Por Otto Colpari Cruz*
En una nota editorial del periódico El Deber se reivindica, mediante su titular “La necesidad urgente de la biotecnología”, la producción agropecuaria a gran escala en nuestro país. Según sus argumentos, Bolivia tiene una creciente demanda de los agricultores para el uso de biotecnología en sus cultivos. Los transgénicos serían favorables para enfrentar la sequía, para el aumento de las exportaciones y para garantizar la seguridad alimentaria.
En este pequeño artículo quiero cuestionar la veracidad de estas supuestas bondades del uso de la biotecnología en el agronegocio. En realidad, representa una serie de amenazas para el desarrollo económico local de toda la sociedad boliviana. Como plantea el profesor inglés Henry Berstein, quien es uno de los mayores referentes de los estudios agrarios en el mundo, la biotecnología es una herramienta más para la consolidación de la agroindustria o como otros autores denominan los imperios alimentarios.
Por ende, la biotecnología en el sector agroindustrial es la representación de las nuevas formas de estructuración del capitalismo agrario guiada por lo que Henry Berstein llama la globalización neoliberal. Además, el Grupo de alto nivel de expertos en seguridad alimentaria y nutrición (GANESAN o HLPE-FSN, por sus siglas en inglés) del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA) de las Naciones Unidas ha identificado que el sistema agroindustrial de producción de alimentos tiene fallas, es ineficiente y contradictorio. El simple aumento de la producción como piden los agroindustriales en Bolivia no es suficiente; puesto que es necesario que la producción de los alimentos sea segura, saludable y nutritiva.
La utilización de la biotecnología en este sector va acompañada de un programa neoliberal que no es simplemente el efecto “automático” de la naturaleza cíclica y de las contradicciones del capitalismo (por ejemplo sobreproducción, sobreacumulación y sus presiones en la tasa de ganancia), sino que representa un programa ideológico y político para resolver los problemas del capital. La biotecnología constituye y es parte de un régimen alimentario o un sistema alimentario basado en un enfoque empresarial de comercio multilateral, sustituyendo el básico aspecto mercantil, con efectos perversos para la agricultura familiar campesina y en la población rural en general.
Uno de los primeros efectos de aplicación del agronegocio con biotecnología es la reducción del apoyo estatal a pequeños productores agrícolas. Esto significa que el Estado Plurinacional de Bolivia, al realizar mayores inversiones para la producción de alimentos transgénicos, llevará a un proceso que ya se ha estudiado en otros países, me refiero a la desagrarización y la descampesinización, dos categorías que provienen de la sociología rural. Por tanto, la aplicación de la biotecnología guía el camino para el despoblamiento de territorios campesinos e indígenas por una mayor proletarización de una masa rural que de por sí está profundamente marginada.
Un segundo efecto perverso de la biotecnología se representa en ese discurso economicista que plantea que un aumento en las exportaciones va a llevar a captar más dólares que van a solucionar los males económicos de nuestro país. Sin embargo, como se ha estudiado ampliamente en otros países, esto conlleva el abandono del “desarrollo nacional” y la producción para el mercado interno. La biotecnología acaba sepultando o afectando seriamente otros modelos de producción de alimentos como la agroecología, los sistemas agroforestales, la agricultura familiar y la producción alimentaria de economía de bosques, entre una gran variedad de formas de producción alimentaria local. La representación de ello es que en otras sociedades supuestamente “más desarrolladas” terminan teniendo como principal fuente de alimentación a los supermercados.
Otro efecto muy grave, por cierto, es que la biotecnología lleva a un aumento o profundización de la mercantilización y especialización de la producción de mercancías alimentarias creando agricultores capitalistas.
Es muy importante preguntarse: ¿Quién es el propietario de la biotecnología y los alimentos transgénicos? ¿Quién es el que obtiene directamente los beneficios de los alimentos transgénicos? La respuesta recae en un pequeño grupo de empresarios agrarios, que son los principales beneficiados, que consolidarían en Bolivia formas más avanzadas de un capitalismo financiero agrario. Es decir, un mayor vínculo con bancos y entes financieros que simplemente ven a los individuos como clientes.
El aumento de un capitalismo financiero agrario en nuestro territorio consolidará nuevas clases sociales en el sector rural de nuestro país, que ya se representa en una nueva élite de “campesinos ricos” que cuentan con apoyo de aspirantes de empresarios agrarios entre comunidades interculturales y menonitas que se apropian de los recursos generados por la biotecnología a nombre de la seguridad alimentaria.
Finalmente, la agricultura industrial sobre la base de innovaciones tecnológicas como la biotecnología causa graves impactos ambientales, siendo la deforestación de bosques, la erosión y contaminación de los suelos, y la galopante pérdida de biodiversidad los más significativos.
Paradójicamente, esto genera baja productividad, infertilidad de los suelos, escasez hídrica, variaciones de temperatura y eventos climáticos extremos cada vez más frecuentes. Por lo tanto, el impacto ambiental de la agricultura se convierte en una especie de paradoja, perjudicando no sólo la seguridad alimentaria de la población, sino también agravando la pobreza.
Una respuesta frente a la biotecnología ya fue delineada en el Mandato del XI Foro Social Panamazónico, realizado en junio pasado en Bolivia, que plantea la necesidad de implementar la soberanía alimentaria y los sistemas alimentarios locales de base agroecológica y a la conformación de alianzas con la academia para generar investigación e innovación. La producción de alimentos debe considerarse más allá de una mera mercancía de exportación, hay que considerar su valor nutricional y su estrecho vínculo con los ecosistemas.
Por otro lado, la Agenda 2030 de las Naciones Unidas ya ha delineado que la recomendación principal para las sociedades humanas del presente Siglo XXI es construir sistemas alimentarios que conecten el clima, la agricultura y los alimentos, puesto que ese modelo agroindustrial que surge después de la Segunda Guerra Mundial es ineficiente y contradictorio.
El Estado Plurinacional de Bolivia, supuesto defensor del campesinado y del movimiento indígena, lejos de desincentivar a los pequeños productores agropecuarios, a favor del capitalismo agrario, debe incorporar programas estatales socio-productivos con enfoque agroecológico y con base en la agricultura familiar campesina que pueda construir un mercado interno de alimentos sin los perjuicios que la biotecnología arrastra en otras latitudes.
Otto Colpari Cruz es investigador de la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático (PBFCC)
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