Una de las lecciones más importantes en el desarrollo del liderazgo caracterizado por dimensiones éticas, es la necesidad de volver a “creer en algo”: creer en la familia, en el amor, en el compromiso colaborativo, en los amigos, en uno mismo, en los derechos humanos, en la tolerancia, en la hermandad, en una ideología, o en la posibilidad de ser uno mismo a través del aprecio de otros seres iguales a mí. Por lo tanto, todo liderazgo que sea capaz de actuar con fuerza, necesita de un conjunto de convicciones éticas, entendidas como orientaciones de convivencia y aspiraciones de futuro, con la finalidad de luchar hasta lograr resultados concretos que beneficien, humanamente, a la mayor parte de la sociedad.
Una de las características primordiales del liderazgo contemporáneo es ponerse en el lugar de los demás, actuar con una amplia inteligencia emocional y transmitir convicciones firmes para atraer a los seguidores hacia un terreno de valores importantes que se transformen en la razón que desencadene múltiples compromisos.
En el siglo XXI tenemos el desafío de sintonizar las creencias con todo tipo de ideas. En varias ocasiones, nuestras ideas son mucho mejores que nuestras creencias y de aquí que el reto del líder es hacerse creíble, especialmente para dirigir procesos de cambio frente a los cuales no es fácil comprometer equilibrios y proyectos ambiciosos que no impliquen desfallecer a medio camino. La gente, entonces, valora mucho cuando encuentra una persona que vive lo que realmente cree, encontrando así un estímulo ético para vencer las resistencias al cambio que provienen de los políticos mentirosos, de los individuos conservadores, de las conductas discriminatorias y del falso orgullo egoísta que termina por socavar los grandes proyectos.
El liderazgo enraizado en una ética sólida siempre está abierto a la cooperación, a los esfuerzos colectivos y a la renuncia del narcisismo, con el propósito de beneficiar a los seguidores que confían en el líder. Vivir lo que uno cree es mucho más difícil que plantear ideas brillantes, incluso si se tuvieran grandes aportes y soluciones sustentadas en ideas innovadoras. Si un líder quiere vencer cualquier adversidad, convencerá con mayor contundencia al ejercitar una conducta que es fiel a sus valores y creencias. Esto es parte de una inteligencia emocional donde cualquier persona pone en juego sus capacidades subjetivas para controlar emociones, transmitirlas con honestidad, comprender más claramente las emociones de los demás y brindar apoyo substantivo por medio de un relacionamiento más humano e igualitario.
La mayoría de las sociedades se caracterizan por generar ideas extraordinarias. La era de la información y el desarrollo tecnológico definitivamente es la era de las grandes ideas. Para el líder, sin embargo, muchas veces es necesario dejar de inventar más ideas y empezar a vivir genuinamente aquellas en las que cree. La gente está inundada con miles de ideas, pero si no observa que los líderes creen en lo que están predicando, entonces se produce una enorme decepción que destruye los mejores planteamientos. Ofrecer lo que no se puede cumplir y pensar que el liderazgo es una extensión de la megalomanía personal conduce a la parálisis.
En el liderazgo donde se articulan las ideas con las creencias destaca una voluntad ética; es decir, se cultiva un conjunto de valores que impulsan las acciones en los momentos de acción y en las circunstancias más difíciles. Los valores son cualidades que tienen las acciones, las personas y las cosas porque así tales acciones y la gente se hacen más atractivas. Cuando una acción, persona o institución tiene un “valor positivo”, resulta atractiva para nosotros como el honor, el sacrificio y la bondad. En cambio, cuando tiene un valor “negativo” como la conducta discriminatoria, la farsa, el crimen y la mentira, todo se hace repugnante. Podemos decir que una institución es justa cuando es atractiva para la mayoría de las personas; sin embargo, podría también decirse que es injusta cuando es repelente, además de ilegítima, por ejemplo debido a la corrupción. El liderazgo sustentado en la ética y los valores se asienta en el atractivo de los mejores ejemplos, de las conductas honorables y los proyectos en los que vale la pena “creer”.
Los valores importan porque una vida humana sin éstos no es verdaderamente humana. El liderazgo guiado por valores rechaza la visión, donde lo más importante en este mundo son los “hechos”. En muchos casos se exige erróneamente que en la escuela se enseñen hechos y conocimientos científicos vaciados de valores. Sin valores no hay vida humana y tampoco un liderazgo creíble. El éxito de la educación radica en la discusión y reflexión sobre los valores, reforzando la imaginación, adiestrando las emociones, el corazón y la creatividad. Esto evita que nuestras vidas se conviertan en hechos inhumanos como trata de hacernos creer el tipo de sociedad tecnificada de la globalización, o aquellos tecnócratas que poseen un exagerado sentido de superioridad, debido al dogmatismo concentrado en los hechos y las comprobaciones científicas.
Observar y analizar los hechos conduce a la indiferencia y la incapacidad de tomar una posición o evaluar situaciones donde se requiere un alto sentido de compromiso. Cuando uno decide comprometerse, tanto el líder como sus seguidores ponen en funcionamiento diferentes mecanismos de inteligencia emocional, así como aspectos psicológicos que no pueden medirse fácilmente o supeditarse a la contemplación de los hechos, cuando, en el fondo, lo que se requiere es la práctica de valores y actitudes mentales para promover la cooperación, que es lo que efectivamente puede cambiar muchas circunstancias.
Si los valores son cualidades de las cosas, de las acciones y de las personas, es porque nos ayudan a construir un mundo habitable. Nuestra vida puede tornarse en un mundo suspendido en comodidades materiales, pero en muchas situaciones no nos sentimos como en casa porque hace falta “habitabilidad ética”. El mundo tecnocrático donde persiste la pobreza, no reúne las condiciones de habitabilidad humana cuando millones se mueren de hambre y cuando la violencia es una forma de vida. Los valores acondicionan el liderazgo, haciéndolo legítimo y deseable. La justicia, libertad, igualdad, no discriminación y la belleza, hacen a un mundo vivible y humano. Quien vive lo que cree y lidera los cambios humanos con el compromiso de los demás, se dará cuenta de que no vale la pena marcharse de este mundo por indolencia, pragmatismo y nihilismo. Los valores construyen el liderazgo ético que cree en un mundo más humano, convirtiéndolo en un hogar atractivo.
Por otra parte, los valores son valiosos “por sí mismos” y la conducta ética facilita el regreso de las creencias y convicciones para actuar siempre conforme a lo que uno piensa. Uno de los teóricos modernos de la democracia, Alexis de Tocqueville, afirmaba que quien pregunta: libertad ¿para qué?, es que ha nacido para servir. El que pregunta: ¿La libertad nos dará más bienes materiales?, no ha entendido que la libertad es valiosa por sí misma, la igualdad es valiosa por sí misma y la justicia es valiosa por sí misma. Una sociedad que reúne estas condiciones es un mundo en el cual la vida es digna de ser vivida.
Es por esto que hay valores muy atractivos que no están al alcance de la fortuna. Podemos gastar millones en fomentar la belleza corporal; sin embargo, la belleza como paz interior, liderazgo digno y superación espiritual no está al alcance del dinero. Tampoco la caridad puede ser comprada por razones de vanidad. Si bien se puede fundar instituciones de ayuda humanitaria con fines burocráticos, veremos que una gran parte de éstas fracasan en el combate a la discriminación y los cambios sociales por razones de dinero y pragmatismos egoístas. El liderazgo sostenido en valores es valioso en sí mismo, lo cual le permite reclamar a todos que sean honrados, justos e intenten vivir en libertad porque alguien que prefiere la esclavitud a la libertad, la injusticia a la justicia, la desigualdad a la igualdad, ha dejado de aspirar a un mundo humano.
Todo liderazgo debe creer en los valores para llamar plenamente humanos a tales liderazgos, a las personas y a las instituciones. Los valores transforman la existencia en un fenómeno realmente humano. Los valores prepararán nuestras vidas para otorgarnos el estatus merecido de seres humanos. Los valores están al alcance de todos porque siempre tenemos la posibilidad de ser justos, la posibilidad de ser honestos y de ser líderes éticos. En consecuencia, tenemos que acomodar de tal forma nuestras ideas a las creencias y los valores, que podamos realmente ser justos y equitativos, así como ser libres sin creernos héroes invencibles. Las dimensiones éticas del liderazgo ablandan el corazón del guerrero y convierte al tímido en un líder fuerte, consciente de ser perfectible para lograr cambios humanos y reales.
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