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Después de la conformación de la Organización de Naciones Unidas debido a los horrores vividos en la Segunda Guerra Mundial en manos de regímenes políticos totalitaristas cuyos líderes se creyeron mesías salvadores del mundo por una supuesta superioridad racial y étnica, así como un ansia de poder total y dominación, se vio la necesidad de contar con instrumentos y mecanismos que de alguna forma eviten las inhumanas conductas que desplegaron los poderosos contra los más débiles durante la guerra. De allí surge el concepto de derechos humanos. Seguramente hubiese sido muy difícil hablar de ellos con Hitler, Mussolini, Franco y toda la sarta de dictadores que existieron en esa época y que hasta ahora perviven.

Años después, pero con mucho esfuerzo, se lograría construir una Declaración Universal de Derechos Humanos (1948). Ni los poderosos de entonces ni los de ahora querían una norma vinculante que les obligue a respetar la dignidad, libertad e igualdad de cada uno de los seres humanos. Obviamente cada quien con sus intereses políticos, económicos y hasta personales, por lo que imitaron los alcances de este documento y por ello es solo una declaración. Esto fue en vano, ya que actualmente es la base sobre la cual se sustenta todo el andamiaje de lo que se llama el Derecho Internacional de los Derechos Humanos.

De la misma manera, en nuestra región la Organización de Estados Americanos, la más antigua de las entidades regionales del mundo, tiene una carta constitutiva que señala que trabaja para fortalecer la paz, seguridad y consolidar la democracia, promover los derechos humanos, apoyar el desarrollo social y económico, favoreciendo el crecimiento sostenible en América. Es de esta organización que deviene el sistema interamericano de protección de derechos humanos, con importantes instrumentos normativos como el Pacto de San José de Costa Rica o su propia Declaración de Derechos y Deberes e instituciones de protección como la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Todos estos mecanismos e instituciones han puesto una especial relevancia a los derechos humanos, los cuales se espera que algún día realmente sean universales, efectivos para todas y todos. ¿Por qué prestarles tanta atención? ¿Por qué deberían ser tan importantes?

Porque los derechos humanos nos permiten desarrollarnos como seres humanos, con ciertas garantías de que no seremos vistos como objetos por parte de quienes detentan el poder como ha ocurrido con aquellos millones de judíos, eslavos, gitanos, afrodescendientes, indígenas, mujeres, niños, adultos mayores, personas de diferente orientación sexual y de género, personas privadas de libertad y muchos otros y otras que fueron y son hasta hoy víctimas de violación de sus derechos básicos, mediante torturas, negaciones, discriminación, racismo, omisión dolosa, etc.

Obsérvese entonces la importancia de los derechos humanos. Estos nos permiten exigir simplemente algo que debería ser tan natural como que se nos trate como personas; pero la historia nos demuestra que todavía estos no han llegado a todo lado ni a todos y todas, son una lucha constante, un calvario diario para que las personas y especialmente quien son poderosos vean que no pueden limitarlos, cercenarlos, coartarlos, negarlos, etc. sin someterse a las consecuencias que el mismo sistema permite.

Muchos y muchas maldicen, refunfuñan y se molestan de que se hable de derechos humanos, especialmente cuando se ejercen por aquellos que calificamos como “malos”, “incómodos”, “antisociales”. Recuerdo que hace años se les decía “izquierdos humanos” o “derechos de los delincuentes”. Es casi automático que aquellos que gozan de privilegios les den menos importancia y den mayor relevancia a los “deberes”, sin darse cuenta de que gozan de esos privilegios, también por un más accesible ejercicio de sus derechos.

Lo que es innegable es que los derechos humanos están ahí para que el Estado cumpla con sus obligaciones de no hacer o hacer, es decir, que no abuse de su poder, arbitraria e injustificadamente, bajo ninguna excepción que no sea razonable y proporcional; y por otra parte, se ocupe de brindar a cada uno/a los medios necesarios para una existencia digna.

Por otra parte, debemos darle una importancia muy alta a las entidades nacionales e internacionales de defensa de los derechos humanos (ONU, OEA, Defensoría del Pueblo); aunque algunas veces (o muchas veces) no cumplan en la medida de nuestras expectativas. Entendemos que estas no están apartadas de los defectos, intereses, posturas e ideologías de las personas que las conforman, pero será siempre mejor tenerlas y pedirles que cumplan sus funciones a no contar con entidades de defensa mínima de nuestros derechos.

Por último, es importante entender que si nos consideramos defensores/as de los derechos humanos, será en su totalidad, no se admite parcialidad de acuerdo a nuestros intereses o gustos, no hay  derechos solo para algunos/as que se porten bien o tengan alguna condición previa que nos agrade, en este caso si resultaran los derechos humanos molestos. No queda otra, los derechos humanos deben ser para el goce de todas y todos, quizá ahí esté la molestia para muchos y muchas.

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