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Ignacio Vera de Rada ha mandado a Guardiana los tres poemas con los que fue en junio de este año uno de los ganadores del concurso La Nueva Generación de Escritores del Libro de Autor de España. Se trata de una publicación anual hecha en Madrid con los mejores relatos breves y poemas que suelen mandar escritores jóvenes de países en los que se habla español y portugués para un concurso literario en el que cada año se reciben muchos trabajos. Una vez impreso el material es distribuido a librerías de países de Europa, pero también de América Latina.

En septiembre de 2019, el joven escritor paceño también presentó en La Paz su libro titulado Praxíteles en Olympia. Se trata de su cuarto trabajo literario, editado por Plural. En él, el autor cuenta la historia del escultor griego Praxíteles. El prólogo y los posteriores comentarios al libro durante la presentación del mismo estuvieron a cargo del escritor Mariano Baptista Gumucio.

I

Tiene el nombre de las vírgenes

Del cielo

Y los ojos de las mujeres

De Turquía.

Amarillos como la arena de su estirpe.

Verdes como la selva donde la vi.

Sus pestañas son encrespadas

De naturaleza,

Y sus manos como de cristal.

María vive en Madrid,

Pero cruzó el Atlántico

Y se encontró con un poeta

Que hizo de las selvas una imagen de Madrid.

II

En su rostro no había ni una gota de pintura.

La naturaleza la dotó

De la luminosidad de las mujeres bellas

Del Oriente Medio.

Su rostro era mitad felicidad,

Un cuarto de tristeza

Y un cuarto de secreto.

Sus ojos eran poesía,

Más que sus versos,

Más que sus lecturas.

Cuando la tuve frente a mí,

Era un alma hecha de carne y lágrimas.

Cuando toqué la marca de su brazo

Sus ojos se inundaron

Del líquido de la melancolía.

«En aquel río

Siempre se distingue

A las mujeres nobles», le dije.

Sonrió y puse mi dedo en la piel

De sus manos de cristal.

Duda…

Duda de que son de fuego las estrellas.

Duda de la inmensidad del mar y de la pureza del aire de los campos.

Duda de la gravedad que nos tiene con los pies sobre la tierra.

Duda de que la luz es claridad y las sombras oscuridad.

Duda de la existencia de las plantas, los planetas, la lluvia, el viento y el sol.

No creas en todo lo que ven tus ojos, mas solo en lo que tu alma siente.

Duda de la inmensidad del universo y sé escéptica de lo que te digan las constelaciones de astros que nos dan su luz.

Duda de los números y las profecías, de las estrellas y los zodiacos.

Pero nunca dudes de mi amor, jamás dudes del amor que siento hasta en lo más hondo de mi alma por la tuya, y que terminará solo cuando todo haya terminado en este mundo.

Amor en el Montículo

Las luces de la ciudad

En la tierra

Se encendían como las estrellas

En el cielo.

Como si el cielo hubiese bajado

A nuestros pies,

Para sostener al poeta

Y su diosa coronada.

Las montañas acunaban a la tarde.

La tierra pendía de aquel cielo,

Pero era como si el cielo

Hubiese colgado de las montañas.

El monte nevado los veía,

Ocultándose en la melancolía

Del atardecer de otoño.

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