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El martes 15 de septiembre se recordaba el Día Internacional de la Democracia, una fecha establecida desde el año 2007 por la Organización de Naciones Unidas, debido a que la Unión Interparlamentaria adoptó la Declaración Universal de la Democracia en 1997, después de las sucesivas Conferencias Internacionales sobre Democracias que comenzaron en 1988, por iniciativa de la entonces presidenta de Filipinas, Corazón Aquino.

Al recordar ese día, este año el secretario General de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, quiso referirse a la pandemia y señaló: “En estos momentos en que el mundo se enfrenta a la enfermedad por coronavirus, la democracia es crucial para asegurar el libre flujo de la información, la participación en la toma de decisiones y rendición de cuentas por la respuesta ante la pandemia”.

Sin embargo, parece que en nuestro país que actualmente se encuentra en época electoral, tan importante fecha ha pasado desapercibida casi para todas las entidades del Estado, que justamente están llamadas a enaltecer los principios y valores democráticos, la libertad, el voto ciudadano y fundamentalmente uno de los elementos más relevantes de un sistema democrático, los derechos humanos.

Siempre encontramos que muchos sectores de la población se preguntan el porqué de la relación entre democracia y derechos humanos, qué relaciona a estos dos sistemas o, mejor dicho, a estas dos formas de vida.

En primera instancia aclarar que, a pesar de que la Declaración Universal de los Derechos Humanos pareciera que circunscribe a la democracia solamente al ejercicio de voto, esto no es así. La relación entre ambos es interdependiente, casi simbiótica. Básicamente la democracia no puede definirse sin derechos humanos, y estos no pueden defenderse sin aquella.

En un pasado reciente, se vendía el discurso de que vivíamos en una democracia plena, solamente porque estábamos yendo a depositar nuestro voto y con relativa frecuencia. Según información periodística, desde la recuperación democrática, Bolivia vivió más de 44 procesos electorales, entre elecciones nacionales, departamentales, municipales, judiciales, referendos, revocatorias de mandato, etc.

Pero a pesar de realizar este ejercicio democrático, que evidentemente es importante, habría que ver la calidad de los procesos que vivimos. No nos olvidemos que muchos gobernantes no tuvieron ningún respeto a la voluntad popular, como con el tema de la reelección indefinida o la manipulación de datos que se hizo en las elecciones de octubre de 2019, y que algunos partidarios de esos mismos gobernantes abominan que se califique de fraudulentas, adulteradas, mañosas, engañosas o como quieran llamarles.

En otras oportunidades fuimos a votar solo por mero formalismo, como en las observadas elecciones de altos cargos del sistema de justicia. Por lo tanto, este fundamental ejercicio democrático fue mancillado y hasta burlado por los ocasionales gobernantes de turno.

Es innegable que los derechos humanos garantizan elecciones libres y justas en condiciones de igualdad política, además de una comunicación abierta y un proceso libre de formación de opinión. Asimismo, aseguran la aplicación de las decisiones tomadas democráticamente y hacen, por lo tanto, que el régimen democrático tenga efectividad.

Pero el voto no hace a la democracia, esta es mucho más. Esta significa respeto por las minorías y por los grupos vulnerables, dándoles voz, igualdad  y participación, no solamente electoral, sino en la vida del Estado y en la sociedad. Dejar de lado, negar o  inclusive vilipendiar a grupos de diferente orientación sexual, niñez y adolescencia, jóvenes, adultos mayores o pueblos indígenas, no solo vulneran sus derechos fundamentales y básicos, sino los condena a ser invisibilizados, discriminados y, por lo tanto, los conduce a no vivir en un sistema democrático.

La democracia también significa el respeto y cumplimiento de la Constitución y las leyes, es decir vivir en un Estado Constitucional de Derecho, donde gobernantes y gobernados no apuesten por la anarquía, y los últimos asuman una ciudadanía plena.

Es triste ver que nos caracterizamos no por ser buenos/as ciudadanos/as, y eso se aprecia en el día a día, basta con analizar nuestro comportamiento con el prójimo, con nuestro entorno e inclusive con el medio ambiente.

¿Hasta cuando seguiremos con esa vieja idea colonial de que la norma “se acata, pero no se cumple” ? Es necesario construir ciudadanía democrática donde el individuo sea consciente de sus derechos, pero también de sus deberes, así refiere la Declaración Universal de Derechos Humanos:

“1. Toda persona tiene deberes respecto a la comunidad, puesto que sólo en ella puede desarrollar libre y plenamente su personalidad. 2. En el ejercicio de sus derechos y en el disfrute de sus libertades, toda persona estará solamente sujeta a las limitaciones establecidas por la ley con el único fin de asegurar el reconocimiento y el respeto de los derechos y libertades de los demás, y de satisfacer las justas exigencias de la moral, del orden público y del bienestar general en una sociedad democrática”.

De la misma manera, un verdadero régimen democrático que se precie garantizará el ejercicio de los derechos y libertades fundamentales, como de: expresión y prensa, circulación, pensamiento, religión, asociación, la posibilidad de acceso a la información. Cuanto más espacio exista para el ejercicio de estos, automáticamente seremos conscientes de que realmente vivimos en democracia; empero, si los medios de comunicación son acallados, si no podemos llegar de un punto a otro de nuestra geografía por bloqueos o movilizaciones; cuanto más se inmiscuyan los movimientos religiosos conservadores en las decisiones del Estado; cuando no me permitan asociarme libremente u obtener datos, documentación o informes de las entidades del Estado, la vida democrática es solo una burbuja de jabón.

Por último, la democracia significa un orden social orientado a la justicia y bienestar común, servicios adecuados y al alcance de todas y todos, mayores posibilidades de emprendimiento, una educación inclusiva, salud y la garantía del ejercicio de todos los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales, así como los colectivos. Sin ellos, la democracia seguirá siendo solo un envase sin contenido.

Claramente se aprecia la hermandad entre democracia y derechos humanos, y el hecho de que solo se pueden proteger estos últimos en un verdadero Estado democrático. Y si bien es un sistema que no es perfecto, es la mejor apuesta contra el abuso, la violencia y la arbitrariedad.

Espero que luego de finalizar esta lectura no se trague el cuento de que por ir a votar el 18 de octubre ya vive en democracia.

¿Debatirá usted, señor candidato?

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