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Por Jorge Grigoriu Siles para Guardiana (Bolivia)

El conflicto que vivimos a causa de las clases virtuales, el pago de pensiones y la clausura del año escolar ha generado tensión entre los diferentes actores educativos, principalmente entre padres, responsables de los colegios, y profesores.

A través de los medios de comunicación y de las redes sociales he podido escuchar la voz de cada sector, tratando de comprender lo que sucede. Coincidirán conmigo en que el problema es altamente complejo y en que ha habido situaciones y posturas incomprensibles y hasta irracionales.

Por un lado, estamos los padres de familia que, en términos educativos, tenemos una idea de aquello que es mejor para nuestros hijos; por otro, los profesores, que también tienen su postura sobre aquello que consideran mejor para sus estudiantes; y también los directivos de colegios, que además de lo educativo, demostraron intereses empresariales, que han primado en muchos casos.

Padres, maestros y directivos, hemos dado a conocer nuestra voz; sin embargo, me llama la atención que no hayamos escuchado a los principales afectados, nuestros hijos, los estudiantes.

¿Qué piensan nuestros hijos de este conflicto? ¿Cómo han vivido estos meses? ¿Cómo han vivido la experiencia de la educación virtual? ¿Cómo les afecta la clausura del año escolar? ¿Qué soluciones plantearían ellos? Éste es un tema del cual hablaré en otra oportunidad.

Entre las voces de unos y otros, y la ausencia de los sin voz, protagonizamos una auténtica Babel, en la que la confusión y los intereses particulares han triunfado sobre la búsqueda del bien mayor, que no es la economía de unos u otros, sino la educación de nuestros hijos. No hemos estado a la altura para darles un ejemplo de escucha, de diálogo, de sinergia y de solidaridad, en pro de sacar adelante la educación.

¿Estamos condenados a la incomprensión mutua?, ¿al caos generado porque no podemos hablar un mismo lenguaje?, ¿está la educación de nuestro país condenada? De verdad espero que no, tengo fe en que podemos comenzar a escucharnos, a entendernos, y a dar a la educación de las nuevas generaciones el valor que merece. Tengo fe en que podemos aprovechar esta crisis para reinventar la educación de nuestro país.

En esta línea, de la escucha, de la comprensión y de la sinergia, desde mi rol de padre de familia, me gustaría compartir con ustedes lo que pediría a los profesores de mis hijos, para comenzar a caminar en la mejora de la educación. De ahí el título: los profesores que quiero para mis hijos.

Es necesario aclarar, antes de entrar en detalles, que esto que como padre quiero pedir a las maestras y maestros va más allá de esta coyuntura, es expresión de la conciencia ante problemas educativos estructurales que vamos arrastrando hace ya mucho tiempo. La pandemia los ha visibilizado, los ha puesto en el tapete de la discusión y ojalá en camino a soluciones también estructurales.

Los profesores que quiero para mis hijos:

Profesores que faciliten experiencias de aprendizaje de calidad

Sabe profesora… no me preocupa la cantidad de horas de clase o la modalidad en la que trabaje, me interesa que ofrezca a mis hijos experiencias de aprendizaje de calidad.

Muchos padres expresan su preocupación por ofrecer a sus hijos la mayor cantidad posible de horas de clase presencial, creyendo que con ello obtendrán mejores resultados. ¡Que nadie se enoje!, pero como padre y como docente debo decirles que no hay una relación directamente proporcional entre horas de clase presencial y cantidad o calidad de aprendizaje. No la hay.

De hecho, cuando pregunto a los chicos qué hicieron en clase, muchas veces me responden cosas como esta: el profesor se sentó a revisar tareas y nos dijo que trabajemos el libro toda la hora, o me indican: el profesor nos hizo exponer el tema toda la hora. Cuando me dicen esto último, les pregunto ¿y cómo les fue?, ¿qué dijo el profesor de su exposición?, a lo que me responden: no nos dice nada, solo… que pase el siguiente grupo. Ya se imaginarán cuánto aprenden. Como ven, no se trata de la cantidad de horas, sino de la calidad de las experiencias de aprendizaje que ofrezcamos en ese tiempo.

Pero… ¿Qué hace que una experiencia de aprendizaje sea de calidad? Comparto con ustedes algunas pautas:

  • Es una experiencia planificada con base en unos propósitos de aprendizaje precisos y claros.
  • Es una experiencia que plantea retos para el estudiante, una experiencia que los desafía a aprender algo adecuado a su nivel y a sus intereses, que genera en ellos el conflicto cognitivo, esa consciencia de que para entender o explicar algo no se sabe lo suficiente y es imprescindible aprender.
  • Es una experiencia que considera la diversidad de estilos de aprendizaje, porque parte de la idea de que todos aprendemos de manera distinta.
  • Es una experiencia que diversifica las estrategias, para ayudar a los estudiantes a aprender desde sus estilos particulares y haciendo uso de sus inteligencias múltiples.
  • Es una experiencia que favorece el aprendizaje colaborativo, pues a través de la interacción y la contrastación de diferentes puntos de vista, podemos construir aprendizajes más completos, más ricos y más relevantes.
  • Es una experiencia que favorece el aprendizaje autónomo, para ayudar a que el estudiante aprenda por sí mismo, dependiendo cada vez menos de la explicación y la presencia del profesor.
  • Es una experiencia fruto del trabajo y creatividad de docentes que trabajan en equipo, pues la experiencia y conocimiento de los colegas es una ayuda fundamental para mejorar nuestra práctica y desarrollar la creatividad en la enseñanza.
A partir de ello, me atrevo a pedirles:
  • Profesores, diseñen experiencias de calidad y pónganlas en práctica. Mis hijos se lo agradecerán.
  • Profesores, tengan fe en sus estudiantes, en su capacidad para aprender y para ser creativos, háganles conocer que confían en ellos, desafíenlos a aprender, hablen menos y escuchen más. Verán cómo los chicos les sorprenden.
  • Profesores que prioricen el desarrollo del pensamiento

Profesor, se cuán importante es memorizar, pero me preocupa que mi hijo aprenda también a pensar...

Para algunos esto podría sonar raro, y hasta ofensivo: ¿acaso nuestros hijos no saben pensar? Aprendemos a pensar casi sin ser conscientes de ello, pero también debemos saber que las habilidades del pensamiento, desde las más sencillas como la descripción, hasta otras más complejas como el análisis o la inferencia, se aprenden a través de la práctica, y cuantas más experiencias tengamos para desarrollarlas, mayor dominio tendremos de ellas.

Las habilidades del pensamiento son esenciales para la comprensión del mundo que nos rodea y para la resolución de los problemas a los que nos enfrentamos cada día, sea en el campo académico, laboral o cotidiano.

Me interesa que mis hijos puedan acumular conocimientos en la memoria, sí, pero si no desarrollan habilidades de pensamiento, les será muy difícil utilizar eso que han acumulado, y más aún, les será imposible generar nuevos conocimientos, nuevas soluciones para las situaciones a las que se enfrentarán, en un mundo caracterizado por el cambio permanente y la incertidumbre.

En este sentido, no me preocupa mucho que el profesor no cumpla con todo el programa, o la nota que obtengan mis hijos, porque si en el proceso aprendieron a pensar bien, aquello que no avanzaron, lo aprenderán por sí solos.

De ahí que me atrevo a pedirles:
  • Profesores, ofrezcan a mis hijos experiencias de aprendizaje que les permitan desarrollar habilidades de pensamiento: que aprendan a observar, describir, analizar, sintetizar, reflexionar, hacer inferencias, analogías e incluso a ser creativos; experiencias que les permitan ser conscientes de aquello que saben y de la manera en que pueden utilizarlo.
  • Profesores, que las tareas, discusiones y evaluaciones exijan a nuestros hijos, no sólo la reproducción del conocimiento, sino también la aplicación del mismo y el uso de habilidades del pensamiento en la resolución de problemas reales. Así, quizá todo tenga más sentido para ellos.
Profesores que enseñen con emoción y pasión

Profesora, mi hijo odiaba la filosofía, este año lo veo entusiasmado, ni siquiera tengo que preguntarle si hizo la tarea. Gracias, usted lo ha inspirado.

El aprendizaje está ligado a la emoción y al placer, las neurociencias y el estudio sobre cómo aprende el cerebro, nos dan varias pistas al respecto. Estas neurociencias, aplicadas a la educación, nos enseñan, entre muchas cosas, que la dopamina, un neurotransmisor asociado con el placer, es producida en situaciones agradables y hace que busquemos repetir esas situaciones, es también una substancia que contribuye a la atención y la concentración; por tanto, el desafío es hacer del aprendizaje una situación agradable, que pueda ser disfrutada y también deseada.

En la medida en que las experiencias de aprendizaje que ofrezcamos a los chicos les permitan involucrarse, sean agradables, emocionantes y útiles, sus aprendizajes serán más significativos y duraderos. Se imaginan… chicos emocionados queriendo aprender más… no sé si se ve mucho de esto en nuestras escuelas…

La capacidad de emocionarse y engancharse con el aprendizaje depende no solo del tipo de experiencias de aprendizaje que diseña el profesor, sino también de aquello que comunica, de aquello que anuncia, de su Kerigma.

El término griego Kerigma que puede ser traducido como “anuncio” y “proclamación” -muy usado en teología- podría en este caso referirse a lo que anunciamos cuando ingresamos al aula.  ¿Qué anunciamos con nuestra postura corporal?, ¿con los gestos en la cara?, ¿con el tono de voz?, ¿con las primeras palabras que pronunciamos?...

Este Kerigma no está ligado solo al contenido de nuestro discurso, sino a una forma de ser que dice de nosotros, que anuncia, que proclama ante los chicos cuánto amamos nuestro trabajo, la pasión que sentimos por lo que enseñamos, el amor y el compromiso que tenemos con nuestra vocación docente. Cuando un profesor anuncia esto, los estudiantes se cuestionan y muchos de ellos se emocionan y se comprometen con el aprendizaje de la materia. Cuando nuestro Kerigma es negativo, sucede lo que escuchamos a menudo: “Mi hijo odia la materia por culpa del profesor”.

Por todo lo anterior, lo que quiero pedir es:
  • Profesores, diseñen situaciones de aprendizaje que resulten interesantes, emocionantes, que estén ligadas a la vida real, a lo que motiva a los niños y jóvenes. Planteen experiencias de aprendizaje agradables, que le permitan moverse, actuar, sentir, gozar, e involucrar todo su cuerpo y sus emociones en el acto de aprender.
  • Profesores, faciliten la emoción utilizando su voz y su cuerpo como instrumentos. Capten su atención, muévanse en el aula, utilicen la narración, cambien el tono de voz, enfaticen con el cuerpo, acérquense, emociónense con lo que dicen. Eviten que los chicos se duerman o se aburran. Que aquello que anuncian sea motivador para comprometerse con el aprendizaje.
  • Profesores, utilicen los medios que son naturales para los chicos, aquellos con los que se sienten a gusto; que el celular no sea proscrito en la escuela, que sea una herramienta más para facilitar el acceso al conocimiento.
  • Profesores, que mis hijos de enamoren del conocimiento, que amen aprender, que vean en ustedes un testimonio de aquello. ¡Inspírenlos!
Profesores que evalúen para el aprendizaje

Profesor, gracias por dedicar su tiempo para retroalimentar las tareas de mis hijos.

Por lo general, se evalúa el aprendizaje y no se evalúa para el aprendizaje. En el primer caso, evaluación de aprendizajes, lo que solemos hacer es comparar el aprendizaje con un estándar o verificar que algo se haya cumplido o se ajuste a los objetivos propuestos inicialmente, por lo general a través de exámenes. Esta evaluación es la más común, pero quizá le damos demasiada importancia.

La evaluación para el aprendizaje, a diferencia de la anterior, se orienta a que el estudiante tome conciencia de sus fortalezas y debilidades en el proceso de aprendizaje, para mejorar y aprender cada vez con mayor profundidad y significatividad. Para hacer posible esta evaluación, un factor clave (revisen nuevamente a John Hattie en su aprendizaje visible) es la retroalimentación.

La retroalimentación es entendida como la información que ofrecemos a los estudiantes respecto a su desempeño, sus productos y aprendizajes, indicándoles las fortalezas que descubrimos y los aspectos que necesitan mejorar.

Cuando la evaluación se realiza de manera personalizada, permite a los estudiantes tener mayor seguridad y encontrar la manera de mejorar cada día. Pero, la retroalimentación es mucho más que eso: es la expresión de la seriedad y el compromiso del docente con su trabajo y sobre todo con sus estudiantes.

Pasarse horas leyendo y revisando trabajos, haciendo anotaciones y sugerencias en cada uno, indicando los logros y los caminos de mejora, es una forma de decirle al estudiante:  reconozco tu trabajo y tu esfuerzo, lo valoro y dedico mi tiempo para ayudarte, eres importante para mí.

En tal sentido, no creo que sirvan de mucho las notas; lo que mis hijos necesitan son las orientaciones que el docente puede ofrecerles, fruto de sus conocimientos y experiencia. Retroalimentar, colectiva, pero sobre todo individualmente, es evaluar para el aprendizaje.

Con estas ideas, me atrevo a solicitar lo siguiente:
  • Profesores, hagan de la evaluación una experiencia pedagógica, una experiencia de aprendizaje, no punitiva ni estresante.  Que la palabra evaluación no genere inquietud, sino deseo. Que la evaluación, por medio de la retroalimentación, se constituya en oportunidad para mejorar.
  • Profesores, dedíquenle tiempo a revisar los productos que los chicos presentan, valoren el tiempo y esfuerzo invertidos, oriéntenlos sobre cómo mejorar y háganles saber que son importantes para ustedes.
  • Profesores, evalúen su propio desempeño, reflexionar sobre lo que hacemos es una de las mejores maneras de alcanzar el autodesarrollo profesional, que permite perfeccionar cada vez más la práctica.
Profesores que faciliten herramientas para vivir en sociedad

Profesora, gracias por enseñar a los niños a dialogar para encontrar soluciones a sus conflictos.

La escuela y el aula, como espacios micropolíticos (pueden googlear a Henry Giroux), son una expresión y reproducción (en pequeño) de la sociedad; en ella se viven relaciones de poder, lucha por intereses personales y sectoriales, influencias, manipulaciones, búsqueda de justicia, solidaridad, etc. Incluso están organizadas, muchas veces, con sistemas represivos, basados en el castigo y el conformismo. En ese “mundo en pequeñito”, nuestros hijos e hijas deberían aprender y prepararse para vivir en sociedad, para resolver sus conflictos, para aprender a luchar por sus intereses, pero también para aprender a renunciar y a buscar el bien de todos.

No es la cantidad de horas que el estudiante está en la escuela lo que da valor a la presencialidad, sino la oportunidad de interactuar con otros y de aprender a partir de esa interacción.

Con base en ello, me atrevo a formular lo siguiente:

  • Profesores, faciliten a mis hijos experiencias de vida en comunidad, faciliten herramientas para aprender a analizar la vida social, sus problemas y sus conflictos; faciliten a mis hijos herramientas para resolver los conflictos por el camino del diálogo y la paz, ayúdenles a ser críticos con sus propias posturas y no solo con las de los demás.
  • Profesores, ayuden a mis hijos a encontrar, desde la disciplina que enseñan, conocimientos útiles para vivir “con” y “para” los otros y no “de” o “contra” los otros. Que las matemáticas, el lenguaje, la historia, el arte, la actividad física, etc., les aporten conocimientos para comprender mejor el mundo, su sociedad, a los otros y a sí mismos.   No perdamos de vista, recuperando a Giroux, que necesitamos una nueva educación para hacer posible una nueva sociedad, basada en los valores democráticos.
Profesores que den testimonio de actuación ética

Profesor, mi hija lo pone como ejemplo de rectitud y solidaridad. Gracias por su testimonio.

Todavía recuerdo, entre muchos buenos profesores, a mi docente de introducción a la psicología, en primer semestre de la universidad; aprendí mucho de él, sobre todo de su forma de ser, de la manera en que trataba a sus estudiantes, de la sabiduría y el respeto que demostraba a través de su humildad. Más tarde, tuve la suerte de tenerlo como colega y seguí aprendiendo... Para muestra un botón, no recuerdo haberlo escuchado burlarse o hablar mal de otra persona. Con él, y con muchos otros, aprendí que más que el discurso del profesor (aquello que pueda decirnos), es su actuación y su testimonio lo que puede inspirarnos para ser mejores personas. Y cada vez que analizo la realidad de nuestro país, me doy cuenta de que antes que buenos profesionales, necesitamos buenas personas. Howard Gardner diría: una mala persona no puede ser un buen profesional.

La corrupción, la explotación, el abuso de poder y la violencia que vemos cada día no están ligados a un título profesional, a la cantidad de estudios que uno tenga, o al grupo social al que pertenezca. La clave está en la educación, en el aprendizaje de conductas éticas, orientadas por la reflexión y los valores. Eso puede aprenderse y por tanto, también puede enseñarse.

Con base en ello, me atrevo a pedir:

  • Profesores, sean testimonio de valores para mis hijos. Ellos son muy críticos y se dan cuenta cuándo alguien tiene un discurso, y actúa de otra manera. Creo que no hay nada más gratificante para un docente que ganarse el respeto de sus estudiantes.
  • Profesores, les pido que enseñen a mis hijos el respeto, la solidaridad, la coherencia y muchos otros valores, desde el discurso y desde la práctica. Yo sé que esta es una tarea de la familia, pero saben ustedes también -porque conocen la realidad de muchas familias- que la escuela es, con frecuencia, el único lugar donde los chicos pueden tener experiencia de estos valores.

- o O o -

Mamás y papás: ¿Qué pedimos a los profesores de nuestros hijos?, ¿cuáles fueron nuestras demandas en este conflicto? Lo que pedimos ¿es realmente lo que nuestros hijos necesitan? Lo que pedimos ¿ataca realmente a la raíz de los problemas educativos?, ¿qué paradigmas en torno a la figura del docente deberíamos cuestionar?, ¿en qué debería cambiar nuestro discurso y nuestra actuación como padres y madres de familia?... Espero que lo expuesto hasta aquí, sea de utilidad para la reflexión en torno a este tema tan importante.

Profesores, reconozco que hay muchos y muy buenos, pero también hay de los otros…, no es mi intención criticar su trabajo, simplemente quiero compartir mis inquietudes de padre, porque siento que es mi deber aportar.

Tengo la esperanza de que esta Babel que protagonizamos no vuelva a repetirse y que comencemos a pensar juntos, padres y profesores, en aquello que la educación de nuestros hijos necesita, tanto para responder a los desafíos actuales, como para comenzar a pensar y a construir un futuro distinto. Nuestros hijos lo necesitan, nuestro país lo necesita…

Por último, quiero manifestar que lo que acabo de compartir no sólo es la expresión de los profesores que quiero para mis hijos, es también un desafío y un compromiso conmigo mismo, como docente y como formador de formadores.

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Jorge Federico Raymundo Grigoriu Siles es profesor de Religión Ética y Moral, Docente Universitario y Magíster en Formación Docente.

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