0

El domingo pasado se me caían las lágrimas mientras escuchaba: “Estoy renunciando”.

Sin terminar de escuchar el resto del mensaje, me paré del sillón, salí hacia la puerta, me puse los zapatos rápidamente, le pedí a mi hijo que haga lo propio. Él no entendía lo que pasaba, le expliqué rápidamente y se alegró. Tomé mi bandera y empecé a bajar las gradas muy conmocionada. Se me caían las lágrimas, pero al mismo tiempo reía. Necesitaba salir a la calle, gritar, correr, saltar, bailar, abrazar a mis compañeras de lucha.

En ese momento, supe que todo el esfuerzo había valido la pena; que los días parada bajo el sol en mi punto de bloqueo, las marchas, los cabildos, los gritos, las vigilias, los cacerolazos, los mensajes, las reuniones, el cansancio acumulado, los días sin comer bien, las noches en vela, todo había tenido una recompensa y de pronto sucedía lo inesperado: Evo renunciaba.

Salí a la calle y me encontré con hombres, mujeres, jóvenes, niños y niñas festejando. Tocando bocina, gritando, coreando, silbando, agitando banderas, saltando, cantando. Me reencontré en las sonrisas y en los ojos llenos de lágrimas de decenas de mujeres, conocidas y desconocidas, y nos abrazamos con fuerza y en silencio nos agradecimos, de mujer a mujer, de hermana a hermana, de amiga a amiga, porque esta lucha fue, en gran parte, una lucha protagonizada por nosotras.

En estos 20 días, he visto señoras sacando cajas, palets, llantas, cocinas viejas y otros cachivaches, de los lugares más recónditos de sus casas, para llevarlos al punto de bloqueo. Sé que todos los días hubo cientos de mujeres listas, a las 5 de la mañana, para hacer vigilias y apoyar en cada una de sus esquinas. Muchachitas con cintos rojo, amarillo y verde en sus frentes o con la bandera amarrada a sus espaldas han sido capaces de frenar y desviar autos particulares y minibuses tan solo con su palabra y argumentos consistentes. También he visto mujeres aguerridas sentarse frente a una volqueta o saltar sobre el capó de un auto para impedir su paso.

Cuando las cosas se pusieron más feas, las mujeres, al igual que los hombres, nos armamos con cascos, máscaras antigas, vinagre, bicarbonato, banderas y mucho valor para ir a marchar al centro paceño; asistir a los cabildos; hacer vigilia por las noches y madrugadas en las instituciones públicas; rodear la Plaza Murillo; proteger a los policías amotinados y continuar, de una manera u otra, denunciando el fraude electoral y exigiendo la convocatoria a nuevas elecciones.

Pero además, nosotras fuimos las que al mismo tiempo, y sin descuidar la lucha en las calles, nos organizamos para hacer las colectas de víveres, ropa, frazadas y colchones para las y los hermanos potosinos, la gente de Adepcoca, los mineros, los universitarios y todos aquellos y aquellas que llegaron a nuestra ciudad para luchar codo a codo por nuestros derechos. También fuimos nosotras las que preparamos las ollas comunes, las que hicimos los sándwiches, los ajíes de fideo y las que llevamos el café calientito en la madrugada.

Fuimos nosotras las que optamos por manifestaciones diferentes, como el cacerolazo en la OEA, el plantón silencioso en las puertas del Hotel Casa Grande y el mandala de flores pidiendo paz para Bolivia. Fuimos nosotras las que pudimos hablar de persona a persona con algunos funcionarios de la OEA y pedirles que pongan su humanidad ante todo y realicen una auditoría correcta. Fuimos también nosotras las que organizamos meditaciones y cadenas de oración para apaciguar a nuestra Bolivia.

Y aún así, al llegar a nuestros hogares, insoladas, cansadas, adoloridas, afónicas, atemorizadas, fuimos nosotras las que llegamos a preparar la cena y cantar canciones de cuna a nuestros niños, para que no escucharan los dinamitazos y los gritos de terror que se apoderaron de las calles paceñas la noche en que Evo renunció.

Sin desmerecer, ni olvidar nunca el valor, convicción y esfuerzo de todos nuestros compañeros, hombres y jóvenes que se pusieron en primera línea y fueron la fuerza de la resistencia, hoy quiero decir algo, que ya lo dijo Jechu Durán mejor que yo: “Siempre brotan de esta tierra warmis valientes”. 

Mirada jurídica sobre el reemplazo del Presidente

Noticia Anterior

La Guerra de las Pititas y la información

Siguiente Noticia

Comentarios

Deja un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *