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El pasado 18 de junio se conmemoró el Día Internacional contra el Discurso de Odio, instaurado por Naciones Unidas en 2021 y celebrado por primera vez en 2022 con el objetivo de contrarrestar el discurso de odio, fecha que nos convoca para reflexionar sobre este fenómeno de vital importancia para la estabilidad democrática, la salud mental y la coexistencia pacífica.

En Bolivia, el discurso de odio apareció como un tema en debate en el escenario polarizado en la crisis político–social a fines de 2019. Aunque siempre ha existido, el concepto empezó a ser estudiado en el mundo a raíz de recurrentes escenarios y situaciones de conflictividad, confrontación política, discriminación, racismo y violencia.

Naciones Unidas define el discurso de odio como “cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita, —o también comportamiento—, que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad".

El discurso de odio posee tres características esenciales:

  1. Se puede materializar en cualquier forma de expresión, incluidas imágenes, dibujos animados o ilustraciones, memes, objectos, gestos y símbolos y puede difundirse tanto en Internet como fuera de él.
  2. Es discriminatorio” (sesgado, fanático e intolerante) o peyorativo (basado en prejuicios, despectivo o humillante) de un individuo o grupo.
  3. Se centra en “factores de identidad” reales o percibidos de un individuo o grupo, que incluyen: “su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia o género”, pero también en otras características como su idioma, origen económico o social, discapacidades, estado de salud u orientación sexual, entre otras muchas.

A diferencia de los medios de comunicación tradicionales, el discurso de odio en línea se produce y comparte con facilidad a bajo costo y de forma anónima.

Hoy, la escala e impacto de los discursos de odio han sido amplificados por el acceso masivo a tecnologías de la comunicación (celulares, tablets, sitios web y redes sociales), hasta el punto de que el discurso del odio se ha convertido en uno de los métodos más frecuentes para difundir retóricas e ideologías divisorias a escala global.

Entre sus principales consecuencias están la exaltación de posiciones extremas (polarización), de estrategias de división y polarización de la sociedad que cultivan el odio y la confrontación y atacan un clima de pacífica convivencia, dificultando los avances sociales y los consensos de los tomadores de decisión a nivel ejecutivo y liderazgos sociales.

Si no se controla, el discurso del odio puede incluso perjudicar la paz y el desarrollo, ya que sienta las bases de conflictos y tensiones, y de violaciones de los derechos humanos a gran escala.

Este nuevo fenómeno social revela los niveles de intolerancia, incomunicación, falta de respeto a los valores democráticos y la búsqueda del bienestar común. Los discursos de odio fomentan la división y el enfrentamiento violento y discursivo, de esa forma se debilita el tejido social como ocurrió entre “pititas” y “masistas”. Los unos demonizaban a los otros como enemigos en un escenario que hizo inviable el diálogo y el arribo a consensos, los debates simplemente se dilataron o cambiaron de interlocutores, los problemas sociales de fondo no han sido resueltos.

Por ello, ante nuevas situaciones de tensión como las elecciones judiciales y nacionales, es fundamental reflexionar sobre las causas, actores sociales y consecuencias de los discursos de odio.

En las últimas décadas, el discurso de odio se ha expandido gracias al uso de Internet y las redes sociales generan confusión en la ciudadanía en alianza con la desinformación (información falsa que se divulga intencionalmente para influir en la opinión pública u ocultar la verdad) y la infodemia (sobre abundancia de información que satura los canales de difusión).

En ese contexto, se afianza el antagonismo entre unos y otros, y la veracidad de los hechos es “maquillada” o “disfrazada” según convenga a los intereses de uno u otro grupo. De modo tal, que la ciudadanía sin suficiente información terminará manipulada, divida y utilizada sin información adecuada para opinar, participar o votar. Nos convertimos en “títeres” al servicio de otros en perjuicio de nuestra dignidad y derechos, llevados por el engañoso apasionamiento y la apelación a nuestras emociones, sin la posibilidad de razonar, dialogar o consensuar.

Un estudio “El discurso de odio político en redes sociales durante la coyuntura electoral 2020 en Bolivia” de Ojeda, Peredo y Uribe (2021, p. 16) plantea que todo discurso de odio se desarrolla en tres etapas: 1) un inicio con la subvaloración (no reconocimiento del otro, la inferiorización y la culpabilización, el otro enemigo); 2) desarrollo con la colectivización (hostilidad, esencialización y justificación de la violencia) y 3) una fase de efectos (cierre del diálogo, estereotipación, vulneración de derechos y violencia física).

Ese es un resumen muy escueto de un fenómeno complejo que requiere nuestra atención para propiciar su prevención. Entre algunas de las sugerencias que UNESCO ha planteado está la alfabetización mediática e informacional con la ayuda de los medios de comunicación y la escuela desde la pedagogía social y aprendizaje socioemocional, la educación en Derechos Humanos y libertad de expresión y finalmente el involucramiento de las empresas de tecnología que producen y administran Internet y redes sociales.

Ante el reto que tenemos frente a los discursos de odio, algunos consejos básicos se relacionan con leer con atención, buscar la fuente y la fecha de cada publicación, consultar otros sitios para verificar si otros medios de comunicación compartieron la noticia o el tema en cuestión. Finalmente, evaluemos como recomendaba Sócrates en torno al chisme: sabemos con certeza si lo dicho será verdad, si es algo que responde a la bondad humana y si es útil. Todo mensaje que no pase esos tres filtros puede ser falso y dañino para nosotros y otras personas. ¿En verdad es lo que queremos hacer?

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