Por Narayani Rivera* //
El internet se percibe como un espacio de infinitas posibilidades y terribles peligros. Nada despierta más ansiedad social sobre esta tecnología, que abarca y diluye las dimensiones públicas y privadas de la vida humana, que el efecto que puede tener sobre la seguridad de la población más joven: niñas, niños y adolescentes. El miedo es comprensible. Los niños y niñas no sólo se encuentran en una etapa de desarrollo emocional y cognitivo que los y las hace más susceptibles a sufrir daño frente a diferentes agresiones, tanto en el mundo online como en el offline, sino que también se trata de una generación altamente digitalizada en la que el Internet y las redes sociales están completamente integrados en su vida.
La seducción pederasta por medios digitales, también conocida como grooming, se presenta como uno de esos escenarios de pesadilla del espacio digital. El grooming abarca todas aquellas acciones deliberadas realizadas por un adulto en el entorno digital para ganarse la confianza de un niño, niña o adolescente con el objetivo de manipularlo y cometer abuso sexual. De este modo, el grooming es la antesala de muchos escenarios de violencia sexual, entre los cuales se encuentran la captación para trata de personas, la explotación sexual comercial, la difusión de imágenes íntimas sin consentimiento y la extorsión de niñas y adolescentes.
A partir del acompañamiento a víctimas de casos de violencia digital a través de la línea de ayuda del Centro S.O.S Digital, se observa que este miedo no está infundado. Cada vez son más comunes los casos de violencia sexual digital, especialmente aquellos relacionados con la extorsión, amenaza y difusión de imágenes íntimas sin consentimiento. En muchos casos, las víctimas son mujeres adolescentes que han sido convencidas de compartir fotos íntimas mediante manipulaciones y engaños. En ese sentido, es importante resaltar que las estrategias en el grooming son muy diversas y los agresores son hábiles para explotar las vulnerabilidades emocionales, psicológicas y económicas de las víctimas para conseguir su propósito.
Sin embargo, este tipo de violencia no ocurre en el vacío y, por lo tanto, es necesario considerar diversos factores como sociales, culturales y económicos que no sólo facilitan la perpetración de este tipo de violencia, sino que también generan discursos en torno a este fenómeno y, por ende, influencian en las prácticas establecidas tanto para prevenirlas como para atenderlas. Uno de estos discursos es el insuperable miedo al extraño.
Cuando se habla de violencia sexual infantil, es inevitable señalar al extraño como el principal peligro y generar estrategias de prevención en torno a eso, como las conocidas frases: "No hables con extraños" o stranger danger en inglés. Sin embargo, en realidad, la mayoría de los agresores son personas cercanas a los niños, incluso miembros de la misma familia.
En el espacio digital, la amenaza del extraño crece y se hace más presente debido a la facilidad que ofrece internet para asumir diversas identidades y mantener el anonimato. Por otro lado, el fácil acceso a las redes sociales posibilita que un solo agresor tenga contacto con muchas víctimas simultáneamente, independientemente de la distancia física entre ellos.
No obstante, el concepto de extraño se vuelve más confuso en el espacio digital y en las plataformas de redes sociales. Por ejemplo, la noción de amigos y seguidores en redes sociales suele incluir a personas con las que no se tiene un vínculo cercano. De manera similar, conectarse con el "amigo de un amigo", comentar una publicación o responder a un comentario no es considerado para muchas personas como interactuar con un extraño y no necesariamente implica un riesgo de peligro. Por el contrario, el internet ofrece la posibilidad de generar comunidades digitales con personas afines o conocer perspectivas completamente diferentes a las que se encuentran en el entorno físico de una persona.
Sin duda alguna, a cierta edad no es necesario interactuar con extraños, y es recomendable que en la edad escolar se reduzca la posibilidad de estas interacciones, pero a medida que una persona crece, estas interacciones se volverán más comunes. Por lo tanto, el problema no es cómo evitar al extraño en los espacios digitales, sino cómo reconocer los indicios de peligro en las interacciones digitales que inevitablemente tendremos con personas que no conocemos de forma presencial.
El grooming es una amenaza real y las estrategias para prevenir y abordar este problema no serán simples e implicarán identificar los diferentes factores sociales asociados a este tipo de violencia a partir del diálogo entre diversos actores tanto del aparato estatal como de la sociedad civil, entre los que se incluyen a las mismas niñas, niños y adolescentes. Mientras tanto, como adultos debemos recordar que, a pesar del temor que nos genera el grooming, imponer restricciones severas frente al uso de internet no es la solución. La clave está en equipar a nuestros niños, niñas y adolescentes con las herramientas necesarias para reconocer señales de advertencia y buscar ayuda cuando enfrenten situaciones sospechosas. Es necesario fomentar un equilibrio entre la protección y el aprovechamiento de las oportunidades que ofrecen los espacios digitales para asegurarnos de que nuestros niños y niñas puedan disfrutar de un entorno en línea seguro y enriquecedor.
*Integrante del equipo del Centro SOS Digital de la Fundación InternetBolivia.org
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