No importa ya la cantidad de hectáreas. Son miles y miles y millones, quemándose y perdiéndose, quizás para siempre, en su rica cobertura vegetal y sus especies y seres vivos muriendo en la espantosa muerte del fuego. Para el 7 de septiembre de 2024, cerca a cuatro millones de hectáreas, entre selvas y pastizales, fueron destruidas para lo que va del año. Pero si sumamos los incendios de los últimos años, está clara la lógica: la destrucción es masiva, ignominiosa, dolorosa. No es una fuerza de la naturaleza, no es un fenómeno climático. Son seres humanos, si se los puede llamar así, tal vez son sólo seres, prendiéndole fuego a todo lo que pueden, sólo para lograr sus fines codiciosos y egoístas. A eso le han llamado “socialismo del siglo XXI”, o el “modelo económico social comunitario productivo”, o muchos epítetos así, que, pretendiendo una sociedad más justa, sólo autorizan la codicia y la depredación. Es una realidad muy triste. Es la Bolivia de hoy.
De 72 puntos de incendio para el 7 de septiembre, subieron a 78 el 9, y en el momento en que escribo, el 12 de septiembre, probablemente subieron a más. La mayoría en la zona amazónica y platense de Bolivia, es decir, nuestras dos grandes cuencas que alojan una inmensa biodiversidad, aunque también aparecen incendios en la serranía del Tunari, en Cochabamba, y así a cada momento en cualquier lugar donde se pueda encender una chispa. Es cierto que hay una sequía que afecta a la Amazonía sudamericana y otras regiones como la Chiquitania boliviana, el Pantanal, el Cerrado. Todo arde. Todo se vuelve nada, porque el delicado equilibrio de la naturaleza, del que formamos parte, no resiste al poder arrasador del fuego. Pero no es el fuego divino, no es el fuego cuyo control permitió a los Sapiens conquistar el mundo: es el fuego que los mismos Sapiens de hoy (quizás Homo stulti, stulti homines) prenden a diestra y siniestra sin saber que se condenan a sí mismos, o condenan a sus descendientes al mismo fracaso y agonía de la tierra muerta.
Pero la cosa es peor. El Gobierno de Bolivia, a través de leyes criminales, permite las quemas, permite el avasallamiento de bosques, selvas, humedales, llanuras, pastizales, en fin, todo lugar que pudo existir con su gran soberbia y maravilla natural, durante milenios, durante eras. Estas leyes, estos decretos, autorizan su destrucción, sólo porque “el pueblo todo lo merece”, sólo porque “de algo tenemos que vivir”, sólo porque “tenemos derecho de hacer lo que queremos, porque los que atacan el medio ambiente son los gringos, no nosotros; y si ellos lo hicieron, ¿por qué no nosotros?”. El populismo es la permisión de todo tipo de ultrajes y alevosías. Y se acaba de lanzar un decreto igualmente ignominioso, el 5202, que permite quitar la protección de un inmenso territorio (224 mil hectáreas a las que se les priva toda protección) del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado “El Choré”, abriendo la puerta para su paulatina destrucción. A eso lo llaman “procesos de saneamiento” de tierras, pero lo único que hacen es condenar a los parques nacionales a su devastación, a cambio claro, de clientelas políticas y corporativas.
Mientras tanto los ríos de la Amazonia están siendo envenenados con mercurio cada día, cada hora, porque enjambres de saqueadores del oro de los ríos (extraña coincidencia: Colón intentó obligar a los indígenas de las islas del Caribe a entregarles, a través de él a la Corona de Castilla, cascabeles llenos de polvo de oro, extraídos precisamente de los ríos… ¿y hablan de descolonización?¿y vociferan en contra del capitalismo extractor de “recursos naturales”? Es, por supuesto, el colmo del cinismo).
El infierno son los otros, decía Sartre en su inolvidable obra teatral A puerta cerrada, pero en Bolivia, aunque también en Brasil, Paraguay y otros países de Sudamérica, el infierno lo encienden los otros. Pero Sartre aclaraba con justeza y precisión que él no quería decir que son los otros los malos, y uno es el bueno. El ilustre Jean Paul sostuvo que su frase “ha sido siempre una frase mal comprendida (…) Lo que quería decir es que si las relaciones con el otro están viciadas y torcidas, entonces, no pueden ser sino el infierno. ¿Por qué? Porque los otros son, en el fondo, lo que hay de mayor importancia para nosotros mismos, para nuestro propio conocimiento de nosotros mismos (…) Lo que quiere decir que si mis relaciones son malas me expongo a la total dependencia de otro, y entonces, estoy en el infierno”. Sartre recalca: los otros tienen una “importancia capital” para cada uno de nosotros.
Y esto es sustancial. Decía Norbert Elias exactamente eso: no existimos por fuera de los entramados de relaciones en los que estamos atados a otros. Entonces ¿qué? El infierno provocado con los fuegos descontrolados en inmensos territorios de naturaleza desprotegida en Bolivia es la demostración de lo mal que están las relaciones entre los seres humanos en este desventurado país de Bolivia. Que los agronegocios, que la pobreza y el derecho del pueblo, que los colonizadores, que los interculturales, que el derecho a la destrucción…nada de eso. Son simples justificaciones de tontos. Lo que está mal, lo que es un infierno, son las relaciones entre unos y otros. Componendas, servilismos prebendales del Estado en favor de grupos corporativos que son su base clientelar, búsqueda del lucro máximo a cualquier costo, sin prever que el daño ocasionado será peor que el beneficio efímero, etc. etc. Un país condenado al infierno, de manera literal (si no pregúntenles qué piensan a los animales, niños, indígenas, pobladores, plantas y árboles víctimas directos de las llamas y el humo), un país condenado al infierno… por el infierno de sus gentes.
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