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Por Miguel Pellicer

Martes 25 de octubre de 2022.- Ricardo Trotti puede presumir de tener una visión global del panorama periodístico americano. Nacido en el municipio argentino de San Francisco, en 1958, es el director ejecutivo de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), entidad que agrupa a más de 1.200 medios informativos y que vela por los derechos de los periodistas en un continente donde, a menudo, los reporteros se enfrentan a la censura y la represión. 

Especialista en libertad de prensa y ética periodística —temas que desarrolla en seminarios y conferencias—, Trotti ha sido también editor jefe de El Liberal, en Santiago del Estero, y asistente del director de El Nuevo Herald, en Miami, además de columnista en numerosos diarios americanos. Asimismo, es autor de varios libros, entre los que destaca La dolorosa libertad de prensa: en busca de la ética perdida (Atlántida, 1993).

Aprovechando la próxima celebración de la 78ª Asamblea General de la SIP, que tendrá lugar entre el 27 y el 30 de octubre en Madrid, conversamos con él sobre la situación de la prensa en la región.

¿Cuáles serán los principales retos de la Asamblea General de la SIP en Madrid?

Tenemos que seguir viendo temas referentes al contenido de los medios de comunicación en las plataformas digitales como Google. Esta es una discusión que en Europa está más adelantada que en América, y que tiene que ver con los derechos de propiedad intelectual y los requisitos que los medios vienen pidiendo a las plataformas digitales. Básicamente, las plataformas están usando contenido editorial sin pagar a los medios, que son, a la hora de verdad, los que asumen el gasto de producir contenidos.

El otro tema, muy importante, tiene que ver con la libertad de prensa y de expresión en toda América. Vamos a seguir discutiendo sobre los graves problemas que afectan a nuestro continente, como la violencia a periodistas en varios países como México, pero también en Estados Unidos. Son 34 periodistas asesinados este año, 18 de ellos en México.

También discutiremos sobre los temas vinculados a los viejos y nuevos autoritarismos, que tienen que ver con Venezuela, Cuba, Nicaragua, Guatemala y El Salvador, donde hay atropellos continuos a los medios y periodistas.

Sobre las plataformas digitales y su influencia, hablamos de nuevos hábitos de consumo, de nuevas herramientas y, sobre todo, de modelos de financiación. ¿Cómo se pueden desarrollar estos modelos de financiación en el ámbito digital?

Hay una crisis profunda en nuestra industria que se ha agudizado aún más con la pandemia. Y esto tiene que ver, mucho más específicamente, con el modelo de negocio de los medios de comunicación, que no solo estaba basado en la distribución, sino también en los ingresos por publicidad. Internet ha sabido capturar los datos de los usuarios, y a través de estos datos se han creado nuevos modelos de negocio con publicidad digital. Esa publicidad es mucho más eficiente que la general que ofrecían los medios y ha catapultado a las grandes plataformas a tener unos ingresos totalmente desproporcionados. Y esa brecha se ha ido ensanchando, haciendo que los medios pierdan gran parte de este negocio, que era su sostén principal.

¿Hay capacidad para que los medios mimeticen las fórmulas de las plataformas digitales o, por el contrario, hay que limitar la influencia de estas últimas?

El problema es que hablamos de empresas como Google o Meta, que cuentan con miles de ingenieros trabajando la publicidad programática con un carácter global y constante. Hay medios que son globales, pero, en general, la mayoría no tienen ni recursos técnicos ni económicos para estar a la altura de una plataforma. Eso ha llevado a una gran cantidad de desajustes que ha obligado a los medios a unirse para impulsar leyes que les permitan hacer presión a las plataformas.

Hay que tener en cuenta que las plataformas casi siempre vehiculan la publicidad con los contenidos periodísticos: usan esos contenidos para capturar a sus audiencias y, una vez tienen sus audiencias, les sirven publicidad. Los medios de comunicación aquí están en desventaja, y en los últimos años se ha agudizado el problema; tienen que seguir produciendo contenidos.

Y esta desventaja, ¿cómo se traduce?

En América, por ejemplo, muchos medios de comunicación perecieron en el intento porque hay que contratar periodistas y hacer estrategias. Hay grandes porcentajes de territorio que han perdido los medios de comunicación locales. Son los llamados desiertos informativos: grandes extensiones de tierra donde las arenas de la desertificación de los medios de comunicación se van extendiendo. Un 60% en Colombia, dos terceras partes en Argentina y enormes extensiones de territorio en Estados Unidos, donde se calcula que cada semana cierran dos medios de comunicación. Así vemos cómo se está perdiendo uno de los capitales fundamentales de la democracia, los medios de información local.

La última portada del diario 'La Prensa', uno de los medios que han tenido que cerrar en Nicaragua. EFE/JORGE TORRES
Portada del diario 'La Prensa' de Nicaragua, clausurado en 2021 por el Gobierno de Daniel Ortega. EFE/JORGE TORRES

Desiertos informativos combinados con agujeros negros de las libertades ciudadanas, como comentaba en alguna ocasión. Ahí hay una dupla peligrosa.

Sí, diríamos que es como una tormenta perfecta. De los desiertos informativos naturales emergen unos autoritarismos como el de Nicaragua, donde el Gobierno cerró todo en los últimos años. Hay más de 150 periodistas en el exilio y han perseguido a los medios, después de cerrar el poder judicial y el legislativo.

En muchos casos, el asalto a las instituciones ocurre primero en los medios de comunicación y, paralelamente, en todas las estructuras de poder. Es lo que está sucediendo en El Salvador, donde el presidente Bukele se quedó con el poder judicial y lo reformó, está creando su propia reelección y persigue a periodistas, espiándolos con Pegasus y maltratando a los medios.

Lo mismo pasó en Venezuela, en los últimos 20 años con Chávez y Maduro; en Ecuador con Correa; o, en cierta forma en Brasil con Bolsonaro, con una persecución constante en contra de las libertades de prensa y de expresión.

Es un cóctel molotov. Por un lado, la crisis política de las instituciones; por otro, la crisis de la libertad de prensa. No puede existir libertad de prensa si no hay democracia, y viceversa. En muchos países de las Américas es fácil verlo en este momento.

Malos tiempos para ser periodista en América…

Sin duda. Pese a todo ello, está el coraje de muchos periodistas y medios de comunicación que desde el exilio siguen haciendo su trabajo. Es fácil decir que hay un retroceso en materia de libertad de prensa. Hace 40 años hubiéramos pensado que ahora estaríamos al nivel de países europeos con democracias bien asentadas y con libertad de prensa respetada… pero no es así.

En este contexto, ¿qué puede hacer la SIP?

En el caso de la SIP, somos una organización dedicada al debate y a elevar y amplificar la denuncia. Enviamos casos de periodistas asesinados a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Hacemos presión a muchos gobiernos de América Latina para que cambien leyes a favor de la libertad de prensa. Todas las leyes de acceso a la información pública que han nacido desde 2001 en muchos países americanos se debieron gracias al apoyo de organizaciones como la nuestra. El hecho de que se hayan derogado los delitos de injurias y calumnias a nivel penal o criminal es parte de nuestra lucha, igual que la derogación de los delitos de desacato. En muchos países, los gobiernos se comportaban como monarquías en las que no se podía criticar a las autoridades. Esto ha desaparecido en casi todos los lugares. Hemos conseguido que se creen sistemas de protección para periodistas.

Nuestra lucha va en un grado más silencioso en esos aspectos de influencia en las políticas públicas. Acabamos de volver de Washington para analizar todo el tema de plataformas y elevar el problema de Nicaragua. Vamos a tener misiones en Perú y Guatemala para debatir con los presidentes y los poderes públicos y privados, para entender qué está pasando en materia de prensa.

Y en particular, ¿qué podemos hacer los periodistas?  

Tenemos una responsabilidad profesional y una obligación moral que tienen que ver con la unidad y la solidaridad del gremio. Es muy importante que los medios y periodistas hagan periodismo colaborativo, de denuncia, y que mantengan el tema de la libertad de prensa como parte fundamental de su agenda para construir democracia. Quizás la gente no se da cuenta para qué sirve una denuncia de libertad de prensa en un medio, pero estamos plenamente seguros de que esa editorialización incide en las políticas públicas.

El asalto a las instituciones en muchos casos ocurre primero en los medios de comunicación

La SIP ha promovido las declaraciones de Chapultepec (1994) y Salta (2018). ¿Cómo refuerzan los compromisos a favor de la libertad de prensa y la libertad de expresión?

Las dos declaraciones son principios orientadores que estuvieron vigentes antes y que van a estar vigentes durante mucho tiempo. La Declaración de Chapultepec se basa en 10 principios sobre la libertad de prensa que podríamos considerar del mundo analógico. Por su parte, la Declaración de Salta es una actualización sobre los principios de la libertad de expresión en el ámbito digital.

Salta es un mandato de conciencia a cuatro actores principales, ya que creemos que las responsabilidades son para todos de igual forma: desde un ciudadano a no cometer actos de odio o bullying hasta un gobierno a no criminalizar la libertad de expresión en internet, a las plataformas a que tengan una autorregulación de contenidos para no promover la desinformación, y a los medios de comunicación a que sean responsables con los demás.

Viviendo en Estados Unidos, con la última presidencia de Donald Trump, ¿qué se ha aprendido desde entonces?

Por una parte, que nadie puede pensar que las libertades individuales y sociales, como las de prensa y de expresión, son automáticas. En cualquier momento puede aparecer una disrupción. Esta disrupción tiene que ver con la estigmatización desde el poder político, sobre todo cuando este poder es muy popular. Actualmente hay presidentes muy populares que estigmatizan a la prensa y causan un gran problema en la democracia: López Obrador, Bolsonaro, Bukele, Maduro… No es una cuestión de ideología. Pueden ser de derechas o de izquierdas, pero atacar a la prensa o a la libertad de expresión va en detrimento de la democracia. Eso creo que se aprendió en Estados Unidos: a valorar aún más la libertad de prensa para defenderla siempre.

Por otra parte, a nivel personal, escribiendo bastante sobre el tema, aprendí sobre el gran error de muchos medios de convertirse en activistas, de un lado y de otro, haciendo que se pierda la confianza del público porque los periodistas, en algunos casos, no han sabido guardar la neutralidad necesaria en nuestra profesión. No hablo de objetividad, sino de la falta de neutralidad. Eso hace que cale cada vez más profundo el mensaje de quienes estigmatizan a la prensa. Hay un porcentaje de la población en todos los países que desconfía de las instituciones y, por ende, de los medios de comunicación.

Si tomamos en cuenta la desinformación amplificada a través de las redes sociales, el activismo de los medios de comunicación y la desconfianza del público en las instituciones, tenemos un caldo de cultivo para este tipo de personas autoritarias que ofrecen respuestas mesiánicas y son seguidas por los ciudadanos que en este momento no tienen esperanza en las autoridades actuales.

Todo ello lleva a una fuerte polarización. Se vio en Estados Unidos: una polarización aceitada por el poder político y la desconfianza del público. Ahí, organizaciones como la nuestra y los periodistas tienen la obligación de poner temas sobre la mesa. Al menos, que la gente piense en lo que está pasando.

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