Cuando eres mujer y te atreves a desafiar el orden patriarcal establecido, lloverán las críticas y las restricciones a tu liderazgo. Muchos son los factores que frenan los cambios sociales, uno de ellos es el miedo a lo nuevo, a los escenarios desconocidos y a nuevos retos.
Desde la comodidad de nuestra zona de confort pensamos que es mejor no arriesgarse. Tal vez el qué dirán nos importe más, cuando debería ser lo menos importante para construir el camino para alcanzar esa meta que soñamos improbable.
No obstante, nuestra conservadora, discriminadora, racista y clasista sociedad boliviana y latinoamericana con frecuencia suele ser el freno más devastador en la lucha de los sueños de miles de jóvenes y adultos frustrados. Sin ese capital social nuestro país no cambiará por más eficiente gobierno que tengamos, porque son las personas las que habitan, trabajan y construyen patria.
Desde mi experiencia, algunos factores que limitan ese crecimiento personal y social que podría impulsar nuestro anhelado desarrollo humano son:
Falta de vínculos sociales: Cada sociedad se organiza y articula en función de las relaciones sociales que establecen los clanes familiares, empresariales, barriales o los gremios como maestros, arquitectos, ingenieros, periodistas, comunicadores, fraternidades de bailarines folclóricos, personal bancario, de empresas telefónicas, de universidades estatales o de la empresa petrolera estatal, futbolistas, comerciantes, barras de fútbol, iglesias y un largo etc. De los vínculos sociales que una persona tenga dependerá su mayor o menor influencia en distintos ámbitos de “poder simbólico social”; pero si se carece de ellos será más difícil acceder al padrinazgo para acceder a fuentes laborales, negocios o espacios de poder y liderazgo.
Falta de vínculos políticos: El más reconocido y cuestionado espacio de interacción social es la política y las instituciones que la ejercen primordialmente: los partidos políticos. En ese ámbito el liderazgo no siempre lo tiene la persona más capacitada, sino la más elocuente y sagaz para lograr adeptos; la cantidad de seguidores le permite negociar, intercambiar favores y acceder a espacios de poder en particular en el ámbito público. El prebendalismo, la corrupción y el tráfico de influencias suele ser la norma junto al servilismo disfrazado de “fidelidad partidaria” por encima de los principios morales, éticos y de los ideales de servicio social. Así ha funcionado siempre y lo sigue haciendo.
Patriarcado en la historia: El patriarcado ha sido definido como un sistema social en el que los hombres tienen el poder primario y predominan en roles de liderazgo político, autoridad moral, privilegio social y control de la propiedad.
A lo largo de los años, el recuento de los fenómenos sociales se ha narrado desde la mirada y liderazgo masculino, ocultando el aporte e ingenio femenino como el de la filósofa-matemática Hipatia de Alejandría, científicas como Marie Curie o Rosalind Franklin, inventoras como Hedy Lamarr (wifi), artistas como Frida Kahlo y escritoras como Virginia Woolf o Adela Zamudio, de soldados patriotas como Juana Azurduy de Padilla, defensoras de los derechos civiles como Rosa Parks, Malala Yousafzai o Ana María Romero de Campero, aviadoras como Amelia Earhart o investigadoras en el área de hidrología como Nadiezda Otero Valle, entre otras.
Patriarcado en la educación y el ejercicio de la profesión: Por generaciones, la enseñanza de ideas y valores se ha caracterizado por infundir y validar repetitivamente prejuicios y estereotipos negativos sobre y contra las mujeres. En la escuela se traduce en asignaturas como talleres con herramientas para varones y tareas domésticas para mujeres; también se da cuando los y las maestras prefieren destacar e impulsar más a los varones sin noción alguna de la equidad de género. De igual forma, las carreras universitarias fueron territorio reservado a los varones por décadas y algunas siguen siendo consideradas según los roles tradicionales de género como la ingeniería petrolera o la mecánica automotriz. Aunque esto sigue cambiando, aún prevalecen prejuicios en torno a la capacidad de las mujeres de destacar profesionalmente por encima de los varones. No existe equilibrio y con frecuencia se “piensa y habla mal” de ellas antes de aceptar la posibilidad de que pudieran ser más inteligentes o capaces que sus colegas varones. Se las cuestiona por ser mujeres, eso es machismo en el ámbito académico y profesional, lo que se traduce en menores opciones de ascenso laboral o menor salario. Lo viven las empresarias, las lideresas sociales y también las docentes universitarias.
Limitados recursos económicos: A esos factores se suma la pobreza de muchas familias que les obliga a priorizar la búsqueda de recursos para el diario vivir antes que fomentar la educación de hijas e hijos o en otros casos a recomendar combinar el estudio y el trabajo simultáneamente. De esa forma se limita el acceso y la dedicación a una formación educativa adecuada, lo que repercutirá luego en las posibilidades de acceder a un buen empleo o les mantendrá dentro de una clase social media, asalariada y “condicionada a servir” a otros grupos sociales.
Por ello, es necesario impulsar el liderazgo femenino de niñas, adolescentes y jóvenes para que se atrevan a luchar por sus sueños el 2024 porque existieron otras mujeres que a pesar de todas esas circunstancias adversas supieron brillar y ser exitosas.
No obstante, es importante tomar en cuenta que la sociedad te cuestiona cuando te atreves a ser más capaz que un hombre, a ganar más dinero, a tener más títulos, a ser sensible, a tener dignidad, a ganar un puesto de trabajo, a ser más inteligente, a ser más astuta, a ser más fuerte, a ser más ambiciosa, a ser egoísta para alcanzar tus metas, a no ser débil, a ser líder en la política, en los deportes o empresaria. Cuando te atreves a desafiar a la sociedad patriarcal que oprime a millones de mujeres con el aval de hombres y otras mujeres machistas, debes pagar las consecuencias de tu atrevimiento descarado porque serás ejemplo para otras al desafiar el “orden establecido”.
Esas consecuencias se traducen en rechazo, insultos a tu honor o dignidad, exclusión, discriminación, violencia física, sexual o económica no por tu capacidad sino por ser mujer, cuestionamientos que lastiman y generan frustración, pero también resiliencia, fortaleza y más ganas de seguir luchando por una misma y por todas.
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