Entre las ruinas griegas o romanas, los gatos caminan, se desperezan, bostezan, se echan, duermen, juegan. Allí sólo medran felices, casi como seres sagrados, para ser acariciados, alimentados, mimados. Feliz vida de un gato en las ruinas: ¿Quizás un símbolo de lo que pasa luego de que las que un día fueron glorias humanas, hoy sólo son vestigios, y los gatos, benditos, se pasean orondamente, vencedores, dominantes entre sus piedras gastadas?
Pero también los coatíes, bellos animales narigudos, especie de tejones, por ejemplo, en la pirámide del Tepozteco, mirando desde la cima al mágico pueblo de Tepoztlán, en México, son felices, caminando en banda, con sus colas anilladas y paradas, porque saben que los escaladores que suben hasta allá por centenares, les darán alimentos (aunque, como en todo sitio donde hay ruinas y animales campeadores, alimentarlos esté “terminantemente prohibido”) o se tomarán fotos con ellos. Los coatíes mandan: y las personas tiernas tratan de acariciarlos, como si fueran gatos.
O en el Hindostán, los Bandar-log, la gente-mono de las “moradas frías” o la ciudad perdida (“la antigua ciudad abandonada, perdida y hundida en la selva”), monos langures que como contaba Kipling, se adueñaron de los templos olvidados y eran “gente sin ley”, quizás como metáfora de la vuelta a la naturaleza de todo lo que, afanosamente, llamamos civilización, el mundo frágil que consideramos indestructible, construido por los hombres.
También Amina Jover, columnista de la revista de divulgación científica Quo, de elDiario.es, se interesa por estos animalitos ocupantes, llamándolos “okupas de la naturaleza”, reseña los siguientes animales prósperamente instalados en las ruinas: los murciélagos de las pirámides de Egipto, las palomas en el Coliseo de Roma, los macacos y lémures en los templos de Angkor Wat, los lagartos en Machu Picchu, y los cormoranes en la isla de Alcatraz. Estos “okupas” de la naturaleza estuvieron, y estarán, esperando su momento para ocupar las construcciones humanas una vez estos desaparezcan. Harán sus nidos, sus madrigueras, sus propios templos, sus civilizaciones salvajes, sin más sentido que el de ser, simplemente, animales: seres con alma, y ya es suficiente.
Sí, así lo pienso ahora: este triunfo de la naturaleza es, siempre, un recordatorio de lo poca cosa que somos, en el fondo, los seres humanos: constructores de mundos humanamente hechos, pero también destructores de mundos naturalmente evolucionados. Ojalá que seamos más bien, creadores de mundos humanos que no destruyen el mundo natural, del que también formamos parte: humanamente evolucionados.
A pesar de todo, en esa dinámica permanente entre la construcción y la destrucción, resurge la vida. Es la lección de la integración entre humanos y no humanos, para ser. Quizá por eso en los paisajes sagrados de la Tierra y en las ruinas de algún lugar hay (o habrá pronto) alguien acariciando un gatito: allí también estoy yo, sonriendo con amor. Far from the wreckage, thanks to the love.
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