El desarrollo de la tecnología también está relacionado al control de intereses económicos transnacionales. La tecnología es útil en ocasiones para subvertir el orden establecido, pero se ha convertido en altamente nociva al formar masas de individuos sin conciencia de la manipulación y control de sus vidas a través de los algoritmos que nos someten a la publicidad y propaganda como consumidores y votantes.
Los algoritmos son instrumento tecnológico de poder social que se transforma en un fuerte elemento de poder económico y político. Las nuevas tecnologías basadas en el dominio de los algoritmos han profundizado una brecha entre las personas y entre los países cambiando los conceptos que hoy conocemos como riqueza y pobreza (Olier, 2005).
Los algoritmos están entre nosotros, estas herramientas matemáticas organizan, orientan, supervisan y recomiendan en qué pensar, qué opinar, qué comprar y por quién votar. Dictan lo que vemos en Facebook, Twitter, Whatsapp, Instagram y ahora en Tik Tok, los medios de comunicación y líderes políticos tradicionales han sido reemplazados por Internet y las redes sociales.
Antes se hablaba de líderes de opinión, ahora se habla de influencers, la agenda pública es organizada por “gente común” que publica lo que desea, pero nada es casual ni tan inocente. Los beneficiarios del ejercicio de esa “libertad de expresión y pensamiento” son los oligopolios mediáticos y tecnológicos, entre ellos: Elon Musk dueño de Twitter quien posee 200.000 millones de dólares; Jeff Bezos dueño de Amazon, cuyo patrimonio asciende a 190.000 millones de dólares; William Henry Gates III (Bill Gates) fundador de Microsoft, dueño de un patrimonio de 131 miles de millones USD (2024); Mark Zuckerberg (principal accionista de Meta Platforms Inc.) cuya ganancia alcanzó a 117.000 millones de dólares estadounidenses en 2022; Larry Page, Serguéi Brin que son los dueños de Google (con 91.500 millones de dólares y 89.000 millones de dólares respectivamente) y Zhang Yiming, dueño de Tik Tok cuya fortuna asciende a 43.400 millones de dólares (Revista Forbes, 12/05/2021 y El Financiero, 24/04/2024).
Como se aprecia, ese ejercicio cotidiano de nuestro tiempo libre, del teletrabajo, del comercio electrónico, de las cibercomunidades, de la publicidad y la propaganda forman parte de un lucrativo negocio que enriquece a unos pocos.
La ciencia y la tecnología sólo juegan un papel ya que se requiere un reajuste más profundo de índole social, político y económico. Sin embargo, si la ciencia y la tecnología no tienen una orientación más sensible frente a estos problemas, continuarán contribuyendo a aumentar significativamente la desigualdad global (Osorio, 2002).
En 1960, el 20% de la población mundial en los países más ricos tenía treinta veces más ingresos que el 20% más pobre; en 1997, setenta y cuatro veces más”. Para la Organización de Naciones Unidas (ONU) el uso de Internet, por ejemplo, concebido como la democratización del conocimiento e información para el mundo, demostró que tan sólo el 20% más rico de la tierra dispone del 93% del uso total de este medio (ONU en Osorio, 2002).
Según Occhiuzzi (2019), la minería de datos fue señalada por The Economist, en mayo de 2017, como “el recurso más valioso del mundo; las acciones de Facebook y Twitter en la bolsa de valores en Wall Street llegaron a cotizar más que la de las petroleras, el valor de los datos personales llegó a cotizar más que el barril de crudo”. Occhiuzzi afirma que los gigantes tecnológicos lograron alianzas lucrativas con medios tradicionales, bajo el dominio de los algoritmos no existe ninguna verdadera democracia en la difusión de la información salvo que medie el dinero o los grandes acuerdos comerciales. Los algoritmos tienen el objetivo de concentrar a los usuarios en “burbujas de eco” que permiten familiarizarse y conocer mejor sus gustos y de esa forma elaborar psicoperfiles acabados que se comercian.
En “La sociedad de la transparencia” (2013) Byung-Chul Han remarca que parte del dominio inexorable de las redes sociales está en el hecho de que la gente voluntariamente entrega sus datos e información a las corporaciones por medio de las redes, pero nada más lejano de la realidad. Los datos personales son sustraídos a los usuarios por medio del engaño y abuso, no es algo que los usuarios acepten de forma consciente. Nadie entregaría sus datos sabiendo que las plataformas se quedan con el derecho de autor de los mismos para venderlos.
Occhiuzzi (2019) afirma que los dos conceptos centrales de Foucault en su teoría del poder son: Panóptico y Biopolítica; el poder no se posee, sino que se ejerce en relaciones no-igualitarias que están presente en todos los ámbitos de las sociedades. En este sentido, se sostiene que toda la sociedad es un complejo de relaciones físicas de poder en donde el Panóptico es la manifestación más acabada de esta nueva forma de control (capitalista) que se materializa en esta máquina que se ocupa de disociar el ver-ser visto.
Por su parte, Han actualizó esos conceptos en el siglo XXI.
El panóptico se modernizó en la forma de las redes sociales, ahora `cada uno es panóptico de sí mismo`. La antigua Biopolítica quedó ahora superada por la “Psicopolítica” y su psicopoder, que se basa en la creación de psicoperfiles de la población a partir del cruzamiento de datos e información recopilada en nubes online denominadas Big Data, que son administradas por las empresas creando así una forma de control y organización social llamadas Big Deal. Que según el autor significaría `el fin de la libertad` (Han en Occhiuzzi, 2019).
Por ejemplo, en 2018, The New York Times, junto a The Observer y The Guardian, informó que la empresa Cambridge Analytica había conseguido datos de un gran número de usuarios de Facebook de forma fraudulenta. Esa información fue utilizada para construir perfiles de votantes que facilitaran la llega de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. The Guardian habló de 50 millones de personas, mientras Mike Schoepfer, director de tecnología de Facebook afirmaba que eran 75 millones de personas, en su mayoría norteamericanos. El creador de Facebook, Mark Zuckerberg, a fines de marzo de 2018, culpó a los usuarios por compartir sus datos sin protección. Posteriormente, Channel 4, canal de televisión británico denunció que Cambridge Analytica ya había hecho lo mismo obteniendo información de usuarios de Facebook para ser utilizada para manipular campañas electorales en Argentina, India, Kenia y Nigeria, entre otros países. El escándalo se hizo internacional y la empresa cerró en mayo de 2018 (Olier, 2019, p. 62).
En ese contexto, para la economista y filósofa Shoshana Zuboff: “Antes buscábamos a Google. Ahora Google nos busca a nosotros”. Hace 20 años en las oficinas de Google buscaba un modelo económico rentable para hacer crecer su negocio sin tener que vender los resultados de búsqueda (o sea evitar que internet fuera de pago). Lo logró gracias a una lucrativa fórmula que cambiaría para siempre la naturaleza del negocio y que permitiría, por primera vez en la historia, predecir (y modificar) el comportamiento del consumidor a través de un algoritmo de "caja negra" (una suerte de maquinaria "invisible").
En conclusión, es necesario promover con urgencia el pensamiento crítico ante el uso y consumo de tecnologías, ante nuestra ignorancia y necesidad de alfabetización mediática e informacional. Carecemos de políticas públicas ligadas al uso de los algoritmos que ya intervienen en las decisiones económicas y políticas de la ciudadanía, tampoco poseemos protección legal para evitar el mal uso de nuestros datos personales compartidos “libremente” en nuestro registro y publicaciones en redes sociales. El fenómeno es complejo y requiere un amplio debate.
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