Los chamanes del continente americano —en realidad, todos los chamanes— inician su día saludando al sol. Muy temprano en la mañana, miran directamente hacia el este y reciben los primeros rayos de sol abriendo los brazos y extendiendo las palmas. Pronuncian entonces una serie de palabras —algunos las llamarían “mágicas”— que expresan, en primer lugar, su inconmensurable gratitud por la vida que continúa y por la noche que los ha cobijado. En ese preciso instante, en que el corazón, la mente y el vientre están alineados en el sentimiento de gratitud es cuando el cuerpo empieza a alimentarse de una poderosa energía, que viaja 150 millones de kilómetros en sólo 8 minutos a una velocidad aproximada de 300 mil kilómetros por segundo. El cuerpo entonces se baña de luz.
El sol es la estrella más importante de nuestro sistema. Está al centro de todo y todo gira alrededor de ella. Se formó hace aproximadamente unos 4570 millones de años. Es el primer vestigio de vida que tenemos y sin él sería imposible la vida en el planeta. La vida en la Tierra depende de la energía solar que es atrapada mediante la fotosíntesis, responsable de la producción de la biomasa, es decir, toda la materia orgánica de la vida. La fotosíntesis es un proceso químico que consiste en la conversión de materia inorgánica a materia orgánica gracias a la energía que aporta la luz solar. En efecto, la vida en nuestro planeta se mantiene gracias a la síntesis que realizan distintos organismos vivientes en el medio acuático y en el medio terrestre y que tienen la capacidad de sintetizar materia orgánica (indispensable para la formación de los seres vivos) partiendo de la luz y la materia inorgánica.
Los efectos que tiene el sol en la Tierra han sido reconocidos en todas las culturas y en la mayoría han determinado la medición del tiempo, a través de los calendarios. Los calendarios son la forma que tenemos los seres humanos para poder medir y, por lo tanto, comprender, el tiempo. Sabemos que el sol está en un punto fijo en el universo, pero desde la Tierra el aparente “movimiento” del sol nos indica —además de la llegada de la luna— las fases agrícolas que son esenciales para el alimento de la humanidad. Los que viven de la tierra lo saben muy bien, pues no sólo hay que saber cómo plantar sino, esencialmente, saber cuándo y eso únicamente lo percibimos gracias a los ciclos del sol.
Aquellos que tuvimos la experiencia de rompernos los huesos —en mi caso me pasó más de 8 veces— sabemos que una de las recomendaciones más importantes que hacen los traumatólogos es, precisamente, la de tomar baños de sol pues el sol es una fuente riquísima de vitamina D y al entrar en contacto con el cuerpo permite la producción de calcio, un mineral que es esencial para la regeneración y fortalecimiento de los huesos.
No es de extrañar que el sol haya sido siempre uno de los dioses principales en casi todas las culturas de la humanidad, desde el Helios griego, el Inti incaico pasando por Olorun en los yorubas y Tonatiuh en los toltecas. Su presencia siempre está ligada a la vida y es por eso que todas las mañanas, en distintas partes del mundo, una pequeña cantidad de seres humanos inician su jornada agradeciendo e invocando para que la energía del sol nos acompañe, un día más, en este milagroso camino de la vida.
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