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Texto de Joan Villanueva para Guardiana (Bolivia)

Tres maestras, que han dedicado más de 38 años de su vida a la formación de niñas, niños y adolescentes, miran hacia atrás para contarle a la #ComunidadGuardiana qué les dejaron esos años no sólo en recuerdos, sino en dinero a través del que reciben hoy por su jubilación.

Eloísa, después de 45 años de servicio

En el momento en que Eloísa decidió jubilarse, durante el confinamiento por la pandemia que empezó en marzo de 2020, era directora del colegio Verdad y Vida en la avenida Petrolera, kilómetro nueve de Cercado (Cochabamba). En aquella época, a diferencia del trabajo presencial, que tenía sus límites, la llamaban incluso a las 10 de la noche para que enviara informes, declaraciones y documentos. “Un trabajo fatal”, en sus palabras. Para Eloísa, como para muchas personas, el teletrabajo ha sido un desafío que la llevó a tomar la decisión de jubilarse el año 2021.

Eloísa siempre quiso ser abogada, pero la situación económica de su familia no le permitió estudiar Ciencias Jurídicas. Entonces estudió en la Normal mientras trabajaba en el colegio Anglo Americano de La Paz como profesora de Matemáticas y Ciencias. Actualmente, ella no se arrepiente de tal decisión, pues dice que el tiempo le supo mostrar que enseñar era su verdadera vocación.

Eloísa Guzmán (tercera de la der. sentada), con profesores del colegio Vicente Donoso Tórrez de la Mina Bolívar, 1979 (archivo de Eloísa Guzmán).

El colegio Buenas Nuevas de la Mina Bolívar fue uno de los primeros destinos de Eloísa como profesora. Allí, durante sus ocho años de servicio, conoció a su esposo y la dura vida en la mina, pero también vio los primeros frutos de su trabajo: una estudiante, ahora una mujer adulta, una profesora de Educación Física recién graduada de la Normal, le dijo entre lágrimas cuando se encontró con ella:

—Gracias, gracias. Gracias a usted soy lo que soy ahora.

Eloísa no sabía con precisión con quién estaba hablando: las niñas y niños cambian mucho.

—Soy la hija de don Lucrecio.

Entonces se acordó. Para Eloísa es muy grato encontrarse con quienes fueron sus estudiantes y verlos adultos. Estos encuentros le hacen asegurar que “no ha sido en vano tanto trabajo”, pues, cuando era directora, Eloísa intentaba recalcar el valor de la disciplina en sus estudiantes. “Siempre remarcaba eso en mis estudiantes, si no tienen disciplina, no tienen orden, no tienen un proyecto, entonces no hay nada en el camino”.

A pesar de todo, entre reclamos de sus colegas y sus estudiantes que no querían que ella dejara su puesto de directora, se jubiló. De hecho, para ella misma tomar la decisión de jubilarse no fue fácil. Incluso poco después de haberse jubilado, Eloísa sintió un vacío. Después de 45 años de haber servido a varias generaciones de niños y adolescentes como maestra y directora, después haber estado “trabaja y trabaja y trabaja”, como ella dice, tuvo que jubilarse con un monto de dinero que hoy le sabe a poco para todo lo que hizo.

Eloísa vive en una casa en Tiquipaya junto a su esposo, quien también está jubilado. Si no fuera porque comparten gastos de pagos de jubilación, Eloísa cree que estaría “en una situación más crítica”, puesto que parte de su paga la gasta en servicios de salud. Después de haberse jubilado, comenzó a tener dolores en el cuerpo y la cabeza. En el seguro médico, derivaron a Eloísa al neurólogo, al psicólogo, al oftalmólogo y hasta al otorrinolaringólogo. Nadie supo decirle a qué se debían los dolores y la fisioterapia no era de gran ayuda.

A mediados del año de 2023, parecía no haber solución, hasta que Eloísa contactó a la hermana de uno de sus yernos, quien la atendió de manera virtual y la derivó al reumatólogo por sus síntomas. Fue allí donde Eloísa halló alivio a sus dolores.

Hoy, la exdirectora despierta, prepara el desayuno y semanalmente asiste a hidroterapia para evitar los dolores que aparecieron tras su jubilación. Si bien ahora no trabaja en un colegio, está con sus nietas que mantienen viva su vocación y es a ellas a quienes trata de transmitir experiencias y conocimiento. Eloísa está tranquila, pero insiste en que “si el Gobierno nos dijera a los jubilados que podemos volver a trabajar, volvería”.

Eloísa Guzmán (sexta de la der. sentada), durante las Bodas de oro del colegio Vicente Donoso Tórrez de la mina Bolívar, 2024 (archivo de Eloísa Guzmán).
Heldy, 38 años como maestra

Cuando era adolescente, en Sucre, Heldy le comentó a su familia su deseo de ser auditora. Este deseo escandalizó a su padre, quien tenía en mente, como muchos padres sucrenses de la época, que su hija debía ser maestra para trabajar medio tiempo y poder encargarse el resto del día a la crianza de sus hijos.

—¿Cómo te digo? Era una época en la que la palabra "familia" estaba en muy alto nivel de cuidado —cuenta.

—¿Y tuvo tiempo para encargarse de sus hijos, tal como le había recomendado su padre? —pregunté.

—Ay, hijita… —respondió.

En realidad, Heldy cuenta que no fue hasta que se jubiló que aprendió a convivir con sus hijos. Cuando trabajaba como maestra, Heldy sólo veía a sus hijos al despertar y en la noche, antes de dormir. En los días en los que le daba el tiempo, aunque fuese media hora o veinte minutos en el almuerzo, corría a su casa a ver a sus hijos. En aquella época, la del ejercicio profesional, dormía como máximo cinco horas por noche, ya que apenas llegaba a casa, debía ayudar a cada uno de sus tres hijos en las tareas y deberes del colegio. Uno de ellos incluso se ponía una alarma para despertar a la hora en que ella llegaba, para que le enseñe:

—Mami, esto no he podido hacer en Matemáticas —le decía el niño, todavía soñoliento.

Así, atendía hijo por hijo hasta la medianoche. Todos los días después de esta rutina nocturna, a la mañana, Heldy dice que se sentía tan cansada que apenas podía abrir los ojos. Ella recuerda su pasado de profesora como un sueño y, a pesar de que amaba el aula, considera que todo el esfuerzo que conlleva ser profesora está muy mal remunerado.

Heldy Villegas durante unas vacaciones en Brasil (archivo de Heldy Villegas).

Cuando comenzó a trabajar, Heldy ganaba Bs 3.000. Debido a que este sueldo no le alcanzaba para mantener a sus tres hijos, tuvo que trabajar en los turnos de la mañana, de la tarde y de la noche. Para cuando tenía más trabajo llegó a ganar hasta Bs 7.000, sacrificio que tuvo que hacer a costa de no ver crecer a sus hijos.

El pago de la jubilación que recibe Heldy es de Bs 4.100, “pero es un suspiro”, declara ella, pues de ese dinero, Bs 110 son para el seguro médico y Bs 800 para medicamentos. Ir a la Caja es difícil para quienes se jubilan: “Hay que hacer cola y, si es una emergencia, te atienden y, si no, vuélvase mañana”.

Aunque era feliz enseñando, sufrió de acoso de parte de sus colegas varones y también se preocupaba por las estudiantes, sobre todo por quienes sufrían dificultades, como sucedió con adolescentes que se embarazaron a temprana edad. "En la sociedad la mujer siempre se lleva la peor parte y me da rabia, ¿sabes?”. En su carrera, tanto de profesora como de directora, Heldy tuvo que enfrentarse a los prejuicios y a la misoginia de su ambiente de trabajo. Estos problemas son experiencias que la exprofesora no extraña.

Lo que más recuerda Heldy de sus años de servicio como profesora es la gratificación que sintió en cada etapa al ver a sus estudiantes crecer y convertirse en adultos profesionales. Para ella, aunque ser profesora requirió mucho esfuerzo, no hay ninguna otra profesión tan gratificante, a pesar de todo lo que ha tenido que dejar de lado: “Me siento realizada y estoy muy feliz”.

En la actualidad, después de 38 años de servicio, Heldy despierta y agradece a Dios por un día más de vida. A continuación, prepara el desayuno para ella y para su esposo, quien todavía sale a trabajar. Heldy vive en Tiquipaya, se encarga del cuidado de su jardín, y pasa el tiempo leyendo novelas históricas, dibujando y cocinando.

Martha mira sus 42 años como "profe"

En la avenida Camacho de la ciudad de La Paz, en el quinto piso de un edificio casi centenario, el Krsul, se encuentra la Confederación de Maestros Jubilados. Allí trabaja Martha Leytón Garnica de Quintana como Secretaria General, quien trabajó como profesora 42 años.

Ella, como muchas profesoras, no reconoce físicamente a muchos de sus estudiantes; pero ellos sí la reconocen. Un grato encuentro con uno de ellos se dio cuando ella acudió a un hospital. Él ya era un adulto y médico. Verlo para ella fue una gran alegría “porque una dice: 'Bueno, yo le enseñé a leer a este niño o a esta niña y mírenlo ahora, hecho todo un doctor, hecha toda una auditora'”.

Martha, una maestra jubilada que hoy trabaja como Secretaria General de la Federación de Maestros Jubilados de La Paz (crédito: Guardiana).

Pero, como otras colegas, acerca de la paga, Martha comenta:

—Uy, ¡Dios mío! Ojalá nos hubieran pagado bien por todo el trabajo que hacíamos.

Para ella, el sueldo que percibían las maestras eran y son muy bajos. Martha trabajó como maestra en Tarabuco, Zudáñez y otras provincias de Sucre. En La Paz, Martha pasó por las aulas de Naciones Unidas como profesora de lenguaje y en la Escuela Piloto como directora.

A pesar de ello, lo más lindo para Martha fue ver “a niñitos chiquitos que están aprendiendo a leer y escribir recién. Es hermoso verlos y ver sus rostros, se ve cómo ansían aprender”. Para ella, aquello es lo que “realmente te llena de satisfacción y además te impulsa a mejorar, a actualizarte y hacer más cosas con ellos”.

Las rentas que su generación percibe, cuenta, son todavía más bajas que las rentas que otros maestros que reciben rentas. Quienes trabajaron antes de 1997 perciben un monto que proviene del Senasir y las personas que trabajaron desde que empezaron a trabajar las AFP en Bolivia tienen otro monto que hoy maneja la llamada Gestora.

En 2001, Martha decidió jubilarse para viajar junto a sus hijos a España, lugar donde permaneció varios años hasta que volvió a Bolivia. No ha hecho ningún gasto significativo con su renta y dice que “entre familiares nos ayudamos, nos vemos, nos cooperamos”.

Martha es una persona activa todavía. Despierta todos los días a las 6:30 para preparar el desayuno y prepararse para salir. Ella trabaja en la Confederación de Maestros Jubilados por un pequeño salario simbólico ya que, según ella, la renta que percibe es de menos de Bs 4.000 y le parece poco. El trabajo en la Confederación lo hace para cuidar a los suyos. Para ella, debido al nivel de consumo actual, a las necesidades básicas de salud de los adultos mayores y a todos sus años de trabajo, la renta a percibir de los maestros y maestras jubiladas debería ser de al menos Bs 8.000.

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