Por Gary Daher (Bolivia)
Viernes 27 de noviembre de 2020.- Los poetas griegos cantaban sus poemas. La primitiva música de los griegos estaba siembre estrechamente vinculada con la poesía. No había otra poesía que la cantada. Sabemos que Arquíloco y Simónides eran poetas a la par que músicos; sus poemas eran cantados. La música sin canto fue un arte muy posterior. Las leyes de la melodía eran dictadas por la voz humana, según afirma el musicólogo alemán Hermann Abert.
Claro que la melodía que utilizaban nos es desconocida, y también sabemos que el ritmo dominaba sobre la melodía. Tan grande es el sentido que el ritmo y la melodía tienen dentro de estos antiguos que Platón en sus diálogos copia las palabras de Gorgias[1] cuando pregunta:“…si se quita de toda clase de poesía la melodía, el ritmo y la medida, ¿no quedan solamente palabras?”
Matilde Casazola lleva acaso el sentido de los antiguos griegos, pues es una poeta que canta. Así los tiempos han corrido junto con su canto, y, a esta altura, no nos cabe duda de que Matilde Casazola es para nuestro país, lo que Chabuca Granda para Perú o si tomamos cómo llega a su gente, lo que Chavela Vargas para México, en la medida en que su voz, sus originales melodías, sus letras y sus ritmos nos tocan en tal profundidad que no sabemos sentir otra cosa que Bolivia en nuestros corazones.
En esta línea, Matilde Casazola ha escrito una obra poética que obedece a su mirada cotidiana del mundo, y a los diferentes estados emocionales de las circunstancias que el tiempo trae como el oleaje de un mar que no cesa. Allí Matilde Casazola ha dejado registrada su actividad poética en múltiples poemas, según un latir musical más que un rigor poético. Esas maneras nos dicen de un espíritu vital cuyas joyas debemos rescatar de las hermosas conchas marinas, en el sentido del mar de la vida, o poemas que sin detenerse marcan su reloj poético.
Así, sus poemas abarcan una gran cantidad de panoramas, tales el canto, las diversas miradas sobre sí misma, la impenitente caminante que refleja su trashumancia, su cualidad de poeta, el deterioro humano, el mal, la muerte y el amor, los siempre preocupantes temas sociales, los oficios de la gente y los otros, la casa y sus habitantes, es decir, la familia, los objetos, la espiritualidad y la aparentemente perturbadora divinidad, la filosofía, su sensibilidad con la naturaleza, y el tiempo, como no, el tiempo como una rosa que aroma sus obras.
Muy natural es, entonces, que empecemos hablando de su obra con los versos que hacen a sus canciones. Aquí, habrá que hacer una separación, entre lo que se habla desde la poesía para ver, para sentir en imágenes, y lo que se escribe para la canción, es decir para oír, porque lo primero que se viene a la memoria, cuando de Matilde Casazola se habla, pertenecen a un género que se aviene muy bien a lo que se canta.
Y si estamos ante una poetisa que canta, en este punto que nos ocupa, muchos de sus versos se deslizarán como letras de canciones, queriendo decir con esto que la letra y la música han tenido que gozar un maridaje que conmueve no porque suene hermoso, que sí lo hace, sino que la letra, o el verso, se aviene como el esposo a la esposa en una especie de felicidad de la palabra, si esto es posible, establecido en cada corazón que la escucha.
Serían entonces poemas más escritos para oír que para ver, que los poemas para ver son de reciente factura, si reciente se limita al espacio de un siglo. En cambio la costumbre del poema para oír se pierde en los recovecos del pasado. Vale además afirmar, que en estos tiempos, la poesía para oír especialmente en lengua castellana ha tomado nuevo impulso, hipnotizando a todos. Baste nombrar a la trova cubana con Silvio Rodríguez y otros, Joaquin Sabina, o Luis Eduardo Auté.
Todos sabemos que la cultura libresca es de por sí minoritaria y hemos observado, durante el siglo XX, que el poema se enclaustró entre las páginas de las bibliotecas, renunciando a su transmisión oral. El poema escrito para ver, no para oír, es reciente. Desde la invención de la escritura, es cierto, existe el lector silencioso de poemas.
En cambio la costumbre del poema para oír se pierde en los recovecos del pasado. Y hasta el siglo XIX la poesía ocupaba el tiempo de los ocios latinoamericanos. Escribe Carlos Monsiváis: “Una herencia (una definición) del XIX: la religión de la Poesía. Durante más de un largo siglo latinoamericano la poesía es, masivamente, instrumento de uso cotidiano, prueba irrefutable de la calidad cultural (el alcance social) de una velada hogareña, de modo principal, el mayor acervo ideológico para medirse con el amor, la adversidad, la vida interior. Los analfabetos retienen piadosa y cuantiosamente los versos y los ‘absolutamente ajenos a las Musas’ suelen vivir bajo el influjo de poemas y Actitudes Poéticas que casi de seguro jamás hayan oído comentar. (...) En el XIX la poesía y la enseñanza de la historia patria son los dos ordenamientos sustanciales de la experiencia, el sufrimiento, la desazón, la turbiedad del ánimo, la desesperanza, la alegría que se refleja en sí misma”.
¿Qué sucedió durante todo el siglo XX? Rafael Cadenas señala: “La poesía moderna tiende a convertirse en un corpus hermético. Se hace para un círculo de iniciados; por los poetas para los poetas. Forman un pequeño ouroboros. Los poetas, al decir de Cocteau, son mandarines que se susurran secretos al oído”. Con el cambio de siglo, pues, la poesía perdió su papel de formadora de la sensibilidad latinoamericana.
Hoy, en la aurora del siglo XXI, amanecemos a un nuevo día, donde la poesía vuelve a recuperar el espacio de las calles a través de las canciones que la gente repite y donde el poeta se hace anónimo. Nos acordamos de los nombres de los cantantes famosos, y en su gran mayoría desconocemos el nombre del que compuso la letra. Aquí la poesía se universaliza.
Matilde Casazola nos regresa a ese espacio, pero como tiene que ser en este siglo, sin ignorar la poesía que conmueve con las grandes preguntas, y traslada imágenes, como se puede leer en los poemas de su vasta obra poética, mientras en paralelo desgrana letras de canciones, cuya música también vive en la poetisa y compositora como un ave capaz de transitar nuestros más íntimos afectos.
De esta manera la obra penetra en los huesos utilizando la lanza del canto, recuperando para la poesía el espacio de la música sin perder la virtud de la palabra.
Los versos en las letras de sus canciones son las alas del Pegaso que nos arrebata con sus melodías muy particulares, muy propias, las melodías de Matilde Casazola.
¿Quién oyéndola cantar no termina amándola? Matilde, la que se transforma, a quien el canto, cual hechicera de luz, le sirve de fuente de la juventud. ¿No es siempre una muchacha llena de fuego mientras canta? Esto digo, claro, como testigo de sus días para dejar constancia de lo que se puede conocer en forma directa, no a través solamente de los textos, privilegio de ser su contemporáneo.
Decir además que en los poemas, en los versos, ella carga con el canto, pues canto y poema son uno en Matilde Casazola. Tu solamente bordas / con gorjeos de luz, una esperanza[2], nos dice. Transformándose el canto de lo cotidiano, la tierra, el amor, la melancolía, en el material con el que se teje las vestiduras de lo esperado, siendo lo esperado el conocimiento de los misterios de la naturaleza.
Todo en línea con su vitalidad Eso nada más soy: latido exacto.[3], nos dice. Y esa vitalidad está íntimamente relacionada con una manera simple de estar en el mundo, una manera que quiere estar en armonía con eso que la rodea, como se puede constatar en los poemas que a manera de auto retratos, aparecen en su obra poética. Tal el poema Los cuerpos[4] del libro del mismo nombre, pero muy lejos de Walt Whitman, pues en Matilde Casazola no es suficiente nombrarse sino equipararse con lo mínimo, con lo maravillosamente mínimo como son los insectos.
Hay en la obra de Matilde un llamado a lo esencial, esencialidad que reside en la tierra, en la tierra madre, se siente una con la ternura de lo vegetal que emerge de lo mineral, pero que a la vez son la génesis de su procedencia ancestral, como leemos en el poema Raíces de Poesía y Naturaleza datado en 1993, donde nos dirá bellamente, acaso haciéndonos recordar a Edmundo Camargo:
Obscuras raíces
brotan de la tierra
y me llaman.
Obscuras raíces sabias
de esencias vitales,
me cercan y me enlazan.
Regresándonos siempre al sentido de la música, porque música en ella también son las manos, con las que acaricia, araña y toma la guitarra.
Cuando yo muera
y mis huesos
cal sumisa ya sean,
no confiéis ni en mis ojos
ni en mis labios
pétalos de rosas secas
ni en mi cuerpo de esfinge,
ni siquiera
en mis cabellos, lianas,
algas de largas hebras.
Confiad sólo en mis manos
sobre el viento ligeras,
definitivamente libres y solitarias
cuando yo me muera.[5]
Esta poetisa trashumante, que ha viajado como peregrina del canto tal como nos revela cuando entona Madre, me voy. / me llama el viento / y la canción del mar.[6] Sintiéndose a su vez, por el motivo del canto y la poesía que la arroja a un mundo inestable, llena de faltas.
En ese estado reconocido en que los versos revelan emociones, los poemas sufren una traslación, y se advierten como imágenes oníricas, hechos de la misma materia en que están hechos los sueños; pero no los sueños shakespearianos, sino los sueños de Calderón.
Se develan así algunos de los ojos de ese Argos Panoptes que es toda obra poética que obedece no solamente a la mirada cotidiana del mundo, sino a los diferentes estados emocionales de las circunstancias. Tal en los momentos duros de la mala hora, o aquellas condiciones en las que nos enfrentamos al mal.
En este carrusel de inseguridades que son los días, en la mirada de Matilde Casazola, solamente los muertos, es decir, los cadáveres, de alguna manera objetos sagrados, tienen un porvenir seguro.
Hablamos entonces del tiempo, que involucra vida y muerte. Y si es tiempo, para Matilde Casazola será aquello que da frutos, pero antes de frutos flores, y la flor por excelencia, para Matilde, es la rosa. Pues, en estos tan cotidianos pero complejos y contradictorios hechos, es decir entre la vida y la muerte, Matilde advierte a la rosa. La rosa, símbolo fundamental en la poesía de Matilde Casazola, pues simboliza una florescencia del tiempo, que también es ella misma, haciéndonos inevitable el recordar a Jorge Luis Borges cuando nos dice El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; / es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre[7]. Aquí, en la poética de Matilde Casazola, el tiempo en lugar de felino es una planta, extraño híbrido de rosal y cronos, que produce, como la tierra, flores y frutos, de esta extraña manera en Matilde el tigre es la rosa.
La rosa entregaba su secreto
en llamaradas luminosas.
Era la rosa, amor, tras la ventana
como brillante talismán de fuego.[8]
Entonces sentimos como si se tejieran referencias con otras poéticas armando una suerte de señales de predecesores, como es el caso de William Blake y su The Rose, cuando escribe:
Un gusano buscó su centro.
(¡Mi cristal encantado se rompió!)
Hizo su reino allá adentro
(todo acabó, todo acabó)[9]
Aunque en este poema hable de la felicidad, cuyo sabor tiene la maravilla de lo ácido De color amarillo claro / era, señor, la felicidad. / Como un limón perfumado; / ¡ay! no podía durar. No deja de ser ontológicamente la Rosa de Blake,mostrándonos que los elementos poéticos se repiten como si una red invisible escribiese un mismo poema, Borges dixit.
Pero Matilde Casazola es más un alma reflexiva que dialoga con su mundo interior, que una poetisa que se conecta con los otros poetas. Así, se podría decir también que a través de su obra poética conocemos a Matilde en su intimidad, como si la poesía fuese una necesidad vital para sentirse menos sola, y así intentar conseguir su soledad perfecta[10].
Desde esa soledad nos aproxima a un universo que muestra lo más íntimo de los otros tan nuestros, la casa, ese edificio testigo de los días, descrito íntima y mágicamente en su obra, como en el poema La Memoria de las Casas.[11] En ella la casa es un ser vivo, y como todo ser vivo cambia, se transforma, tanto y de tal manera que inclusive se resiste a sacar a sus muertos.
La casa, que en estos entretejidos poéticos se nombra como un milagro. El inconmensurable planeta de lo maravilloso. Lo que nos es más cercano, pero también mágico y deslumbrante.
Así, el universo de la casa y sus otros, que transitan y ocupan los espacios. Dejando huellas, y esas huellas en Matilde Casazola son los objetos íntimos. Objetos que han permanecido en un espacio emocional que intenta recuperar la vida de los que lo usaron, así la ropa, los zapatos, los libros, los pañuelos. En este espacio verbal, los objetos representan a los otros, a los amados ausentes. Esos otros que circulan a pesar de nuestro estar en el mundo, y para los cuales nuestra presencia circunstancial, por más íntima que sea, al pasar del tiempo no solamente será olvidada, sino abandonada, como corresponde a esa crítica de lo desaprensivo que leemos en su poética. De esta manera la soledad se transmuta, en Matilde, gracias a los objetos, en una soledad acompañada, que se bendice naturalmente.
Si bien hay una metáfora (consciente o inconsciente) donde los objetos representan a los otros, existe también una notable y perceptiva atención sobre el universo de los objetos que la rodean, no metafórica; sino neutral. Mostrándonos la relación que cualquier persona puede tener con los objetos, que se entienden siempre dependientes de nuestra acción. Transformados estos objetos en seres que no interfieren, no actúan. Simplemente esperan nuestro capricho. El caso es que una vez activados, ellos estarán listos para acariciarnos, para amarnos.
Aunque abandonando este sentido, es decir, también en la manera, hay una bella aproximación a las cosas mínimas, donde la poetisa es capaz de despertar nuestra sensibilidad a un universo cotidiano que generalmente se ignora, aunque hace parte de nuestro día a día.
Finalmente, la obra de Matilde Casazola se revela con una consciencia del mundo y su génesis.
La semilla
es pequeñita
pero todo es arcano dentro de ella.[12]
La semilla guarda quizá todo el secreto que Matilde Casazola ha guardado de sí misma, es una gran metáfora de todo lo que el artista, el poeta, guarda dentro de sí, y trabaja para que reviente en vida, para que fructifique. De ahí, de la demora de ese acto mágico, el desasosiego, acaso de ahí, el mirarse con el ala rota.[13]
Para encontrarse en el mundo, y al mirarlo pintarlo, tal cual Aristóteles ministraba, en un poema al que también le ha puesto música, y se ha hecho una bella canción.
-¿De qué color es el mundo?-
Con asombro preguntó.[14]
Imaginando también otro mundo, un mundo donde la verdad ha sido acallada, acaso una verdad que nos haría libres.
Camina Sidaharta, camina
llévame por esos mundos
de las verdades prohibidas.[15]
Y si leemos atentamente, nos lleva a pensar en un sitio donde las almas de los que conocen esas verdades son flores, estrellas que iluminan la noche.
Oh flores
que ilumináis la noche
sin pensar en vosotras
y tranquilas os dais[16]
De esa manera se ha ido abriendo la obra de Matilde Casazola como rosa del tiempo.
¿Quién es el dueño de tanto tesoro?
¿quién gritará el: “Ábrete Sésamo?
Somos cómplices del tiempo.
y seguimos girando
asombrados, mirándonos noche y día
en su hipnótico espejo.[17]
[1]Según Gorgias, el género dentro del cual cae la poesía, como sólo una parte suya es, entonces, el Lógos. El Lógos "infunde en los oyentes un estremecimiento preñado de temor, una compasión llena de lágrimas y una añoranza cercana al dolor, de forma que el alma experimenta mediante la palabra (Lógos) una pasión propia con motivo de la felicidad y la adversidad en asuntos y personas ajenas""
[2] Los Ojos Abiertos (1967). Parte 1. Poema 10
[3] Los Ojos Abiertos (1967). Parte 2. Poema 13
[4] Los Cuerpos, 1967.
[5] Los Cuerpos, 1967, Poema XII.
[6] Y siguen los caminos. Poema 37
[7] Nueva Refutación del Tiempo. Ensayo. Jorge Luis Borges. 1946
[8] Poesía y Naturaleza (1993). Rosa (frag.)
[9] La Noche Abrupta (1996). Poema 35
[10] ver el verso final del poema 44 de Y siguen los caminos (1990);
[11] Estampas, Meditaciones, Cánticos (1990): Poema 6
[12] … Y siguen los caminos (1990); (1969-1970) Parte I: Poema 19
[13] Leer el poema Y el cuerpo encorvas de El espejo del Ángel (1991)
[14] Tierra de estatuas desteñidas (1992) Producción entre 1973 y 1975. Canción: Poema 35
[15] A veces un poco de sol (1994): Poema 3. Camina, Sidharta.
[16] Y siguen los caminos (1990); (1969-1970) Canciones: Poema 38
[17] Los ojos abiertos (1967). Canciones, consejas y cansancios. Poema 16
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