Por Guardiana (Bolivia)
Lunes 11 de octubre de 2021.- Es martes 10 de marzo de 2020... Una sirena de ambulancia recorre las avenidas de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra. Hay miedo. Se murmura que existe una paciente con coronavirus. Las instancias oficiales no han confirmado el caso aún. En el hospital público San Juan de Dios, las trabajadoras de salud deciden bloquear los tres ingresos, denunciando incapacidad logística para atender pacientes con una enfermedad altamente contagiosa. Similar medida se toma en Oruro y Cochabamba. Faltan, a todas luces, insumos para asumir medidas de bioseguridad.
“Estamos rechazando los pacientes. No tenemos las condiciones para recibirlos, ni la sala tiene la capacidad de dar la atención debida y menos evitar los contagios. Corren riesgo nuestros pacientes, los mismos trabajadores y los vecinos que viven en la parte central”, asegura la dirigente Cleotilde López del sindicato de trabajadores del Hospital General San Juan de Dios.
Según el Registro Único de Establecimientos de Salud de Bolivia (RUES), en Santa Cruz hay en total 6.061 enfermeras: 2.373 licenciadas en Enfermería y 3.688 auxiliares.
Darling improvisa en Terapia Intensiva
Casi dos años después, el tiempo probó que entonces los hospitales no contaban con lo necesario para evitar contagios. Un día después de la protesta y la confirmación de la paciente cero en Santa Cruz, la Organización Mundial para la Salud (OMS) declaró el brote de Covid-19 como pandemia. Se comenzaron a analizar y aplicar restricciones para evitar el colapso de los centros hospitalarios de todo el mundo; sin embargo, la pandemia siguió su curso tomando uno a uno cada país hasta el que llegaba algún contagiado con Covid-19.
“No lo esperaba. Yo pensé que hasta que llegara a Bolivia ya llegaría la vacuna”, asegura la enfermera Darling Vera Yama (34 años), quien con incredulidad, pánico y sin protocolos de bioseguridad tuvo que poner a prueba sus nueve años de experiencia en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital de Niños Mario Ortiz Suárez para enfrentar a Covid-19, improvisando en dicha unidad.
Aunque los hospitales reorganizaron su espacio para aislar a pacientes con la nueva enfermedad, los casos sospechosos invadieron todos los servicios en medio de la falta de protocolos, políticas públicas integrales e insumos de bioseguridad suficientes y adecuados que sirvieran para enfrentar la pandemia.
“Cuando comenzó la pandemia nos dejaban contados y seleccionaditos los barbijos. Ni cómo quitarnos los barbijos sucios porque estaban contados. Y al inicio de la pandemia costó tener overoles. Al principio eran calientes e incómodos para trabajar”.
Enfermera Darling Vera Yama (34 años)
La cuarentena rígida en Bolivia se decretó el 21 de marzo de 2020 y duró hasta el 11 de mayo de ese año. Para Darling, quien obtuvo su licenciatura en Enfermería en la Universidad de Aquino Bolivia, fue una experiencia "dura". Tenía que caminar cuatro kilómetros desde su casa ubicada por la Virgen de Cotoca, entre Cotoca y Santa Cruz, hasta la avenida donde le esperaba el micro que contrató la Caja Nacional de Salud para trasladar al personal. A su regreso también debía ingresar la misma distancia, aunque muchas veces "gracias a Dios" encontró quién la acercara.
Julia y el 25 de mayo, día del pánico
Julia Ampuero Ruiz (61 años) trabaja como enfermera desde hace 24 años en el hospital Dr. Julio Manuel Aramayo, ubicado a 125 kilómetros de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra en San Ignacio de Velasco. Aunque creía que el virus mortal no llegaría nunca hasta ese lugar, este no tardó más de dos meses en aparecer cuando un 25 de mayo de 2020, un paciente ingresó con un cuadro diferente. Se le tomó la prueba rápida por protocolo y dio positivo.
El pánico se apoderó del hospital Dr. Julio Manuel Aramayo. Al menos 30 personas habían tenido contacto con el paciente con Covid-19 sin las debidas medidas de bioseguridad, por lo que 15 de ellas, las de más edad, se aislaron por prevención durante dos semanas.
María y el timbre del terror
María del Carmen Cortez Balcázar (40 años) es licenciada en Enfermería de la Universidad Siglo XX de Llallagua. A ella la pandemia la presionó psicológicamente. Es enfermera desde hace 15 años y forma parte del personal de planta del Hospital Obrero de Santa Cruz. Fue tal su miedo de contraer Covid-19 y después contagiar a sus dos hijos de 9 y 5 años, que su pelea fue a nivel psicológico.
Todavía recuerda que el hospital donde trabaja habilitó un timbre de alerta que sonaba por cada paciente sospechoso que ingresaba. "Era horrible escuchar ese timbre. Los demás pacientes querían irse. Se dieron cuenta de que ese timbre no ayudaba ni a los pacientes ni al personal de salud y lo clausuraron". Las paredes blanqueadas de los ascensores llevan la huella del estricto protocolo de limpieza que se realizaba continuamente. Cuando María recuerda aquello, dice que los ascensores del Hospital Obrero quedaron de terror.
A Milena le tocó estando embarazada
La pandemia llegó a la vida de la enfermera Milena Terrazas Ibarra (35 años) cuando estaba con cinco meses de embarazo. Tramitó su baja amparándose en la ley. Así logró evadir al coronavirus al menos cinco meses más. “Cumplió un mes mi bebé y regresé a trabajar con miedo porque ya varias compañeras enfermeras habían fallecido. Yo le dije a mi esposo: 'Quizá yo ya no vuelva, quizá me tengas que recoger en un cajón'”. Más bien, no se contagió y atribuye esto a las estrictas medidas que siguieron en casa junto a su esposo y sus tres hijos de 9, 4 y 1 año y medio.
Milena y Darling son compañeras de servicio en la Unidad de Terapia Intensiva del Hospital de Niños. A ambas parece apasionarles los casos difíciles y la adrenalina que conlleva trabajar en esta unidad. Sin embargo, reconocen las carencias y condiciones en las cuales tuvieron que enfrentar la pandemia.
Milena cuenta que actualmente recibe tres barbijos KN95, tres mandiles desechables y ocho barbijos quirúrgicos al mes. Recuerda que en etapas críticas, algunas enfermeras decidieron ponerse pañales de adulto, ya que no podían salir del cubículo en caso de sospecha o en salas de terapia intensiva. También recuerda que una auxiliar de enfermería fue cambiada arbitrariamente de sala y tuvo que hacer un turno de doce horas con un barbijo de tela. Ella optó por comprarse su propia indumentaria y así lo hicieron quienes tenían cierta capacidad económica.
Entre marzo y septiembre de 2020, en Santa Cruz, la unidad de barbijo KN95 que se vende actualmente en tres bolivianos llegó a costar hasta 70 bolivianos. Y la caja de 50 barbijos quirúrgicos sencillos llegó a costar 200 bolivianos, es decir, cuatro veces más su valor actual.
Entre la sobrecarga laboral y la tristeza
Darling cuenta que "hubo trabajo a patadas", la llamaron de todo lado. Sin embargo, pensar en el futuro de su hija a quien cuida sola la llevó a decir "no" en repetidas ocasiones, hasta que aceptó trabajar cuatro meses en los domos del hospital Japonés cuando ya los contagios estaban en desescalada. El contrato era temporal y abarcaba de octubre de 2020 a enero de 2021 y no implicaba exclusividad alguna debido a la alta demanda de enfermeras.
Ella, como sucedió con otras enfermeras, se organizó y solicitó al hospital trabajar en el turno de la noche. Para quien trabaja en ese horario, la disposición es que por cada noche de doce horas de trabajo, se ingresa al turno cada dos días. Así Darling tenía la segunda noche libre y podía entonces cumplir otro turno de doce horas en los domos del hospital Japonés y recién la tercera noche descansaba.
Al menos 200 enfermeras fueron contratadas con contratos temporales de tres meses sin mayor beneficio. A algunas se les llegó a adeudar hasta cuatro meses de sueldo. El sector observa que pese a tener una carrera de licenciatura, se percibe un salario básico inferior al resto de profesionales y resalta que la escala salarial no se actualiza hace 50 años.
Darling recuerda un día en especial... “Hubo un día que lloré y lloré...Los casos aumentaban y aumentaban, veía en las noticias y el Facebook, el mismo personal de salud se iba (cuenta sollozando), para mí fue muy fuerte. Solo tuve un familiar en España que falleció. Ver a los colegas contagiarse, colegas jóvenes irse, una siempre estaba con el temor de ser la próxima en irse, o que la próxima sea alguien de la familia”.
“Hubo un día que vi desde la ventana salir siete cajones del bloque del frente y los pacientes quisieron pedir el alta. Cuando vi los cajones desfilar, me fui al baño a llorar, porque entre esas personas fallecidas también se fueron compañeras de trabajo”, lamenta Julia con la voz quebrada; respira hondo y afirma que debía ser fuerte para sus pacientes y los familiares de los pacientes. “No voy a huir del trabajo, voy a ser responsable”, se decía para sí misma cuando flaqueaba.
¿Recuerdas el día más duro de la pandemia?, se le pregunta a María. Un silencio incómodo continúa y luego ella se abre a contar. “El día más pesado fue cuando perdí a una compañera de trabajo, ella se enfermó, fueron varias que se enfermaron, pero ella falleció, ese fue el dio más duro. Yo creo que fue así para todo el servicio. Su nombre es Alicia Ayala, ella era muy fuerte; pero tenía lupus eritematoso, era madre soltera, seguía trabajando hasta que se enfermó y no la pudieron salvar”.
Alicia Ayala Roca, quien murió a los 35 años, no está para contar cómo enfrentó la pandemia. Ella junto a otras compañeras del rubro perdieron la vida en Santa Cruz. En el internet, la búsqueda de su nombre genera unas cuantas coincidencias donde se denuncia brevemente que pese a que ella tenía lupus eritematoso, una enfermedad de base, la baja le fue negada por sus superiores.
A veces María todavía habla de Alicia en tiempo presente como si aún estuviera entre los vivos. Probablemente la vertiginosidad de la pandemia no le ha permitido procesar el duelo como a muchas y muchos que ni siquiera pudieron despedirse de sus fallecidos. Cuando se da cuenta, se corrige así misma y entonces se le quiebra la voz.
"Hablemos de Alicia, parte de su historia merece ser contada", se le sugiere y María asiente. “Ella era muy buena tanto profesionalmente como persona. Era muy alegre, le gustaba hacer los cotillones y los globos, era muy detallista en sus cosas. Le gustaba hacer adornos para los eventos. Le encantaba el café (ríe), le gustaba mucho. Se llevaba bien con todas. Era muy buena (repite). Ella era beniana y tenía hijos, esa parte no la sé porque era muy reservada”.
Alicia falleció un 13 de junio de 2020, después de que los médicos y sus colegas hicieran todo lo posible por salvarle la vida, incluso pidiendo por un milagro con cadenas de oraciones que le permitiesen regresar con sus mellizos.
Fue despedida en medio de llanto y globos blancos que fueron lanzados hacia el cielo nublado. En los 30 segundos que quedaron registrados por medios digitales, se escucha el clamor desesperado de sus compañeras indignadas que reclaman tener que perder la vida de esa forma. No era justo.
Con vacunas, pero sin mejoras laborales
De las cuatro enfermeras con las que conversó Guardiana en Santa Cruz, solo Milena logró esquivar el contagio, si es que no lo sobrellevó de manera asintomática. Más bien y pese al estado de gestación, Darling tampoco tuvo complicaciones porque ya había recibido la vacuna Sputnik. María logró aislarse sin contagiar a su familia. Y a Julia, pese a la edad, el virus le hizo sentir su poder una noche, pero todas sobrellevaron la enfermedad en casa.
Si pudiera elegir de nuevo qué estudiar, María responde que sin dudar estudiaría Enfermería; aunque esto le quite horas de sueño, de pasar más tiempo con su familia o de hacer cualquier otra cosa. Ama su labor; pero reconoce que su trabajo no es valorado por el Estado.
Darling también recuerda que conoció muchas compañeras que con la esperanza de un ítem aceptaron los contratos temporales para atender pacientes con Covid en los domos que se habilitaron temporalmente. “Estar con un contrato no es lo mismo que tener un ítem. Ellas trabajaron con la esperanza de un ítem, ellas perdieron el miedo, dejaron a sus hijos y sus familias, incluso se fueron a vivir a otro lado para no contagiar y aun así tuvieron que pelear su ítem y vivir con esa preocupación más, fue injusto”.
A estas cuatro enfermeras, Guardiana rinde hoy homenaje.
Este material forma parte de un reportaje de cuatro artículos que son los siguientes:
1. Covid-19 mató a 130 enfermeras de 22.631 que hay en Bolivia con sueldos desde Bs700
2. La enfermera embarazada cuyo esposo y hermanos enfermaron en la Llajta
3. Caos y muerte por Covid en Emergencias del Hospital Obrero de Trinidad
4. Enfermeras recuerdan esos días de barbijos sucios, pañales, embarazo y pánico cruceño
Comentarios