Las ideologías de izquierda y marxistas no solamente tienen raíces históricas en el movimiento obrero y en los procesos políticos de Bolivia desde la década de los años cuarenta, sino que, curiosamente, volvieron a tomar notoriedad al interior del Movimiento Al Socialismo (MAS) desde finales de los años 90. El MAS fue influido fuertemente por una ideología de tipo “leninista”, la cual surgió de manera temprana desde el año 2006, sobre todo impulsada por sectores de la vieja izquierda comunista, el sindicalismo obrero y otros grupos que todavía defienden la guerrilla como método de lucha en contra del capitalismo y la democracia.
Uno de los artífices de esta influencia fue Álvaro García Linera, quien empujó a Evo Morales a conformar una “élite del partido” que debía ser capaz de lanzar las principales directrices autoritarias, controlar la selección del personal burocrático del Estado e imponer una ciega disciplina sobre el Parlamento, donde los dos tercios de mayoría congresal iban a servir para consolidar el presidencialismo que, en el fondo, era el culto a la personalidad de Evo, reforzando un discurso de ajusticiamiento histórico a favor de un supuesto nuevo tipo de Estado: el Estado Plurinacional.
El leninismo, en este caso, se expresó a través del planteamiento para lograr que el MAS se convirtiera en un partido vanguardista, con la finalidad de introducir la “conciencia de clase y la ideología indianista” sobre el conjunto de las masas movilizadas, garantizando la destrucción de las ideologías de mercado, neoliberales y el debilitamiento de la misma democracia, considerada como un tipo de gobierno defectuoso, al promover la alternancia en el poder. Todo marxista, leninista y comunista dogmático en Bolivia, hasta el día de hoy, siempre estuvo en contra de la democracia como forma alternativa de gobierno, pues el socialismo, comunismo y el indianismo representarían la opción política por excelencia.
Estas posiciones de izquierda antidemocráticas propusieron, desde la organización de la Asamblea Constituyente en Bolivia (2006-2007), la “reelección indefinida” para Evo Morales. De cualquier manera, dicha presión fue desgastándose hasta convertirse en una crisis de gobernabilidad con el Referéndum de febrero de 2016, cuando la sociedad civil negó a Morales la modificación de la Constitución para evitar una cuarta postulación. Lo más notorio fue que las élites políticas del MAS utilizaron el culto a la personalidad de Evo como el recurso principal para reforzar la identificación entre las masas campesinas, pobres, cocaleras e indígenas, con la figura de un líder que, fenotípicamente, era igual a ellos: de poca formación, piel morena y, simultáneamente, osado para llevar hasta las últimas consecuencias las utopías revolucionarias.
La supuesta novedad de una “conciencia indianista” y la “revolución cultural” acaudilladas por el MAS, en teoría debían transformarse en la principal fortaleza del partido que desde “afuera”, es decir, desde el ejercicio del poder en las estructuras estatales, iban a descolonizar la sociedad y la economía para reproducir indefinidamente la elección del caudillo único: Evo Pueblo. De hecho, éste fue el marbete del activismo digital que Morales desarrolló en una cuenta de X (antes Twitter), donde disemina diatribas, consignas ideológicas y todo tipo de afirmaciones para mostrar que solamente él sería capaz de hacer la historia, además de descalificar cualquier crítica, acusándola de racista porque Evo Pueblo, como “indio revolucionario”, tendría todo el derecho de equivocarse y llevar a cabo una campaña electoral ad infinitum.
Se estima que entre 2009 y 2019, Morales gastó 1.000 millones de dólares únicamente en propaganda gubernamental y electoral, difundida como eje estratégico para robustecer la admiración al caudillo, junto con un creciente déficit fiscal y una excesiva dependencia de los hidrocarburos y la minería.
A su vez, el indianismo y la teoría de la colonialidad constituyeron, aparentemente, aportes relevantes para el análisis histórico de la dominación en América Latina, así como para el desarrollo de alternativas políticas que apoyaban estrategias y acciones en pro de la igualdad de oportunidades. Sin embargo, es importante identificar sus deficiencias y limitaciones, con el fin de aclarar el estatus razonable de varias proposiciones teóricas.
Por lo tanto, es importante afirmar que el indianismo no dialoga críticamente con sus propios postulados y tampoco reflexiona sobre sus contradicciones. La descolonización como doctrina de interpretación histórica no está apta para incorporar los aportes y proyecciones futuras de la teoría de la democracia. El indianismo tampoco incorporó plenamente la dinámica de los regímenes democráticos en sus concepciones ideológicas, debido a que cayó prisionero de un estilo de lucha donde predomina el “conflicto de razas”, los clivajes étnico-culturales y una concepción extemporánea que no está a la altura de la complejidad del siglo XXI, como ser la “descolonización del Estado” que, en los hechos, sólo significó la conducta rentista y la habilidad de los sindicatos campesinos e indígenas para acceder fácilmente al dinero público y a todo tipo de prebendas de carácter electoral.
La teoría indianista tiene un autor bastante apasionado como el intelectual quechua Fausto Reinaga (1906-1994), quien solía considerar que el único pueblo que mantiene la continuidad de la memoria colectiva en el continente (norte y sudamericano) es el “pueblo indio”. De Canadá a la Patagonia, América sería india, decía Reinaga. El indio no sólo representaría una mayoría humana, sino también un tipo de pensamiento. Éste no sale de una mitología como el pensamiento griego que sería “el Olimpo en perpetuo carnaval”, sentenciaba aquel ideólogo indianista.
Para Reinaga, el hombre sería la misma tierra pensante, con lo cual reivindicaba las raíces epistemológicas de un saber y conocimientos auténticamente indios, resaltando un nuevo equilibrio entre el hecho de pensar, el valor de la naturaleza y un retorno al Tawantinsuyu inca del área andina latinoamericana. Esta mirada es una nostalgia trágica, incapaz de concertar con ninguna posición política que no sea la lógica de suma cero. Estas visiones indianistas jamás convencieron ni al propio Evo, ni a los comunistas del MAS, pero sirvieron para embelesar a la cooperación internacional y a las clases medias ilustradas, cargadas de un mea culpa desubicado en tiempo y espacio. En realidad, lo antidemocrático del indianismo fue ocultado para expresar mentiras y posiciones de izquierda, supuestamente democráticas, cuando, en realidad, eran solamente retóricas intransigentes y cortinas de humo para justificar la corrupción masiva, llegado el momento.
Revalorizar las bases sociales, políticas, culturales y cosmogónicas de los pueblos indígenas –aymaras y quechuas sobre todo– se convirtió, sin duda, en un aporte democrático a la contemporaneidad, pero en el indianismo predominó una actitud excluyente, que ensambló muy bien con las estructuras autoritarias y elitistas del MAS. Además, Reinaga rechazó al marxismo y otras teorías revolucionarias porque aseguraba que los indios no debían esperar ningún Vladimir Lenin, sino ejecutar ellos mismos una revolución para erradicar la discriminación, ajusticiando a los blancos y mestizos de Bolivia o Perú que odiaban las raíces indígenas durante y después de la colonia española.
En el caso de Evo, éste jamás entendió ni entenderá el marxismo o el indianismo. Difícilmente lee algo y sólo repite frases hechas como el antiimperialismo y la injerencia de los Estados Unidos, simplemente porque le dijeron que cacaree eso. Evo y Reinaga son dos caras de la misma moneda ideológica de baratija, así como la triste medida del caos político que hoy caracteriza al país: confusión, incapacidad de encontrar soluciones a la crisis económica y marcada voluntad para destruir la democracia.
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