0

Por Rafael Sagárnaga //

La charla sobre cómo hacer que el turismo crezca en Bolivia motivó una, al parecer, ingenua infidencia de cierta joven ejecutiva hotelera. Al evaluar el crónicamente postergado potencial cruceño, aquella empresaria destacó que ciertos hoteles de cinco estrellas han consolidado algunas especialidades en Santa Cruz. “Por ejemplo, está el turismo de negocios, que atrae a empresarios de diversas partes del mundo y tiene citas como la Expocruz… ”, empezó su listado. Y luego de otros ejemplos lanzó la infidencia: “Ahh. También está el turismo de caza aventura, o sea, así como safaris”.

Al momento de dar explicaciones, relató su constancia de que, en determinadas épocas del año, grupos de cazadores son bien recibidos en hoteles top. Luego se organizan para visitar áreas prístinas de las generosas selvas cruceñas y allí acometen contra aves, felinos, roedores, etc. Valga aclarar que aquella descripción, como práctica, no sorprende a muchos. En la mencionada charla, sin mayor sorpresa hubo quien comentó sus experiencias en el Beni o el norte paceño.

Es más, vale recordar cómo se edificaron varias urbanizaciones de lujo en el afamado Urubó. Allí algunas empresas arrasaron primero el bosque y luego contrataron cazadores para matar a las especies sobrevivientes. Los testimonios sobre cómo aparecían capibaras, felinos, reptiles y otros por la carretera que va a Porongo resultan, al parecer sólo para algunos, conmovedores. Finalmente, las empresas ofrecieron sus obras como “condominios amigables con el medioambiente”.   

Poco se puede esperar en un país considerado uno de los 15 más biodiversos del planeta, pero a su vez uno de los más descuidados en la materia. Valga recordar que los 22 parques nacionales bolivianos con sus 18,3 millones de hectáreas sólo cuentan con 295 guardaparques. Es decir que, en promedio, cada guardaparque tiene a su cargo 61.937 hectáreas, o sea, casi 620 kilómetros cuadrados. Peor aún, no sólo que están mal pagados y aprovisionados, sino que frecuentemente son agredidos por sectores corporativos.

El turismo safari es perfectamente posible en Bolivia si además se recuerda la creciente serie de hechos que demuestran la indefensión de sus áreas (des) protegidas. Por ejemplo, entre 2020 y 2022, colonos menonitas se dieron el lujo de erigir un puente de 150 metros de largo sobre el río Parapetí. En realidad, construyeron una ruta atravesando delicadas áreas de preservación ecológica como el parque Kaa Iyaa y los bañados de Izozog. Para ello, a plan de tractor topadora deforestaron casi 3.000 hectáreas de bosque. Los representantes de la etnia más prolífica que habita hoy Bolivia suelen responder a los reclamos: “Yo ya hei pagadou me multa”.

Hay historias peores y muchas. Por ello, la capacidad de asombro debe estar siendo ejercitada. A este paso, no sería raro que se opte por un turismo más oscuro. Quién sabe si empresarios y autoridades apuesten por algo así como el “turismo sado amazónico”, frente al que los safaris ya sólo serían un nivel inicial. Por ejemplo, podrían aprovechar la quinta estación del año que ya caracteriza a gran parte del país. Esa que viene a finales de invierno y se devora gran parte de la primavera: la época de incendios o chaqueos.     

En semanas recientes nomás, ya se produjeron espectáculos aptos para turistas piromaníacos bien perversos. “El fuego, con columnas de 30 metros de alto, quema ya 10 mil hectáreas en Roboré –decía el reporte de El Deber–. Se extiende por una línea de más de 10 kilómetros”. Algo similar empezaba a suceder en otras zonas del departamento. Y es apenas el comienzo de temporada. Quién sabe si en el futuro haya plataformas y drones turísticos para ver el fuego, ornamentados con modelos ataviadas para la ocasión.

Quizás, a este paso, turistas amantes de lo torcido puedan observar cómo se depreda el bosque seco chiquitano de Tucabaca a manos de los “interculturales”. Es considerado único en el mundo, pero desde hace ya cuatro o más años no para de ser agredido. Eso es posible ver con facilidad, irónicamente, desde miradores turísticos que construyeron las autoridades provinciales. Y si se gira la vista es posible advertir las bocanadas de humo que surgen de otras regiones cercanas ya en la plena Chiquitanía. 

No es un único caso de ese estilo. De hecho, hace dos años exactos, otro lugar de singularidad mundial, la laguna Concepción, acabó de secarse gracias, esa vez, a agro industriales y menonitas. Era pródiga en especies de aves y peces. Estaba articulada a los sitios que usan las aves migratorias continentales que vuelan desde la Patagonia hasta Canadá. Décadas antes dos municipios se diputaban aquel cuerpo de agua en el afán de que en el futuro les sirva como atractivo turístico natural. Pero, en 2021, todo se convirtió en un espectáculo dantesco con miles de peces flotando muertos sobre sus aguas. Es decir, material no apto para amantes de la naturaleza, pero quién sabe sí para otro tipo de mentalidades.  

Las historias han dado pie a una virtual antología del desastre ambiental que paralelamente sustenta negocios de agro industriales y latifundistas, supuestamente enemistados entre sí. Sin embargo, es sabido que las cosas se arreglan simplemente alquilando tierras deforestadas a empresarios deseosos de sembrar soya con abundantes agroquímicos. Es decir, más material para exhibir cómo se envenena, hiere y mata la supuesta más abundante riqueza del país. Materia para turismo sado rudo y puro.

¿Algún complemento adicional? Sí. Cuando ejecutivos de las cámaras agroindustriales o las constructoras inmobiliarias son interrogados al respecto suelen soltar ironías y hasta carcajadas. Lanzan algunos adjetivos contra las ONG y esquivan el tema. No faltan opinadores y periodistas que les hacen el coro. Allí se incluye especialmente un singular vocero de la agroindustria que los fines de semana oficia como pastor en un grupo cristiano. Algo propio de sádicos que bien podrían oficiar, si no lo han hecho, de guías turísticos en ese futuro, ojalá, sólo fantasiosamente temido.

Ha empezado la quinta temporada del año en Santa Cruz.  Se la siente a medida que rinitis, asmas y otros males respiratorios aumentan en una metrópoli cubierta por el humo que llega de los bosques. Una metrópoli que ya tiene amenazada su provisión de agua potable, justamente a raíz de la depredación que ha llegado a afectar sus acuíferos. Una metrópoli a la que una consulta realizada por un grupo de periodistas al Chat GPT definió como la quinta peor para vivir en Sudamérica: ver AQUÍ.

¿Cuál la causa principal para dicha conclusión? Los incendios. ¿Resultará tan extravagante considerar un turismo denso y oscuro como próximo frente a semejante situación?    

Recibirás cada 15 días el boletín DESCOMPLÍCATE. Incluye INFORMACIÓN ÚTIL que te ayudará a disminuir el tiempo que empleas para resolver trámites y/o problemas. Lo único que tienes que hacer para recibirlo es suscribirte en el siguiente enlace: https://descomplicate.substack.com/subscribe?


Si tienes dudas, escríbenos al WhatsApp 77564599.

Conflictividad y democracia anómica

Noticia Anterior

Soledad y vanidad final del tirano, segunda edición

Siguiente Noticia

Comentarios

Deja un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *