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El camino de la vida tiene muchos recovecos, recodos, ángulos, esquinas, bajadas, subidas precipicios, pasajes fangosos, tramos planos, sinuosos, escabrosos, pendientes, peraltes, declives, rampas, llanuras, altiplanicies, altozanos, praderas, mesetas, páramos, yermos y eriales, desiertos, selvas, boscajes, pampas, espesuras, soledades y compañías.

Muchas veces yo pensaba que el camino de la vida es también como un tren: subimos en una estación, paramos en muchas otras, y en cada tramo suben personas y otras se bajan, y nos acompañan un trecho y comparten distancias, ramales, trayectos, pero luego siguen sus caminos, y entre medio nos encontramos, pero el tren no para, y los rieles se desprenden por los paisajes, por los pasajes de la vida, porque eso es lo que somos: pasajeros, viajantes, viajeros, nómades dentro del camino de nuestras propias vidas, romeros, peregrinos, pájaros errantes.

Entonces lo que tenemos en el camino-riel de la vida son compañeros de viaje, que, al igual que nosotros y como decía Julio Zegers, somos pasajeros de algún tren, “viviendo en el andén, mientras la máquina me lleva a mí también”. En 1973, en 1987, o 2024: “hoy, cuatro jinetes me salieron a esperar / cuatro caminos me llevaron hacia el mar /cuatro estaciones he debido atravesar / para regresar al lugar / del fruto que maduro he de encontrar”. En ese largo paisaje por el que recorremos, viendo pasar el viento, las nubes, los arreboles del atardecer, la llegada de la noche, la posibilidad del nuevo día, viajamos en el mismo tren.

Y ese fruto, un día fructificará.

Pero por el camino de la vida, o que también puedo llamarlo, el río de la vida, el océano, el lago interminable de la vida, somos navegantes, emigrantes, exploradores, descubridores, polizontes, almirantes a veces, polizones otras veces, grumetes, capitanes, colonizadores, conquistadores, marinos, profundizadores, superficiales. Todo depende de cuán bien navegamos, y de cuán bien amamos el arte de navegar, que es el arte de vivir.

Como dijo Plutarco que dijo Pompeyo: navigare necesse est, vivere non necesse, y es así, navegar es preciso, vitalicio, necesario, inexcusable, indispensable. Y entonces un día de 1985, navegando sobre las olas de un lago sagrado, indómito e iridiscente, escribí:

Qué pequeñez mi cuello llenándose

de viento sagrado, mi cabellera

mi sueño. Yo olvido la vida

para navegarla apenas, para entumecer

mi mano que es fluvial,

solo como el agua de nunca.

O como cantaba Caetano Veloso, mecido por las olas de la vida en su barco:

O Barco!

Noite no teu, tão bonito

Sorriso solto perdido

Horizonte, madrugada

O riso, o arco da madrugada

O porto, nada!...

La navegación, como el camino, se hacen al andar, al navegar,  se hacen en este ir y solo ir de la vida, porque como dijo el poeta Juan Antonio Corretjer, “en la vida todo es ir”:

No hay más que un solo camino

que se quisiera tomar,

más la suerte del andar

maltrata y confunde el tino.

Nadie niegue su destino.

Es que ser hombre es seguir

—y un ideal perseguir—

por la vida hacia adelante,

sabiendo lo que fue enante

y no donde va a morir.

Un puerto. Una partida, que es la vida, y que ya no se para más, desde que arranca, desde que parte, hasta que termina. Navegante, aquí, en esta yarda de la vida, haciendo camino gracias a lo andado, a lo vivido, como decía Unamuno:

Vuelve hacia atrás la vista, caminante:

Verás lo que te queda de camino.

Y es, como decía Víctor Hugo, un viajar que “es nacer y morir a cada paso”, un vivir que es viajar para nacer y morir a cada paso, pero sin dejar, por eso mismo, de viajar. De viajar, de cursar, de la travesía, del tránsito, del avance por la distancia, del itinerario, del día a día, de la pena a pena, de la alegría a alegría. Sí, sólo es vivir, la vida es un camino que un día comenzó pero que sólo tiene un fin. Navegar es preciso, sí, vivir no es preciso, dijo Pessoa. ¿Qué es lo necesario? ¿Qué es lo preciso?

Quero para mim o espírito [d]esta frase,

transformada a forma para a casar como eu sou:

Viver não é necessário; o que é necessário é criar.

El que crea vive. El que crea, navega, nace y renace, revive, resurge, quién sabe en que lugar del camino…pero hace del camino de la vida un camino que vale la pena. Ir detrás de los sueños, que son los verdaderos caminos… y así me quedo, y les dejo, con las palabras de Napoleón Baccino Ponce de León, ese insigne navegante de las palabras, que también son ellas barcos que nos transportan por la vida y de la vida se impregnan y del camino de la vida nos embellecen:

Y a nosotros nos llegan frases rotas. Palabras sueltas. Sonidos aislados. Ecos que se pierden en la inmensidad del océano.

Esa noche, excitados por la proximidad de la tierra, también nosotros soñamos.

Y el resplandor lívido del alba nos sorprende soñando.

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