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Cada 6 de agosto celebramos el día de Bolivia y en 2025 celebraremos 200 años de la fundación del Estado boliviano. A casi un año de esa importante celebración conviene evaluar cuál ha sido nuestra evolución, empezando por uno de los valores básicos con los que fue creada: el civismo.

El civismo o urbanidad se refiere a las pautas mínimas de comportamiento social que nos permiten convivir en sociedad de manera civilizada. El civismo nace de la relación de una persona con su localidad, nación y estado.​ Por tanto, un ejemplo de civismo es cómo se comporta la gente y cómo convive en sociedad. Otra definición afirma que el civismo “se puede entender como la capacidad de saber vivir en sociedad respetando y teniendo consideración al resto de individuos que componen la misma, siguiendo unas normas de conducta y de educación, que varían según la cultura del colectivo en cuestión”.

Hoy, me parece necesario retomar este valor básico que prácticamente está olvidado, no se fomenta en las escuelas salvo en las horas cívicas cada lunes, aniversario patrio o el 23 de marzo al conmemorar la pérdida del Litoral boliviano. Pero, ¿por qué no recordamos con ese ahínco nuestra derrota en la Guerra del Chaco ni durante la Guerra del Acre?

¿Por qué no lo recordaremos cuando algunos “grupos sociales” bloquean las carreteras principales, marchan en las ciudades o sabotean la economía con el justificativo por ejemplo de que el contrabando, la venta de ropa usada o autos sin papeles les permite sobrevivir? La evasión de impuestos es considerada un delito, pero son aún insuficientes los esfuerzos que el Estado hace para lograr que la importación de productos sea legal cuando se ha institucionalizado y normalizado que comunidades íntegras protejan a los contrabandistas que incluso atacan y asesinan a los funcionarios aduaneros o las fuerzas policiales y militares.

Tampoco se recuerda la noción del civismo cuando el contrabando ahoga la industria nacional, los empleos legales y el pago de impuestos a las empresas bolivianas y empresas estatales. Importamos más de lo que producimos y exportamos, la sociedad de consumo terminará por consumir nuestra economía y nuestro bienestar. Qué poco se habla de ello.

El artículo 18 de la Constitución Política del Estado (1826), al año de creación de Bolivia, planteó que “el ejercicio de la ciudadanía se suspende: 1° Por demencia; 2° Por la tacha de deudor fraudulento; 3° Por hallarse procesado criminalmente; 4° Por ser notoriamente ebrio, jugador o mendigo; 5° Por comprar o vender sufrajios [sic] en las elecciones o turbar el orden de ellas”.

Si bien ese primer documento constitucional ha sido modificado, tal vez sería necesario recuperar esas nociones de que el civismo lo ejercen quienes son considerados ciudadanos y, por tanto, deberían dejar de serlo si actúan criminalmente o cometen delitos contra los actos electorales o el orden de la sociedad.

Por otro lado, a casi dos siglos de la promulgación de esa Carta Magna, el artículo 8 de la CPE (2009) expresa:

I. El Estado asume y promueve como principios ético-morales de la sociedad plural: ama qhilla, ama llulla, ama suwa (no seas flojo, no seas mentiroso ni seas ladrón), suma qamaña (vivir bien), ñandereko (vida armoniosa), teko kavi (vida buena), ivi maraei (tierra sin mal) y qhapaj ñan (camino o vida noble).

II. El Estado se sustenta en los valores de unidad, igualdad, inclusión, dignidad, libertad, solidaridad, reciprocidad, respeto, complementariedad, armonía, transparencia, equilibrio, igualdad de oportunidades, equidad social y de género en la participación, bienestar común, responsabilidad, justicia social, distribución y redistribución de los productos y bienes sociales, para vivir bien.

Nuestra última constitución plantea con mayor precisión un Estado basado en el respeto e igualdad entre todas y todos, con principios de soberanía, dignidad, complementariedad, solidaridad, armonía y equidad en la distribución y redistribución del producto social, donde predomine la búsqueda del vivir bien; con respeto a la pluralidad económica, social, jurídica, política y cultural de los habitantes de esta tierra; en convivencia colectiva con acceso al agua, trabajo, educación, salud y vivienda para todos.

En consecuencia, si comparamos la Carta Magna de 1826 con la de 2009, se aprecia que los valores y principios ético-morales de la sociedad boliviana aparentemente mejoraron. Sin embargo, lo que se percibe cada día es una voraz destrucción de nuestro ecosistema por intereses económicos, altos niveles de corrupción de los funcionarios públicos y de la población. Las leyes que poseemos son buenas y perfectibles, pero no se cumplen o se lo hace parcialmente.

En la actual situación económica se niega la crisis, pero en las calles se especula y sube el precio de los alimentos y de todo bien material. La causa es la falta de dólares, afirman muchos y, sin duda, su costo ha subido sin control alguno. Nuestra sociedad se ha vuelto una “selva” en la que la consigna es “sálvese quien pueda”. Honrar a la patria no forma parte de las prioridades de políticos, dirigentes, empleados públicos, pequeños, medianos y grandes empresarios.

Una campaña denominada “Sumarse Panamá” (2024) sugiere que nuestras acciones diarias son clave para honrar a la patria, en nuestras manos está destacar:

  • Mantener vivas nuestras tradiciones autóctonas y folclóricas, al igual que respetarlas
  • Los símbolos patrios, usándolos de manera correcta
  • Conocer y consumir el producto nacional, valorando el trabajo del campo
  • Contar las historias de mujeres destacadas y promover la igualdad de género
  • Conocer nuestros deberes y hacer valer nuestros derechos.

Parecen pautas básicas, sería bueno tomarlas en cuenta. Mientras tanto, qué lejano se me hace el recuerdo de cantar el himno con fervor, qué pocos lo sienten. Al parecer la mayoría hemos olvidado el significado de patria. Tampoco creo que estén trabajando en ello policías y militares, aunque excepciones existan.

Nuestro país está desprotegido porque hemos perdido el rumbo. No contamos con una formación cívica, nos avergonzamos de ser los derrotados siempre. No creo que la solución provenga de un líder caudillista, ni de un partido político solamente, depende de cada boliviano y boliviana que trabaje honradamente y trate de recordar por qué ama o no ama su país. Sólo entonces, la reflexión como sociedad empezará a repensar nuestra educación, en especial la educación ciudadana, que guíe nuestro comportamiento y supervise la búsqueda del bienestar de todos porque significa el propio.

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