Por Mónica Oblitas //
David Choquehuanca, vicepresidente del Estado Plurinacional de Bolivia, se autoproclama siempre que puede, con ese su tono místico y harto incienso andino, “guardián de la Madre Tierra”. Pero cuando se trata de defenderla de verdad —de asumir su cargo con el peso y el coraje que exige la crisis ecológica que vivimos— no es más que un chamán de salón. Esta vez, le tocó huir del jaguar.
El caso es tan simple como escandaloso: una acción ambiental presentada por la diputada María René Álvarez solicitaba medidas cautelares urgentes para proteger al jaguar (sí, el felino emblemático del continente) y su hábitat que están en peligro de extinción en Bolivia por una mezcla letal de incendios+ilegalidad. Una petición con nombre y apellido, clara y necesaria. ¿La respuesta de Choquehuanca? Un informe dirigido al Tribunal Agroambiental pidiendo que se declare “improcedente” la acción. Traducción política: lavarse las manos y seguir con sus discursos huecos sobre la Pachamama en los foros internacionales a los que adora asistir.
Sus argumentos son un canto a la burocracia más miserable: que no existe un código procesal ambiental, que el Código Procesal Civil no fue correctamente aplicado, que el tribunal no es competente. Todo legalmente impecable, tal vez. Éticamente repugnante, sin duda porque lo que se esperaba no era un tecnicismo para evadir responsabilidades, sino voluntad política para frenar el desastre ambiental que consume nuestros bosques y su fauna. Y que quede claro: el desastre no se detiene con tecnicismos, sino con decisiones.
Pero claro, defender al jaguar no da votos. No moviliza a sindicatos, no garantiza lealtades partidarias ni sirve para chantajear con créditos internacionales, como sí lo hacen las leyes incendiarias que siguen vigentes pese a la devastación. Entonces el Vicepresidente —el mismo que habla de equilibrio con la naturaleza, de cosmovisión andina y de armonía— opta por la salida más cómoda: desestimar una acción urgente con pretextos legales, mientras sigue su gira espiritual; aunque ensuciándose las manos con el humo de nuestros bosques y con la sangre de la fauna silvestre.
¿Cómo se puede ser tan fantoche? ¿En qué parte de su cosmovisión cabe dejar sin protección al jaguar, símbolo de fortaleza y equilibrio en muchas culturas originarias de las que se llena la boca? ¿Cómo puede alguien que presume de ser “hijo de la Madre Tierra” mirar a otro lado cuando esa madre es violada por el extractivismo, los incendios y la impunidad?
Éste es el mismo Estado que tiene zoológicos paupérrimos, centros de custodia colapsados y refugios de animales sobreviviendo a punta de donaciones. El mismo Estado que criminaliza a bomberos voluntarios cuando denuncian la inacción gubernamental. El mismo que convierte el dolor ecológico en anécdota burocrática. La misma estructura de poder que, cuando arden los bosques, dice que las lluvias lo solucionarán todo.
Choquehuanca no es una excepción, es el síntoma de un sistema que usa el discurso ambiental como decoración simbólica. Mientras en Sucre se anuncia un evento en defensa del jaguar, el Vicepresidente hace malabares para eludir su responsabilidad. ¿Y si le recordamos que la Constitución reconoce derechos a la Madre Tierra? ¿O eso también es poesía decorativa?
El expediente No. 6084/2025 está en análisis. Mientras tanto, los jaguares siguen siendo desplazados, cazados, traficados o encerrados. Y el Vicepresidente, guardián honorífico de lo que no se atreve a proteger, queda expuesto. Porque cuando tuvo la oportunidad de defender la vida silvestre, eligió la comodidad de los salones oficiales. Prefirió ser notario de la inacción antes que defensor de la naturaleza.
Hay silencios que rugen más fuerte que un jaguar. El de la cobardía de Choquehuanca es ensordecedor.
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