Una realidad sociológica aplastante en Bolivia es el aumento de la irracionalidad, la emocionalidad, la intransigencia, y, con ellas, del gran concepto de Norbert Elias: los enlaces dobles (que explicaré brevemente a continuación), que llevan a los bolivianos a vivir atrapados en una espiral infinita de miedos, sospechas, odios, enfrentamientos, y, por supuesto, de violencia, del que, parecería que, por el momento, no podemos salir. Como decía el personaje de Vargas Llosa, Alejandro Mayta, “[…]todavía puede ser peor, […] no hay límites para el deterioro”.
El enlace doble es un extraordinario concepto eliasiano que se refiere al hecho de que los seres humanos, al momento de relacionarse con las fuerzas naturales no humanas, al relacionarse con otros seres humanos, y también consigo mismos como individuos dotados de conciencia (e inconciencia), no pueden salir de una especie de trampa, que consiste básicamente en lo siguiente: ante peligros externos sobre los que no tenemos control, que amenazan nuestra existencia misma, o nuestra estabilidad emotiva y existencial, reaccionamos de manera altamente emocional, cargada de fantasías y explicaciones egocéntricas, basadas en nosotros mismos, por lo tanto, poco ajustadas a la realidad de los hechos, lo que nos vuelve aún más vulnerables ante esas amenazas externas, y, por lo tanto, nos hace más incapaces de reaccionar de manera más reflexiva, distanciada ante ellas, lo que nos lleva a tener menos control sobre esos peligros, lo que los vuelve más peligrosos para nosotros, y así sucesivamente: un proceso circular que posee una enorme “fuerza coercitiva” de la que no podemos salir, como si de un remolino o una caída de agua se tratara. Estamos atrapados dentro de esos enlaces dobles.
Pues bien, argumenta Elias que esta manera de reaccionar ante los peligros del mundo era normal o frecuente en las sociedades humanas más antiguas, sea ante los peligros de la naturaleza, sea ante los peligros suscitados por los otros seres humanos, siempre una amenaza para la sobrevivencia de nosotros mismos. Al pasar el tiempo, en muchas regiones del planeta, típicamente Europa y los países desarrollados, pero también allí donde la llamada “cultura occidental” tiene influencia, se ha conseguido desatar el nudo del enlace doble en relación al dominio de las fuerzas de la naturaleza no humanas. Pero, sostiene Elias, ese mismo proceso no ha sido posible, aún, y quizás nunca de forma definitiva, en relación al mundo constituido por los propios seres humanos al momento de interactuar y depender mutuamente: en el mundo que llamamos “sociedad”, seguimos atados a un enlace doble circular, porque no somos capaces de conseguir el suficiente desapego emocional y distanciamiento reflexivo que nos permita observar, de manera más ajustada a la realidad, cómo son, realmente, los sucesos sociales.
Cuando observo cómo en Bolivia, cualquier cosa que tenga resonancia colectiva, que implique cambios, mejoras, o simplemente nuevas posibilidades de bienestar, paz, desarrollo y progreso –no me refiero exclusivamente a avances “tecnológicos”, si no a progresos humanos—, es agresiva y fieramente combatida, con garras y con dientes, y se apela cada vez con mayor desfachatez a la violencia como forma de solución de los conflictos –o mejor dicho, más que conflictos son acciones de otros que son vistas como verdaderos peligros que amenazan nuestra propia sobrevivencia a través de un claro sesgo de statu quo— no puedo menos que pensar que estamos ajustando, más y más, el nudo del enlace doble, como el nudo al cuello de una horca, tal cual ocurría en los tiempos más antiguos de la humanidad.
Un mismo partido gobierna, y es oposición. Un mismo partido bloquea un país, y un mismo partido resiste, sin importarle terceras personas perjudicadas, en una suerte de demostración de fuerzas que sólo sirve para favorecer a un par de cabecillas ególatras. Mientras tanto, se pide elecciones judiciales, cuando se sabe que dichas elecciones son una de las más importantes tomaduras de pelo de la constitución boliviana: no sirven para absolutamente nada. Los representantes del poder judicial boliviano seguirán siendo peones del gobierno de turno, pero nadie desata dicho nudo. La democracia es, así, solo una pantomima, un mal remedo. Mientras tanto, se lleva adelante el proceso de un censo… a las patadas. A través de una jerarquía centralista y autoritaria, los funcionarios de la única instancia oficial de estadísticas, se pierden en improvisaciones, y en abusos hacia los que están más abajo y quieren emplearse para, además de ganar una muy ridícula suma de dinero, aportar con su esfuerzo al mejor conocimiento de la realidad demográfica de la población boliviana. Pero no: órdenes contradictorias, falta de dinero para casi todo –se pide a las personas que quieren capacitarse para jefes de zona que laven los baños; se les pide que se fabriquen ellos mismos sus carteles para sus sedes de operaciones; se les obliga a gastar pasajes para ir, por órdenes superiores, una y otra vez a las oficinas centrales, aunque luego estos viajes sean innecesarios, etc., etc.—, y sobra la improvisación y el exitismo: se declara que ya prácticamente hay el 100 por 100 de censistas, cuando muchos han sido registrados a la fuerza, o registrados dos veces, o registrados en otros barrios, o incluso registrados en otros municipios de donde viven normalmente. Mientras tanto, mientras tanto. Podemos sumar y sumar los casos de la infinita arbitrariedad, conflictividad, complicación innecesaria, burocracia autoritaria y humillante, falta de buen empleo, falta de esperanzas, de, simplemente, buena convivencia, paz, tolerancia.
Bolivia cae, cada vez más, dentro de su propio remolino, como el Maelstrom narrado por Poe, o dentro de su propio agujero negro. Es la maravilla de un proceso de cambio para peor.
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