Por Esther Mamani para Guardiana (Bolivia)
Lunes 14 de febrero de 2022.- Vanessa Cartagena Carrasco preparó sus fichas de resumen con toda la prolijidad del caso. Su reto era probar que había leído la obra cumbre de Alejandro Dumas: El Conde de Montecristo. Las 720 páginas del libro fueron como un largo bocado de dos meses. No recuerda el apellido de quien le tomó el examen, pero sí el nombre: “Álvaro me tomó el examen".
Una gaseosa de marca monopólica y dos sándwiches de huevo serán los acompañantes de la visita al Centro de Orientación Femenina de Miraflores en la ciudad de La Paz. Los jueves suelen ir pocas personas porque es un día hábil. El clima paceño también hace lo suyo con lluvias, granizos y temperaturas de 10 grados. Vanessa tiene las mejillas rosadas por esas inclemencias y de rato en rato se frota los dedos con unas uñas diminutas. Viste ropa abrigada de colores oscuros y en su cabello el tinte rubio se escapa.
Cuando Vanessa tenía 26 años, fue asesinada Benita Pari Apaza, con quien Vanessa tenía un negocio de venta de lana de llama, alpaca y vicuña. Una tercera mujer habría sido la responsable del crimen, también socia de ambas. Delma Guarabia sería ella y aún está prófuga de la justicia. La sentencia del juez Tercero de Instrucción en lo Penal determinó en 2013 que Vanessa debía pasar 15 años de prisión por el delito de complicidad.
Mujeres como Vanessa no tienen muchas opciones, por eso van contracorriente. El informe de lectura de 2021, encargado por la Cámara Departamental del Libro, es pesimista. En Bolivia el 47 por ciento de los habitantes no lee ni un solo libro cada año, pero de las 57 reclusas de este recinto, 20 se han inscrito en el programa “Libros por rejas”. Desde 2019 se ofrece a las privadas de libertad la posibilidad de pagar parte de sus condenas con horas de lectura.
En el patio de la cárcel paceña, la mujer nacida en San Borja (Beni) ha dado vuelta a esa página, ya no llora ni se golpea el pecho como en los primeros meses de castigo. Enfoca sus energías en las tareas de ser delegada del penal, revisar qué pasa en cada área, ser portavoz en casos de quejas y evitar, claro, la formación de grupos de pelea. La última de sus tareas fue cuando reclamaron mediante una carta pública por las condiciones de la expresidenta Jeanine Áñez al estar ella en una situación mucho más cómoda que el resto de las reclusas.
Hoy es quien mejor puede dar detalles del proyecto de lectura, pues fue una de las primeras en sumarse a él. “La mayoría se alegró, pero no todas podían ser consecuentes con la lectura”, cuenta la reclusa y lectora. Vanessa es la actual delegada de las internas del penal miraflorino, uno de los 51 centros de detención que existen en según datos de Régimen Penitenciario.
El proyecto de lectura empezó como una copia de un programa aplicado en algunas cárceles en Brasil, pero en Bolivia funcionó mejor según Nadia Cruz, defensora interina del Pueblo. “La educación -explica- no sólo es un tema de reinserción, ellas leen para validar horas en prisión”. Por cada libro leído se entrega una certificación de 40 horas según el número de páginas. La lectura de El Conde de Montecristo valía por el canje de 3 certificados ya que es una obra ampulosa.
La Comisión revisora de los avances de las reclusas tiene representantes de la Dirección General de Régimen Penitenciario, Ministerio de Educación, Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito, Defensoría del Pueblo y Centro de Investigaciones Sociales. “No tienen acceso a trabajo, educación, servicios de salud y las bibliotecas son una forma de alentar a la reinserción social”, cuenta Cruz desde su despacho.
Y es que mientras se habla de leer, la mayoría de las mujeres detenidas no puede más que pensar en generar recursos económicos para sus familias. En el penal de San Pedro el interés lector es menor; aunque los hombres también pueden beneficiarse de este programa. Juan Carlos Limpias, director de Régimen Penitenciario, aclara que el programa aplica para quienes tienen penas menores, según catalogación del Código Penal.
Las obras a leer son catalogadas por el Ministerio de Educación según algunos parámetros. Uno de ellos es el de la dificultad y, en ese sentido, hay obras para un nivel de secundaria e incluso de universidad. El número de páginas es el segundo factor que se evalúa: se calcula de 100 en 100. Una certificación por 40 horas implica la lectura de 400 páginas. Las novelas y las obras de teatro son las preferidas.
“Ninguna persona con sentencia de 30 años, acusada de violación, robo agravado o asesinato entra en este programa”, especifica la autoridad. Limpias asegura que todos los recintos tienen una biblioteca apta para una formación, aun cuando la libertad se ha perdido. Vanessa en cambio asegura que la biblioteca con la que cuentan es tan pequeña que es mejor pedir prestados los libros y saborear los títulos en el patio, en sus celdas o incluso en la lavandería.
“La biblioteca es de tres por tres metros y no todos los libros son lindos. Hay de química, física, eso es lo que están donando. Tenemos más de 200 libros en los estantes”, calcula la reclusa. Al otro lado del patio, en el sector de la lavandería, otra reclusa se muestra escéptica sobre el tema porque no se gana dinero y generar recursos es algo urgente para ellas debido a que son jefas de hogar.
Según el portal web World Prison Brief data, de la Universidad Birkbeck de Londres, existe una sobrepoblación de 270% en las cárceles de Bolivia. Aunque se hable siempre de reinserción social, las preocupaciones son tantas entre 18.260 reclusos y reclusas que la lectura no puede hacerse espacio ni por asomo como una prioridad.
Mientras que el protocolo para ver a Vanessa es tan estricto como lento, conversar con la encargada de la galería del mismo recinto no implica tantos esfuerzos como pasar por su tienda en la avenida Busch. “Si sabemos de ese programa, pero con qué tiempo vamos a leer si estamos lavando, tejiendo, cosiendo (...) yo quisiera leer, pero tengo que trabajar”, dice una mujer diminuta detrás de una lámina de plástico que separa a las privadas de libertad encargadas de atención.
La galería del Centro Penitenciario de Miraflores ofrece trabajo de lavandería, tejido a mano y máquina, pintura en tela, corte y confección, manualidades, repostería y macramé. Las reclusas pueden ganar desde 2 bolivianos por un corpiño entregado limpio a 90 bolivianos por lavar una alfombra grande. Llamando al 2- 246177 se pueden hacer los pedidos de cualquiera de esos servicios.
La pequeña mujer que explica los precios baja la voz cuando el policía que es guardia murmura que por Ley 2298 la única conversación que se puede dar en ese lugar es para concretar ventas o servicios. Nada que hacer, los policías ahora son dos, pero antes de que aparezca un tercero la mujer eleva la voz: "Leer puede ser lindo señorita, pero nosotras tenemos que trabajar".
En el recinto penitenciario de San Sebastián de Cochabamba, el 2020, la Defensora recuerda que, durante una entrega de libros, la delegada de las reclusas aseguró que “todas las que leen están más tranquilas, parece que también te calma porque te olvidas por un ratito que estás encerrada”.
El programa se amplió a Centros de Rehabilitación para Jóvenes. Los jóvenes privados de libertad desde 2020 también se pueden acoger al beneficio de redención de días de condena por la lectura de libros. En el Centro de Qalahuma solo el programa permitió la instalación de una biblioteca con 300 libros.
Vanessa aún no sabe qué libro va a leer el siguiente mes. Únicamente sabe que no quiere dejar el programa de lectura. A su paso, las demás reclusas se muestran respetuosas, quizás temerosas, pero ella sigue respondiendo amable.
En el patio del penal donde Vanessa termina de contar sobre el proyecto están cuatro mesas; en tres juegan a las cartas. Aunque es día de visitas hay pocas invitadas, la más llamativa es una madre que abraza a su hija mientras en sus ojos llueve. No lleva libros en la bolsa que metió. El sueño de redimir penas leyendo sigue en construcción.
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