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La escritora, cronista, docente y viajera argentina Ada María Elflein (22 de febrero de 1880–24 de julio de 1919) escribió sobre Mercedes Miranda. Así nos cuenta el sociólogo Mauricio Sánchez en su libro “¡Están aquí! Las mujeres de Cochabamba”.

Después de la sublevación del 14 de septiembre de 1810 en Cochabamba, la orden de los militares españoles fue “proceder con el mayor vigor en contra de los rebeldes “y no escatimar los castigos a los que a su juicio los merecieran, sin consideración a edad, sexo, condición ni estado de los reos”.

La crueldad contra los patriotas se convirtió en sangre.  “Familias enteras quedaron sin hogar; hombres y mujeres sufrieron penas infamantes, cuando no la muerte, y con los indígenas se cometieron crueldades que ellos retribuyeron con usura en cuanto estuvo en sus manos hacerlo. La semilla del odio no se pierde jamás”.

Hubo, entonces, dos o tres ahorcados, una docena de azotados y capturados para enviarlos a otras tierras.  Mercedes Miranda era una joven criolla esposa de un rebelde combatiente. Emocionada por la sublevación, escribió una carta a su pareja. La misiva cayó en manos de españoles que decidieron escarmentarla.

Atada a un cañón, medio desnuda y en medio de la plaza de Cochabamba, debía recibir 100 azotes en presencia de todas y todos. Luego debía permanecer expuesta a la vergüenza durante por lo menos dos horas.

La rea fue conducida desde la Alcaldía —donde la habían encerrado— hasta la plaza pública. Era agraciada criolla. Caminaba entre los soldados con paso firme. No se escuchó de sus labios ni súplica ni queja.  La amarraron a un cañón y le descubrieron parte de la ropa. Empezaron a azotarla. En esa época el ser expuesta ante ojos de los demás con las ropas rasgadas y semidesnuda era la peor afrenta.

Pasó lo que nadie esperó que pasara. Mientras era flagelada, un grupo de personas rodeó la escena para que nadie más pudiera verla. Dice la historia que allá estaban “caballeros, cholos, negros esclavos, arrieros de la sierra, peones de las haciendas, trabajadores de las minas; y todos ellos se estrechaban de tal modo, que ocultaban por completo á la persona que constituía el blanco de la curiocidad general” (sic).

No hubo manera de que el sargento que dirigía la operación, ni sus hombres, pudieran deshacer la masa compacta de gente que rodeaba a la mujer sacrificada. Nadie podía contemplar la escena. Por mucho que los soldados intentaron abrir espacio, el gentío volvía a reacomodarse para cubrir a la dama sometida.

Cuando acabó la flagelación, se temió lo peor. Faltaban dos horas de vergüenza pública. Sin embargo, la gente que la rodeaba no se movió en ese tiempo. Siguió ahí, parada, protegiéndola. A un redoble de tambor desde la Alcaldía se dio la orden de dejar en libertad a la prisionera.

La escritora argentina cuenta: “Mercedes Miranda, entumecida, medio desmayada por el dolor, la emoción y los rayos del sol á que había estado expuesta durante más de dos horas, se apoyó en el cañón, con los ojos cerrados, á punto de caer. Un caballero se adelantó hacia ella, arrojó sobre sus carnes laceradas y semidesnudas una larga capa y con profunda reverencia se ofreció. —Señora, —dijo— permítanos que acompañemos hasta su casa, á la que sufrió por la libertad. Como á una reina la condujo a través de la plaza y alrededor de los dos volvió  á cerrarse la voluntaria guardia de honor. Ni una sola mirada indiscreta logró franquear la barrera que alrededor de la mártir levantaban la piedad y el respeto de ese pueblo de patriotas” (sic).

Fue la primera heroína de Cochabamba a ojos de quienes escribieron sobre ella. Ella era Mercedes Miranda  para quienes recuerdan cada 14 de septiembre un año más de libertad, la misma libertad que para las mujeres en Bolivia y en otros países aún no ha sido conquistada 100 por ciento en los hechos; aunque en el papel ya está consagrada.

11 de septiembre para la memoria

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