de las comunidades indígenas. Esta tendencia apuntaló profundamente las conductas autoritarias del MAS y el culto enfermizo a la personalidad de Evo Morales.
Una alternativa más pacífica hubiera consistido en la convergencia de las historias indígenas, los diseños globales del capitalismo transnacional y la generación de una nueva forma de conocimiento reconciliador, definido como epistemología de fronteras y acercamiento democrático, donde no sea posible imponer ningún conocimiento experto neocolonial, sino abrirse a otras formas de cosmovisión, entendimiento, tolerancia y rescate del mundo indígena, todo conectado con un “orden democrático”. Sin embargo, esta perspectiva prometedora no fue aprovechada por el indianismo, sino que más bien cayó en descrédito debido a que la acción política del MAS y Evo inutilizó cualquier posibilidad de integración con la democracia, al estimular las visiones de confrontación, clientelismo y resentimiento.
Para el MAS, el indianismo llegaba justo a tiempo cuando se organizaba cualquier movilización campesina, con el fin de intimidar a la oposición y amenazar con el inicio de un juicio por racismo a quienes intentaban criticar o detener el denominado “proceso de cambio”. El sectarismo de la izquierda guerrillera y comunista hizo caso omiso de las críticas indianistas a los postulados neocoloniales del marxismo y pensó en reacomodar la imagen de Evo Morales en la posición de un caudillo indio para una inexistente revolución del siglo XXI. Así, el gobierno de Evo manipuló a los indígenas, hizo caso omiso de las consultas previas, impuso la construcción de la carretera en el territorio indígena del Tipnis, desfalcó el Fondo Indígena y terminó corroyendo al pensamiento amáutico, el cual permaneció congelado en lucha de razas, el rencor hacia Occidente y una triste aspiración para seguir bebiendo de la modernidad, sin saber cómo insertarse en la globalización contemporánea.
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