¿Qué concepto o explicación podría agrupar y revelar todo lo que pasa ahora en Bolivia? Bueno, todo lo que pasa, no: eso es imposible, porque ese “todo lo que pasa” escapa completamente a la capacidad cognoscitiva de un individuo (porque la única forma de conocer algo es en el cuerpo de una persona, y lo más que esta persona puede hacer es comunicar algo, pero la comunicación no es el conocimiento de algo, es un fragmento de ese conocimiento mediado por el acto comunicativo, un fragmento que es fragmento de un conocimiento interior también fragmentario, incompleto, y, casi siempre, falsario, inexacto, dominado por miedos, fantasías y deseos). Entonces, digamos mejor: ¿Qué concepto podría agrupar y explicar significativamente, sustancialmente, algunos rasgos claves de todo lo que pasa ahora, pero también que persiste en el tiempo, en Bolivia?
Los medios de comunicación tradicionales y los social media o redes sociales de Internet (medios sociales, recomienda la Fundéu), están llenos de respuestas a preguntas como ésta. Esto es así porque en el siglo XXI la capacidad de escribir y publicar cualquier cosa, para cualquiera de nosotros, se ha multiplicado exponencialmente. En cualquier momento puedo publicar cualquier cosa y, aunque existan ciertos filtros de control, todo es válido a la hora de hablar sobre lo que llamamos “la sociedad”, en esta gigantesca palestra de opiniones, falacias, alarmismos, fantasías colectivas, intereses individuales o grupales disfrazados de buenas intenciones, etc., que conforma el espacio comunicativo de Internet. Yo también escribo esto para internet: me uno a la baraúnda, aunque trataré de decir algo un poco menos “fantasioso” o parcializado.
Lo que pasa es que, dominados como estamos por las ideologías políticas, parece que las respuestas a todos los males del mundo, está en los gobiernos de izquierdas, o de derechas, según quién lo diga. Unos y otros apoyan a sus políticos que, afirman, “los representan”, aunque en realidad jamás lo hagan. Sólo basta con el dispositivo ideológico interiorizado: el “sujeto cultural” que define Cross, aquello que une e integra a los individuos de una misma colectividad, borrando las fronteras del yo, y constituyendo “un único individuo hecho de la colectividad”. Pues bien, entonces el creer que la izquierda o la derecha tienen la explicación final de todo lo que ocurre, y, por tanto, todas las soluciones, es rendirse al poder del sujeto cultural: rendirse al poder de la ideología que me prefigura y de la cual no puedo-o no quiero escapar.
Pero para eso sirve la ciencia, la razón, y en este caso la sociología, o para eso deberían servir: para escapar de las trampas del discurso ideológico, para ver más allá de sus no sólo equívocas seguridades, sino para ir en contra de sus nocivas consecuencias. Por eso la pregunta sobre qué pasa con Bolivia, aquí y ahora, puede responderse sí, siempre y cuando tengamos la capacidad de ver más allá de las limitaciones del “sujeto cultural” de nuestra época y de nuestros pretendidos “ideales” o valores del momento.
Aquí sólo comienzo a apuntar algunos elementos fundamentales sobre la Bolivia del primer cuarto del siglo XXI. Lo poco avanzado se va para atrás. La violencia crece, porque crece la impunidad y la idea de que el pueblo, por el hecho de ser pueblo, tiene derecho a todo. Eso se llama populismo, pero es un asunto más complejo aún, porque las clases altas tampoco es que escapen de esta especie de máxima del “todo vale”, “todo se puede”, porque se puede y punto. Es un patrón de conducta que viene de atrás en el tiempo, pero se potencia gracias a la permisividad de un gobierno como el actual, y de un modelo de sociedad. Hay una suerte de legitimación del todo vale, a nombre de los derechos, de la “justicia social”. Pero eso así llamado, de justicia tiene poco: es solamente la consolidación de algo que siempre estuvo allí, la capacidad para negar todo progreso, todo humanismo, a cambio de los beneficios, favores y privilegios del grupo corporativo.
Eso es proceso de civilización, o de descivilización. Y con eso quiero decir, como aclaró sabiamente Elias: las transformaciones a largo plazo de una sociedad que, con una direccionalidad realmente existente, pero no planificada, deberían permitir mejores condiciones de vida, pacificación, mayor empatía con los demás, y con la naturaleza, más libertad de acción y de expresión, y mejora de las interrelaciones entre unos y otros. En síntesis: una vida mejor compartida. Puede llamársele también progreso, como fue uno de los grandes ideales de la Ilustración. Pero, parece que, con los acontecimientos recientes, o quizás no tan recientes, en Bolivia lo que tenemos es un proceso de descivilización: camino que empeora la calidad de vida, que produce más intolerancia y violencia que convivencia, desprogreso, es decir, retroceso.
Lo cierto es que este proceso sólo se descubre cuando miramos en el largo plazo, durante siglos, y cuando lo estudiamos así, en esa complejidad, pero también con esa claridad, empezamos a entender mejor lo que aquí ocurre. Esta tarea de estudio profundo y riguroso apenas ha sido emprendida en Bolivia. Y no se trata de un estudio histórico: es, propiamente dicho, un estudio sociológico, porque el pasado no es un mundo muerto y estéril que no haya dejado huellas, o, mejor aún, el pasado está aquí, porque no somos más que una etapa en un proceso, no mundos aparte, entre el mundo de la historia y el de la sociología. Y es también del futuro, porque el proceso no se detiene, no termina hoy, y sigue su rumbo. Entender ese rumbo es tarea del sociólogo. Pero bueno, cuánto nos falta para saberlo.
Es descivilizador contemplar cómo se queman miles de hectáreas de selvas, de bosque seco chiquitano, bosques chaqueños, pastizales y sabanas inundables, tanto como bosques interandinos. ¿Se queman solos? Los incendios los provoca el hombre: esa es una conducta, y cuando adquiere la dramática escala que ahora vemos con estupor, se trata de una pauta de civilización, una pauta de comportamiento. Rapiña, angurria para conseguir tierras para sí mismos, inmediatismo del beneficio, pensamiento rapaz, codicia mercantilista. Pero también es descivilizador bloquear ciudades, impedir el paso de los carros de basura, violentar el orden democrático con marchas y enfrentamientos partidarios para conservar o recuperar el poder político, soñando que ese poder le pertenece a una fracción de la población, quizás para siempre. Es ir contra lo que Rousseau llamó la voluntad general: esa capacidad de la vida en común, una vez firmado el contrato social, por el que una comunidad de individuos acepta la existencia de una autoridad, unas normas morales y unas leyes a las que se someten, y, para evitar la posibilidad de autoritarismo o de despotismo, buscan encontrar “una forma de asociación capaz de defender y proteger, con toda la fuerza común, la persona y los bienes de cada uno de los asociados, pero de modo tal que cada uno de estos, en unión con todos, sólo se obedezca a sí mismo, y quede tan libre como antes”, como decía Rousseau en 1770. Pero eso, esa posibilidad de instaurar una voluntad general que nos permita desarrollarnos y realizarnos como individuos, como comunidad humana y como comunidad de la naturaleza, en equilibrio y restauración permanente, está sometido a la “barbarie” de no ir a ninguna parte.
Pongo la palabra “barbarie” entre comillas, porque sé las connotaciones negativas que a este sustantivo se han asociado. Pero no importa. Sirve, simplemente, para hacer patente lo que pasa. No volveremos a tiempos de extrema violencia, como fueron las sociedades humanas más tempranas. No volveremos, siquiera, a los niveles de violencia y maltrato que los bolivianos se daban entre sí, en el siglo XIX. Pero tampoco avanzamos lo suficiente en crear una sociedad más pacífica, más razonable, más plena de satisfacciones humanas. El retroceso descivilizador siempre es posible, el empeoramiento, el crecimiento de la violencia y la opresión como formas naturalizadas de existencia.
Pero creo que siempre es posible tener esperanza en una sociedad mejor. Traigo a colación, entonces, cómo le respondía Steven Pinker a una estudiante que le preguntaba sobre el sentido de la vida y las razones para querer vivir. Creo que la respuesta (reconstruida luego) de mi admirado Pinker resume maravillosamente lo que aquí quiero decir…entonces lo copio aquí, para tenerlo siempre presente. Respondió Pinker:
“Como ser ‘sintiente’, consciente y capaz de sentir, posees el potencial para ‘florecer’. Puedes refinar tu propia facultad racional aprendiendo y debatiendo. Puedes buscar explicaciones del mundo natural a través de la ciencia, y la comprensión de la condición humana a través de las artes y las humanidades. Puedes sacar el máximo partido de tu capacidad de sentir placer y satisfacción, que permitió a tus antepasados prosperar, y, por ende, te permitió llegar a existir. Puedes apreciar la belleza y la riqueza del mundo natural y cultural. Como heredera de miles de millones de años de vida que se perpetúa, puedes perpetuar a tu vez la vida. Has sido dotada de un sentido de compasión o empatía (sympathy) –la capacidad de querer, amar, respetar, ayudar y mostrar bondad— y puedes gozar del don de la benevolencia mutua con amigos, familiares y compañeros.
Y dado que la razón te dice que nada de esto es exclusivamente ‘tuyo’, tienes la responsabilidad de proporcionar a otros lo que esperas para ti misma. Puedes fomentar el bienestar de otros seres ‘sintientes’ promoviendo la vida, la salud, el conocimiento, la libertad, la abundancia, la seguridad, la belleza y la paz. La historia demuestra que, cuando sentimos compasión o empatía hacia otros y aplicamos nuestro ingenio a la mejora de la condición humana, podemos progresar al hacerlo, y tú puedes contribuir a continuar ese progreso”.
Nada de esto, por desgracia, parece cumplirse hoy, aquí y ahora, en un país como Bolivia. Y los políticos en el poder y sus secuaces se pelean por sus mezquinas ambiciones, y siembran la tierra boliviana de desolación, sin empatías ni simpatías, matando, contaminando, destrozando, persiguiendo, acallando, imponiendo sus codicias sin freno. Estos políticos y sus acólitos que, a tiempo de declarar que están “en contra del imperio” y del capitalismo, son aún más capitalistas salvajes que nunca. Pero quiero creer en las visionarias ideas de la Ilustración, que siguen resonando en los corazones de quienes, con el mismo espíritu de fe en un futuro promisorio, todavía imaginan un mundo mejor del florecer humano y la naturaleza por nosotros cuidada, hacia el infinito.
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