El Estado, como red de instituciones y organizaciones que ponen en funcionamiento una serie de políticas públicas y soluciones a los grandes problemas de la sociedad, siempre es objeto de controversia. Sin embargo, tanto la izquierda como la derecha, siempre han tratado de menospreciarlo y degradarlo. En algunos casos, fueron los marxistas quienes plantearon la probable “extinción” y, finalmente, la desaparición del Estado. Después de 141 años de la muerte de Carlos Marx (1818-1883), se vuelve a comprobar que el marxismo aportó muy poco a una verdadera teoría del Estado.
De hecho, Marx dedicó todos sus esfuerzos a una crítica de la economía política y sus análisis políticos fueron, en la mayor parte, brillantes observaciones de las coyunturas más importantes de su época; es decir, reacciones inmediatas para explicar y comprender ciertos momentos históricos, identificando problemas específicos durante los duros momentos de la lucha de clases del tiempo en que vivió. Marx dio un sustento filosófico muy determinante a sus intuiciones metodológicas, así como una interpretación inédita de la historia para comprender el desarrollo del modo de producción capitalista, pero nunca concibió una forma teórica, claramente concentrada en el análisis del Estado.
Fueron sus seguidores como Vladimir Lenin o León Trotsky quienes trataron de imaginar el papel del Estado durante la revolución socialista y el comunismo, argumentando que el Estado se iba a marchitar gradualmente. En el siglo XXI, es evidente que el Estado jamás desaparecerá y la vieja tesis marxista sobre la extinción del Estado, fue un error histórico de gran magnitud. Además, el Estado creció inusitadamente en la ex Unión Soviética y durante el nazismo, hasta convertirse en el eje del bienestar en Europa y Estados Unidos, a finales del siglo XIX y buena parte del siglo XX.
El Estado se encuentra en permanente transformación y sujeto a múltiples tensiones; por lo tanto, no existe tampoco una especie de “tamaño ideal” del Estado que sea aplicable de manera universal a todos los países o situaciones, para ejercer un control óptimo en la solución de problemas fundamentales como la erradicación de la pobreza y la prosperidad. El tamaño adecuado dependerá de una variedad de factores como la estructura económica del país, el nivel de desarrollo tecnológico y político en sus múltiples dimensiones, así como de las necesidades sociales y las demandas políticas en situaciones de conflicto.
En general, un Estado eficiente debe tener la capacidad como para brindar servicios públicos básicos a sus ciudadanos como la educación, atención médica, seguridad y protección, justicia, infraestructura básica y servicios sociales durante la jubilación. Además, el Estado también debe regular o estimular la economía, protegiendo los derechos y libertades individuales de toda su población. El grado de “intervención” del Estado en la economía y cualquier aspecto de la vida social dependerá de las necesidades, según el corto, mediano y largo plazo a lo largo de la historia, y según las preferencias de la ciudadanía en diferentes momentos.
Algunas sociedades preferirán un Estado más grande que proporcione una amplia gama de servicios públicos y controle la economía, mientras que otros países se orientarán hacia un Estado más pequeño, con una función más limitada en el desarrollo económico y social. En última instancia, el tamaño conveniente del Estado está subordinado a una variedad de circunstancias históricas y, además, debe ser configurado por la misma sociedad, a través del debate y la lucha política, junto con el logro de diversos derechos adquiridos.
La extinción del Estado es imposible y, mucho más, su desaparición, ya que implicaría la eliminación completa de todas las instituciones gubernamentales y estructuras de poder que conforman enormes y complejas burocracias estatales. Además, la extinción del Estado implicaría la pérdida de la capacidad del mismo para garantizar la seguridad y resguardar a sus ciudadanos, lo que, tarde o temprano, conduciría a una total anarquía.
El supuesto teórico sobre la extinción del Estado jamás tuvo un sustento histórico, ni tampoco fue una alternativa realista para mejorar la política o el bienestar de la sociedad, ya que la mayoría de las sociedades modernas dependen del Estado para acceder a servicios públicos esenciales, gozar de protección y lograr una estabilidad para la reproducción plena de la vida social que, de otro modo, quedaría destruida. En lugar de desaparecer o extinguirse, el Estado evoluciona y se adapta a los cambios sociales, políticos y económicos que ocurren en su entorno.
La extinción del Estado es teóricamente posible, pero improbable históricamente porque, en la práctica, es imprescindible que toda sociedad tenga un sistema gubernamental, el cual proporcione funciones públicas vitales y, básicamente, defienda a sus ciudadanos mediante el orden político, la administración de justicia, y la defensa necesaria, en caso de guerras internacionales y varios incentivos de control como las acciones del Estado para la protección del medio ambiente.
Al recordar 141 años de la muerte de Marx, es importante aclarar también que fue Federico Engels, su compañero de lucha y mecenas, quien estudió con mayor detalle el nacimiento del Estado. En el clásico estudio de Engels El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado se argumenta que toda estructura estatal es una red luchas por el poder que surge como resultado de la división de clases y la necesidad que tiene una clase dominante de mantener su dominio sobre la sociedad. Engels afirma que el Estado es una herramienta de opresión al servicio de los intereses de la clase dominante y, en consecuencia, su existencia será temporal e innecesaria en una sociedad sin clases, el sueño marxista del comunismo.
Según Engels, la eliminación de la propiedad privada y la creación de una sociedad comunista, permitiría la abolición del Estado, ya que no habría una clase dominante que necesite mantener su poder a través de la coerción estatal. En el comunismo, las funciones que anteriormente eran realizadas por el Estado, serían asumidas por la comunidad en su conjunto, lo que llevaría a la disolución gradual del Estado. Sin embargo, es importante tomar en cuenta que esta perspectiva es teórica, a través de la famosa propuesta del “materialismo histórico” marxista. En la realidad, la eliminación total del Estado no ha sido alcanzada por ninguna sociedad comunista ya que ésta nunca existió, ni podría existir. Asimismo, otros pensadores tuvieron perspectivas diferentes sobre el papel del Estado en el comunismo o socialismo, como Stalin, Mao y el mismo Mijaíl Gorbachov antes de la desaparición de la Unión Soviética.
Engels, al igual que Marx, planteó que el Estado era una institución que surgía de las contradicciones de clase en la sociedad. Según esta teoría, el Estado tiene como función principal mantener la dominación de una clase sobre otra, mediante el uso de la violencia y la coerción.
En El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Engels argumenta formalmente que, en una sociedad comunista sin clases sociales, el Estado perdería su razón de ser. El Estado se convertiría en una institución transitoria que desaparecería, una vez que la sociedad hubiera alcanzado un estado de armonía. En este contexto, Engels utilizó la metáfora del “hacha de bronce”.
El hacha de bronce, al igual que el Estado, escribió, sería una herramienta que se utiliza en una etapa determinada de la historia, pero que con el tiempo perdería su función, convirtiéndose en un objeto histórico en desuso. En la sociedad comunista, el Estado perdería su papel como herramienta de dominación y se transformaría en algo obsoleto que ya no tiene lugar en la sociedad del futuro. Por lo tanto, para Engels, el Estado estaba destinado a quedar en el “museo de la historia”.
De esta manera, fue Engels, y no Marx, quien afirmó tajantemente que el Estado era un instrumento pasajero de opresión que puede desaparecer en la sociedad comunista sin propiedad privada. Es por esto que ni Marx ni el marxismo, tuvieron una sólida teoría del Estado porque éste fue transformándose en una red tumultuosa de organismos y entidades, que en el siglo XXI son fundamentales para enfrentar los problemas globales como el calentamiento global, la sobrepoblación, las amenazas nucleares y los dilemas de la inteligencia artificial. El Estado nunca desaparecerá. Todo lo contrario, contribuirá a que la sociedad y la economía puedan permanecer en medio de un equilibrio, siempre difícil de ser controlado por las burocracias tecnocráticas, los partidos políticos y los desafíos de la gobernanza digital a escala universal.
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