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En todo conocimiento chamánico existe un centro desde el cual se desbordan las energías, como si fuese un agujero negro que conecta una multiversidad de mundos a través de círculos concéntricos. En la imagen de la chakana, por ejemplo, se puede entrever parte de esa sabiduría: lo que está arriba es espejo de lo que está abajo y desde un punto centro se asciende y desciende, y se va a los cuatro lados del mundo. La clave de todo es, siempre, el punto centro.

El corazón es el órgano del cuerpo que sintetiza aquella conexión de la humanidad con lo divino. Esta relación del corazón con los dioses es precisamente el carácter del chamán, por eso en Mesoamérica se le llama el corazón endosiado, Yoltéotl. Desde el punto de vista cristiano se puede entender el concepto como “sagrado corazón”, es decir la persona que ha logrado vincular su humanidad con el carácter divino a través de la fuerza de sus sentimientos (o de su fe).

Los sabedores de este continente aseguran que antes de venir a este mundo nosotros elegimos la vida que queremos vivir para aprehender un conocimiento específico de esta —y no otra— existencia. De esa manera, la vida no es un juego de azar sino una meticulosa elección de formas de aprender. Según la tradición, en ese estado de conciencia preliminar a la existencia, en el que estamos eligiendo el camino de vida que nos llevará a una superación personal, estamos totalmente unidos a la sabiduría del corazón, en la que se encuentra el núcleo de toda nuestra conexión con la divinidad. Desde el corazón recordamos nuestra esencia divina, y por eso se constituye en el centro de nuestra actual condición de existencia.

El punto centro es nuestra conexión con todos los universos paralelos que estamos viviendo simultáneamente pero de los cuales no tenemos ni conciencia ni memoria, más que en determinados espacios, como en el mundo onírico o los estados alterados de conciencia. Allí podemos acceder por segundos al no-tiempo, a ese estadio en el que solamente existe el corazón endiosado, libre de nuestros miedos y nuestros rencores que son los peores enemigos del camino chamánico.

Cuando nosotros llegamos a entender que nuestro camino en la vida exige un determinado aprendizaje entonces somos capaces de trasladar ese conocimiento al próximo estadío que nos toca vivir y de esa forma, la sabiduría que hemos cosechado durante el brevísimo tiempo de existencia quedará albergado en el corazón y se reflejará en los siguientes caminos espirituales que debemos andar.

En esta vida, debemos cultivar con todas nuestras fuerzas la voz del corazón, su fuerza y por supuesto su capacidad de “razonar”, pues la fuente única de la verdad emerge desde el corazón y no de la mente.

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