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El lenguaje sagrado de los toltecas —el náhuatl—, una cultura mesoamericana aparecida más o menos entre los años 600 y 700 de nuestra era, tiene dos palabras que han despertado mucho interés entre los estudiosos y místicos de nuestra época. Se trata del “tonal” y el “nawal”, ambas encierran enseñanzas muy importantes para quienes quieren adentrarse en las prácticas espirituales.

Lo primero que debemos entender es que las enseñanzas de los toltecas se encuentran en muchísimas imágenes de esa cultura que han permanecido en distintos soportes, algunos de ellos incluso se encuentran en el complejo arqueológico de Teotihuacán que fue una ciudad sagrada muy antigua y en la cual vivieron diversas culturas mesoamericanas como los teotihuacanos y los mexicas. Por ello, podríamos pensar que las enseñanzas toltecas tienen su origen mucho antes de consolidarse el auge de esta civilización.

Los términos tonal y nawal están relacionados con la energía. El tonal está ligado con el cuerpo humano, con la tierra, con el mundo, es este lado del espejo, material pero a la vez energético, ya que nada está desprendido de la energía, incluso en este mundo corporal. Es por ello que no podemos pensar el tonal solamente como un cuerpo físico ya que en sí mismo, el tonal es una energía vital que proviene del sol y que nos ayuda a tomar una forma corporal y desde la cual transcurre nuestra experiencia humana en el mundo del medio.

El nawal en cambio está relacionado con la energía divina creadora, que no necesita tomar una forma física porque su origen, su condición misma de realidad, está estrechamente ligada con la divinidad creadora, que no tiene tiempo ni espacio. Por eso, se suele pensar que el nawal es el “espíritu” que habita en el cuerpo, pero esa concepción es insuficiente e incluso nos induce al error.

Para la concepción occidental, el espíritu está atrapado en el cuerpo, y una vez que se desprende de éste asciende al cielo, libre ya de las aturas físicas. En cambio, para las culturas Mesoamericanas y, en realidad, para muchos pueblos ancestrales del continente americano, el nawal convive con nuestro cuerpo físico y a través de él aprende cosas que les son imprescindibles para el viaje que le espera cuando el cuerpo humano se transforme.

En el mundo de los muertos, las enseñanzas que el nawal adquiere gracias a la experiencia del tonal forman una unidad indivisible. En esa dimensión ambos se encuentran y allí se produce la más grande experiencia de nuestro recorrido, en el viaje infinito, hacia un rencuentro con la divinidad.

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