Texto de Sergio Mendoza de La Nube y fotografías de Carlos Sánchez
Jueves 8 de septiembre de 2022.- Compré el mercurio en dos ocasiones, unas cuantas gotas, nada más. Lo hice con fines periodísticos, para un reportaje que evidenció cómo en pleno centro de las ciudades de La Paz y El Alto, dos de las más grandes del país, se quema mercurio líquido mezclado con oro. Esto, por supuesto, contamina el aire y genera un alto riesgo a la salud de los ciudadanos. Desde entonces, tengo esta sustancia altamente tóxica en mi habitación.
Hasta ahora no puedo deshacerme de él, y parece que esto no cambiará en un futuro próximo.
El problema es que no existe un lugar donde tirarlo, aparente y extrañamente. Nadie se tomó la molestia para establecer un sitio adecuado de depósito del mercurio. Yo peregriné con él por las alcaldías de La Paz y El Alto, por la Gobernación, y por el Ministerio de Medio Ambiente. Todas las autoridades y funcionarios con los que hablé me dijeron lo mismo: No hay un sitio autorizado para desechar el mercurio líquido, ampliamente usado en la minería aurífera y una amenaza para la población y el medioambiente.
Visité, primero, las oficinas de la Secretaría Municipal de Gestión Ambiental de La Paz. Ningún funcionario de alta jerarquía tenía tiempo para atenderme, así que un subalterno me explicó que, en lo que concierne al municipio paceño, no existe ningún protocolo ni lugar adecuado para desechar esta sustancia.
Ya que hasta ahora no puedo deshacerme de las gotas que compré dentro unas bolsas nylon en la calle Tarapacá, donde se vende y quema el mercurio, una amiga me aconsejó meterlas en un frasco de vidrio. Allí están, en un recipiente de mermelada.
El funcionario de la Alcaldía de La Paz me dijo que es competencia de la Gobernación definir cómo desechar tan peligroso material. Allí me dirigí mientras pensaba: “¿Dónde se tiran los cientos, miles de kilos de mercurio que diariamente utilizan los mineros auríferos?”. Sé que la respuesta es obvia: a los ríos o donde se pueda.
Se constató que en las zonas de explotación de oro, el mercurio va a los ríos, al suelo y al aire en forma de vapor. En cualquier estado físico, este metal líquido puede ingresar al cuerpo humano ya sea por la piel o por vía respiratoria. Sin embargo, también puede entrar a través de los alimentos. Primero es consumido por seres tan diminutos como bacterias, luego los peces o crustáceos y finalmente por el ser humano. Cuando el mercurio entra a la cadena alimenticia se convierte en metilmercurio, un potente neurotóxico que puede provocar la pérdida de visión, disfunción del habla, la audición y la capacidad de caminar. En los bebés y niños el daño puede ser más severo.
Cuando compré el mercurio y pregunté dónde lo podía tirar me miraron con curiosidad y me dijeron que lo hiciera donde quisiera, lo más aconsejable, al inodoro. Esa agua va a los ríos urbanos y después (así de contaminados) a los cultivos de alimentos que consumimos.
Cuando llegué a las oficinas de la Gobernación, me derivaron con Jhonny Zapana, director de Residuos Sólidos, quien me respondió a la primera con total sinceridad: “No existe un lugar de disposición final para el mercurio. La gente lo está tirando donde sea. El sector minero genera cantidades abismales por día y eso va a los ríos”. En su criterio, quien debería dar el primer paso para normar este tema es el Gobierno nacional.
Sin embargo, las normas bolivianas (DS 24176 y DS 24782), así como un reglamento de 1995, otorgan especial responsabilidad al Gobierno nacional y a las gobernaciones para hacer cumplir las disposiciones legales y evitar que sustancias peligrosas como el mercurio terminen en los ríos del país o en un botadero común.
El DS 24176 señala en su artículo 56 que “los lugares destinados al confinamiento de desechos peligrosos deben ser debidamente señalados, para poner en evidencia y en forma permanente, la naturaleza y peligrosidad del área”. En su artículo 61 añade que “la Instancia Ambiental Dependiente del Prefecto vigilará el transporte y disposición de sustancias”.
Como ya saben, esto no ocurre.
El director de Gestión Ambiental de la Alcaldía de El Alto, Marcos Castro, confirma lo evidente: “No tenemos una celda específica para este tipo de residuos”, contesta a mi pregunta por teléfono. Cuando le consulto si definir esto es su competencia, me responde: “sí, nos compete definir a nosotros, pero hay que realizar un estudio y determinar qué porcentaje (de mercurio) se tiene en El Alto (…) No tenemos demanda de este material para ser desechado, ni tenemos solicitudes, es usted el primero que me pregunta”.
Por si podía encontrar la respuesta en otras fuentes, consulté con dos especialistas en medioambiente si conocían dónde podía tirar el mercurio que tengo en mi habitación. Ambos me respondieron que no se tiene información certera al respecto. Uno de ellos me dijo que es probable que deba recurrir a un operador autorizado con sede en Santa Cruz.
Casi al final de mi travesía, me encontré con el viceministro de Medioambiente, Magin Herrera, y le pregunté si él sabía dónde se elimina esta sustancia. Me contestó que, quizás, pronto pueda haber un lugar adecuado, si es que se logra aprobar un decreto supremo para regular el comercio y uso de mercurio, que ya se ha presentado al Ejecutivo para su consideración. No obstante, como se lee líneas arribas, ya hay normas que regulan la manipulación del mercurio desde su ingreso hasta su disposición final. La cuestión es que éstas no se cumplen, lo cual se ha vuelto regla en el país.
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