El panorama ideológico y cultural en América Latina ha cambiado por completo con la instauración de los regímenes democráticos como sistemas de gobierno dominantes. Asimismo, las discusiones sobre cómo profundizar la democracia se ligan con las críticas hacia las insuficiencias que un sistema democrático todavía confronta como la desigualdad, la pobreza, la exclusión o la persistencia de patrones coloniales que datan del período de la conquista. Precisamente es aquí donde Walter Mignolo, uno de los más importantes teóricos de la decolonialidad, interviene en la formación de una opinión pública crítica para cuestionar, no solamente la idea de un continente Latinoamericano como realidad homogénea, sino que también invita a combatir todo resabio colonial por medio de la descolonización de la historia, el pensamiento, el conocimiento y la política.
Para muchos podría significar algo completamente fuera de lugar cuestionar la existencia de nuestro continente con plena identidad, no solamente cultural, sino inclusive con identidad política y económica. El conjunto de los países atestigua que América Latina es una realidad de hecho, a la luz de nuestras experiencias históricas y varios convenios internacionales de integración donde se reivindica la posibilidad de obtener un continente con unión e intereses comunes
Si bien la existencia de América Latina como la conocemos ahora es una verdad evidente, esto no siempre fue así. La configuración de los países que fueron colonias de España entre 1492 y 1825, también es reinterpretada como parte del desarrollo de la “matriz colonial de poder” modernidad/colonialidad”.
Desde esta perspectiva, la colonialidad persiste junto con las múltiples heridas de la discriminación racial y la segregación de los pueblos indígenas, afrodescendientes y todos aquellos marginales despreciados. De acuerdo con Mignolo, América Latina representa una invención europea y de la Ilustración. Es decir, la colonización y el nacimiento del “Nuevo Mundo” están íntimamente ligados con la expansión de los mercados y el capitalismo como un sistema mundial cuya cara de dominación internacional precisamente se expresó con violencia de la colonización española, portuguesa, francesa, inglesa, prosiguiendo en el siglo XXI con la dominación imperial, aunque decadente, de los Estados Unidos.
Este tipo de discusiones respecto a la genealogía de las identidades culturales y la “idea” de América Latina, como un escenario de invenciones de la modernidad y diferentes contradicciones y enfrentamientos político-ideológicos de la combinación entre modernidad junto con la colonialidad, están argumentadas por Walter Mignolo en el libro “The idea of Latin America”, escrito por encargo de uno de los editores de la empresa Blackwell Publishing Ltd., Andrew McNeillie.
Con el objetivo de sintetizar las orientaciones teóricas de Mignolo, es importante destacar que, dentro de la academia estadunidense, sus ideas sobre la epistemología de fronteras y el colonialismo intentan denunciar permanentemente la enorme capacidad destructiva que tiene la modernidad. La traducción al español fue publicada por Gedisa en Barcelona, con el título: “La idea de América Latina. La herida colonial y la opción decolonial”.
Es fundamental discutir de qué manera los diversos regímenes políticos post-coloniales en América Latina, contribuyeron a preservar algunas prácticas coloniales como la exclusión y la discriminación racial de los indígenas, vinculadas a la subordinación mental e intelectual hacia el excepcionalismo europeo y estadounidense. Asimismo, las luchas entre élites terratenientes, militares e intelectuales de finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, ayudan a distinguir que los Estados independientes en América Latina todavía respiran por las heridas de la colonización. Son Estados débiles que, en muchos casos, forzaron la delimitación de sus fronteras y se sometieron a un proyecto de modernidad que siempre los consideró inferiores.
Los doctores de la ley, líderes políticos e intelectuales iluministas en muchos países como México, Ecuador, Perú, Bolivia, Colombia, Argentina o Chile, prefirieron pactos elitistas, o la conformación de partidos políticos que se caracterizaron por llevar adelante una lucha política excluyente, donde las mujeres, los indígenas y las identidades múltiples fueron reprimidas, despreciadas y condenadas a su desaparición, utilizando el argumento de la modernidad o el blanqueamiento de la mentalidad y la raza.
Ser moderno en América Latina ha significado durante largo tiempo acoger un tipo de Estado que centralice las decisiones, que pueda industrializarse y consolidar la construcción de las “naciones latinoamericanas”. Sin embargo, hoy podemos ver que esto fracasó, pues América Latina tiene en su interior una efervescencia que va más allá de la modernidad, más allá de las élites del mercado mundial y aún trata de reconstruir “lo nuestro” con sus variadas identidades negras, indígenas, criollas, urbanas, etc. Estamos así en el territorio de las búsquedas “descolonizadoras” y, posiblemente, genuinamente democratizadoras.
De cualquier manera, lo que Mignolo no puede explicar todavía es cómo se puede impulsar la convivencia pacífica en un mundo que también trata de ser más cosmopolita. Hay elementos de la modernidad que se acercan a una necesaria reconciliación porque la eterna desconfianza con el signo de una colonialidad inmanente y eterna, termina construyendo mitos intolerantes y la visión de un mundo donde tendrían que sobrevivir los más fuertes, no descolonizados, sino simplemente con la mirada puesta en el escarmiento de las injusticias del mundo.
Mignolo representa, al mismo tiempo que la expresión de una crítica inclaudicable, una especie de teólogo secularizado con tendencias a la autoinmolación y el fenecimiento del pensamiento crítico para terminar apoyando, inclusive, los rasgos más despreciables de una izquierda y un indianismo que se burlan de la colonialidad, solamente por imponer una política del poder y de la dictadura. Los ejemplos claros están en Venezuela, Nicaragua, Cuba y Bolivia misma con la instrumentalización del discurso indígena para encubrir el autoritarismo y los abusos del poder. De hecho, un error garrafal en la desconfianza perenne para mirar en todo tiempo, lugar y a toda hora la colonialidad, es suponer que la propia modernidad no haya generado sus mecanismos culturales para preservar la paz, el humanismo y la conciencia crítica de todo tiempo. Esto no es así y la prueba más viva es el racionalismo crítico, la ciencia como conocimiento falible y la ética como estrategia de reconocimiento mutuo y reconciliación humana.
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