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Mi día de salida para hacer compras es el viernes. Como vivo cerca de Los Pinos, es allá donde me dirijo para abastecerme. La avenida principal de Los Pinos está llena de comercios, librerías, cajeros automáticos, supermercados, tiendas de barrio, tiendas de productos orgánicos y naturales, restaurantes, carnicerías, fiambrerías, rotiserías, peluquerías, salteñerías y todas las “…rías” que una pueda imaginarse.  Además, desde que empezó la cuarentena hay verduleras y fruteras en cada esquina. También se parquean a ambos lados de la avenida, pequeños camiones o autos que venden empanadas, humintas, panes, tortas, jawitas y un sinfín de cosas más. Como si esto fuera poco, el tráfico vehicular es constante, una cantidad considerable de coches particulares, sobre todo camiones abastecedores de productos, pasan por allí toda la mañana.

No sé cuántas personas viven en los bloques de Los Pinos, pero ciertamente es un complejo de viviendas con una alta densidad poblacional, además, se debe tomar en cuenta que las y los vecinos de Bajo Auquisamaña, Alto Auquisamaña, Cota Cota, San Miguel, El Pedregal e inclusive tal vez de Los Rosales, acuden a esta misma calle a abastecerse diariamente.

Pienso que con esta descripción las y los lectores que nunca han pasado por la Av. José Aguirre en tiempos de cuarentena, ya tienen suficientes elementos para imaginarse el carnaval que se vive allí todas las mañanas: bocinazos por aquí y por allá, gatos, perros –sus infalibles cacas–, palomas y personas de todas las edades, con disfraces a la última moda y hechos con materiales y tecnología de punta, cánticos a capela de los vendedores ambulantes y los pasos de baile que hemos inventado para evadirnos unos a otros y sobre todo, para evitar ser atropellados. Tampoco les será difícil imaginarse allí al rey del carnaval, vestido de verde chillón, con su corona bien puesta y perreando entre nosotros al ritmo del reggaeton que, como era de esperarse,  ya le han inventado en su honor:

Enfermera, enfermera, tráeme la mascarilla
Tráeme el phillie blunt, la jeri y la pastilla
Me duele la cabeza, la mano y la rodilla
Si tú va' a estornuda' me paro 'e la camilla
Tápate la boca, tú no me va' a enferma'
El coronaviru' a mí no me va a da'
Tápate la boca, tú no me va' a enferma'
El coronaviru' a mí no me va a da'

Cuídate que anda por ahí el coronaviru'
Cuídate que anda por ahí el coronaviru'
Cuídate que anda por ahí el coronaviru'
Cuídate que anda por ahí el coronaviru'

Corona-rona-rona-rona-rona-rona (Oh, oh-oh, oh-oh)
El coronaviru' (Oh-oh, oh-oh)
Corona-rona-rona-rona-rona-rona (Oh, oh-oh, oh-oh)
Rona-rona, el coronaviru' (Oh-oh, oh-oh)

Estoy segura de que después de leer esa poesía irremediable y con el ritmo -por lástima- tan pegajoso del “tun tu tun chin, tun tu tun chin”, en la cabeza, todas las condiciones están dadas para que recreen el carnaval que yo vivo todos los viernes a pocas cuadras de mi casa, en sus cabezas. Sin embargo, también tengo la certeza, de que no les hace falta imaginar nada, porque versiones un poco diferentes de  este carnaval, se replican seguramente cada mañana, en cada barrio, de cada ciudad, de cada departamento, de nuestro país.

A pocos días de que se flexibilice la cuarentena en La Paz y El Alto, me pregunto si realmente estamos listos para dar ese paso y sobre todo si las medidas y acciones que han puesto en marcha los gobiernos municipales son suficientes para fomentar el distanciamiento físico y evitar una crisis sanitaria en las próximas semanas.

Me preocupa que estemos pasando a una cuarentena dinámica con poca o casi ninguna información sobre las reglas para hacerlo, sin la posibilidad de acceder a pruebas rápidas y masivas de Covid-19 y sin que los gobiernos locales ni el gobierno central hayan elaborado una verdadera estrategia de la nueva forma de habitar los espacios públicos.

La pandemia ha tocado cada parte de nuestras vidas, tanto en el ámbito público como en el privado, por ello la manera de salir del confinamiento debe ser muy bien planificada por las autoridades. Son ellas quienes deben liderar los movimientos sigilosos y cautos de esta partida. Ficha tocada, ficha jugada. Tal vez esta frase nos resuene hoy más que nunca, justamente, cuando no podemos tocarnos unos a otros y hacemos el ridículo cada que tenemos que tocar algo, abrir una puerta, recibir nuestro cambio, apretar los botones del ascensor y otras tantas acciones, otrora cotidianas.

Un paso en falso, una jugada no muy bien pensada, puede darle la victoria a nuestro contrincante invisible. Es tarea de las autoridades dar todos los lineamientos necesarios, para minimizar al máximo, la posibilidad de mayores contagios.

Releo mi última oración y hay algo en ella que no me suena; aunque me consuela saber que si el “Papirri” la lee, sabrá muy bien qué hacer con ella, y seguramente mi abuelo también, que después de que escuche esta frase contradictoria, se la hará repetir una vez más a quien sea que se la esté leyendo, para estar seguro de que la escuchó bien, se reirá un poco, hará un comentario en voz alta –que espero no sea muy negativo– y se la anotará en un papel. Cuando su “secretaria de turno” termine de leerle todo mi artículo, le agradecerá vehementemente, y le pedirá que haga algún comentario al respecto.

Sé todo esto porque alguna vez, a mí también me ha tocado, y a mucha honra, ser su “secretaria de turno” y le he leído los artículos de mi padre, los de Julieta Montaño; a quién mi abuelo sigue y admira mucho, los de Valeria Sabater; con quien mantiene contacto a través de las redes y de otros y otras columnistas. A veces también, me ha tocado escribir las cartas y mensajes que mi abuelo me dicta, para enviar a algunas personas y personajes. No deja de asombrarme, que aunque él ya no puede releer sus frases sobre un papel, es capaz de ordenar las palabras  y hacer una sintaxis perfecta en su mente. Recuerdo que, hace unos años, cuando las escandalosas acusaciones de pederastia sacudieron a la Iglesia Católica, le escribimos un mensaje al Papa Francisco y se lo mandamos por Messenger. Creo que él fue el único que nunca le contestó. Sin embargo, mi abuelo me contó, justamente hoy, por teléfono, que aunque el Papa nunca le contestó, a cambio le envió un litro de agua bendita desde el Vaticano. El mensaje era claro y conciso: “Querido Francisco, salva a tu iglesia, anula el celibato, porque los clérigos son humanos”.

Luego, seguramente, se levantará sin ayuda de su silla, erguido y fuerte como si tuviera treinta años, dará pasos briosos atravesando la sala, cogerá el teléfono, buscará en su agenda tamaño oficio mi número y me llamará para decirme entre carcajadas: “Hija, ¿qué es eso de minimizar al máximo? ¡Qué barbaridad! ¿Cómo has podido cometer semejante error garrafal?”. Y aunque no haya ninguna regla gramatical, que avale lo que me dirá mi abuelo, él con sus tantos años de vida y de lectura, tiene toda la autoridad para valerse de la regla que nunca falla: la del oído. Pues evidentemente, choca leer o escuchar: “minimizar al máximo”. Entonces, con esa su voz que adoro escuchar y que no me cuesta nada reproducir en mi imaginación cuando me hace falta, me dirá: “Hubiese sido mejor que escribas “reducir al máximo”, aunque tampoco es correcto, ¿no? No puedes reducir algo al máximo, sólo puedes reducir algo al mínimo, entonces tendrías que haber escrito: “reducir al mínimo la posibilidad de contagios”, y omitir la palabra “mayores” porque está demás, esa hubiese sido la frase correcta, mi nieta querida, mi nieta del alma”.

Ahora, después de mi conversación imaginada, retomo mi hilo perdido, vuelvo y escribo, de manera correcta y enfática –como le gustaría a mi abuelo–: “Las autoridades tienen la encomiable e intransferible tarea de reducir al mínimo la posibilidad de contagios”. En un país como el nuestro, en el que los niveles de educación en general, pero de educación urbana en particular, son bajísimos y las condiciones de los espacios públicos no son idóneas para el contexto de esta crisis sanitaria, la responsabilidad para evitar una escalada galopante de contagios, no puede recaer principalmente en manos de los ciudadanos y su buen juicio o buena voluntad para practicar el distanciamiento físico.

Las autoridades, además de informar sobre las medidas básicas de prevención del contagio, de las reglas de flexibilización de la cuarentena y de las sanciones respectivas por el incumplimiento de las mismas, deberían también pensar en tomar prontamente algunas acciones como las que nombraré a continuación, que ya se han tomado y se vienen ejecutado con éxito en otras ciudades del mundo y de la región, para fomentar el distanciamiento físico y evitar los rebrotes de la Covid-19.

No es un secreto que en varias ciudades del mundo se ha robado asfalto a los coches para otorgárselo a las bicicletas y a los peatones. En este momento, la bicicleta es el vehículo ideal para movilizarse, por ser de bajo costo, ser individual y por la posibilidad que otorga de mantener el distanciamiento físico.

La planicie de El Alto y la ancha dimensión de sus principales avenidas son ideales para que las y los ciudadanos se transporten en bicicleta y puedan, hasta cierto punto, prescindir del transporte público. Para ello, sería necesario que el gobierno municipal de esta ciudad trabaje en un plan vial que redistribuya el espacio de las calles y avenidas y priorice este medio de transporte, implementando rutas exclusivas para bicicletas y quitando el porcentaje de calle destinado a los vehículos motorizados. Si bien la ciudad de La Paz, por su geografía, presenta mayores dificultades para que sus ciudadanos se muevan pedaleando, existen algunas zonas más aptas para ello, como el macrodistrito sur, y barrios tradicionales como Sopocachi, San Pedro y Miraflores, donde ya se podrían habilitar carriles de calles y avenidas exclusivos para bicicletas.

La actual distribución de las calles es bastante inequitativa porque otorga más o menos el 70% del espacio a los coches, y el espacio restante debe ser compartido entre transeúntes con necesidades diferentes, bicicletas, vendedores ambulantes y comerciantes entre otros.  Por ello es tan importante que, en este momento, se rediseñe y redistribuya el espacio vial, para que los transeúntes puedan tener el espacio necesario para desplazarse cumpliendo con la norma de distanciamiento físico de por lo menos metro y medio o, mejor aún, dos metros.

También se debe mejorar el estado de las calles y avenidas de nuestras ciudades urgentemente, pues no son inclusivas. La mayoría de la gente camina sin darse cuenta de que nuestras aceras son imposibles de transitar para las personas con alguna discapacidad física, para las y los adultos mayores, para las mujeres embarazadas y las madres empujando los cochecitos de sus bebés recién nacidos.

Caminar por nuestras calles puede resultar, algunas veces, una verdadera proeza y ni hablar de cruzar una avenida. Los conductores no paran ni reducen la velocidad cuando ven a un transeúnte intentando cruzar la calle, es más, aprietan el acelerador y tocan bocina despiadadamente. Si bien es cierto que este comportamiento responde más a la falta de una educación y sensibilización vial, no se puede negar que no existen suficientes pasos peatonales, pasarelas, rampas peatonales, semáforos, semáforos peatonales, ni señalización vertical u horizontal que obliguen a parar a los conductores para que las personas de a pie puedan cruzar las calles de manera segura.

Además de ampliar el espacio público de uso peatonal, dotándolo de elementos de accesibilidad y seguridad, también se deberían identificar cuáles son los barrios con mayor densidad poblacional, con aceras más angostas y mayor escasez de espacios abiertos y seguros, para poner en acción planes zonales, que permitan mejorar y garantizar los recorridos de los transeúntes manteniendo la distancia física. En estos casos, se podría cortar la circulación vehicular en las calles de mayor movimiento comercial, como en la José Aguirre, durante los horarios de compras o extender estos durante todo el día para que haya menos gente concentrada al mismo tiempo en un solo lugar.

Respecto al uso del transporte público, se debería realizar acciones coordinadas con diferentes sectores para evitar las aglomeraciones y reducir la cantidad de pasajeros en horas pico. En lugar de que todas las empresas y oficinas vuelvan a trabajar en los horarios establecidos normalmente, se podría coordinar con ellas para desfasar y reajustar los horarios laborales de algunas empresas y oficinas del sector público y privado. Si algunas personas entraran a trabajar a las 8:00 a.m., otras a las 9 a.m. y otras a las 10:00 a.m. y pueden salir también en diferentes horarios de sus oficinas para retornar a sus hogares, se evitaría la afluencia de gran cantidad de personas, a ciertas horas, en las calles donde se concentra la mayor cantidad de oficinas, bancos, empresas y centros comerciales. Esto también evitaría las aglomeraciones de gente y las filas para conseguir transporte público a horas pico y la tentación de los choferes de subir a más pasajeros, de los que les permite, actualmente, la norma.

También se deberían intervenir las aceras, plazas y mercados, pintando áreas permitidas o no permitidas para hacer fila, para esperar fuera de un banco o de un cajero, para sentarse en un banco de la plaza o en las paradas de los buses. Todas estas acciones facilitarían el distanciamiento físico y no se estaría dejando tamaña responsabilidad, en manos del buen criterio y el buen accionar ciudadano.

Si bien este virus nos ha puesto en jaque y nos ha forzado a hacer un enroque largo en nuestras vidas, este puede ser también un momento precioso e irrepetible para evaluar las jugadas que hemos hecho hasta ahora y revertir nuestra forma de vivir y habitar las ciudades.

Este puede ser el punto de inflexión para movernos hacia ciudades más verdes, más equitativas, más diversas e inclusivas y más sustentables. Podemos aprovechar este momento para impulsar estrategias y proyectos que pongan el foco en las personas y en la naturaleza. También, cuando llegue el momento y por fin bajemos de esta “curva”, que por ahora es solo una línea recta en ascenso, debemos tomar el impulso de la solidaridad ciudadana y las redes de apoyo que han surgido en este tiempo, para promover políticas activas de implicación y corresponsabilidad en el diseño de nuestras ciudades postCovid19 y en la elaboración de nuevas estrategias para habitarlas.

Y aún así, con estas palabras que evocan esperanza y estos sueños de mejores mundos posibles, me voy a la cama con los ojos aguados y un nudo en la garganta, preguntándome si algún día, realmente, podremos hacerle jaque mate al rey del carnaval y si algún día, realmente, podré disfrutar junto a mi hijo, la dicha de vivir en una ciudad verde, inclusiva, segura y sustentable.

Ciudadanos y ciudadanas de segunda categoría

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