0

“Papi, ¿por quién debo votar?”

La pregunta me sorprendió como un eco lejano. Era domingo 15 de junio, estábamos almorzando y María Fernanda, mi hija, que cumple años el 8 de agosto, se preparaba para algo que marcará su vida adulta: votar por primera vez. Me miró con esa mezcla de ternura y determinación que tienen los jóvenes cuando enfrentan algo nuevo, y en sus palabras me vi reflejado, veintiocho años atrás.

Corría 1997 y yo también me preparaba para estrenar mi voto. Tenía las mismas dudas. Le pregunté a mi padre y él me respondió con firmeza: me dijo por quién votaría y por qué. Me compartió su convicción, sus razones, su mirada del país. Aquello me marcó. Pero esta vez, frente a la pregunta de mi hija, decidí hacer algo distinto.

Pude responderle como lo hizo mi padre, pero no lo hice. No porque no tenga convicciones, ni porque dude de ellas, sino porque entiendo que su voto no debe ser una herencia, sino una construcción propia. Porque si algo necesita nuestra democracia hoy, es una nueva generación de votantes informados, críticos y comprometidos; no herederos de consignas ni repetidores de lealtades ajenas.

Ese día, mientras conversábamos, entendí que no sólo me hablaba a mí, sino que en ella resonaban las inquietudes de toda una generación que votará por primera vez en las elecciones generales de 2025. A vos, María Fernanda, y a tantas y tantos jóvenes que están por dar ese paso: no quiero decirles por quién votar, pero sí compartir cómo lo pienso.

Votar es un derecho, sí, pero también es un acto de responsabilidad histórica. No se trata sólo de meter un papel en una urna, sino de decidir el rumbo de un país que lleva años buscándose a sí mismo.

Que no los compren con gorras, llaveros o tarjetas telefónicas. Que no los seduzca la promesa fácil ni la sonrisa ensayada. La democracia no se sostiene con jingles pegajosos ni con influencers de ocasión. La democracia se construye con ideas, con propuestas, con diálogo honesto y, sobre todo, con memoria.

Lean los programas de gobierno. Sí, están disponibles en la página del Tribunal Supremo Electoral. Investíguenlos. Comparen. No se dejen impresionar por quien grita más fuerte, sino por quien argumenta con coherencia. Pregúntense quién propone políticas reales, sostenibles, con enfoque social, y quién sólo ofrece slogans.

Y miren hacia atrás. Pregúntense qué pasó en Bolivia en los años 90, cuando el modelo neoliberal priorizó el ajuste económico sacrificando la inclusión y justicia social. Qué significó la democracia pactada, con su promesa de estabilidad, pero también con su lógica de repartos. Qué trajo el nuevo ciclo político iniciado en 2006: sus avances y sus excesos, su discurso de transformación y su deriva autoritaria. Qué pasó después de 2019, cuando la crisis expuso la fragilidad de nuestro sistema democrático, desató violencia, polarización y una justicia aún más sometida. No voten en el vacío. Voten con historia.

Pero tampoco voten sólo con la cabeza. Háganlo también con el corazón y con empatía, porque en Bolivia no votamos sólo por nosotros. Votamos por la niña del altiplano que camina horas para ir a la escuela. Por el obrero de El Alto que aún no accede a salud digna. Por la joven trans en Santa Cruz que sigue luchando por ser reconocida. Por la madre que cría sola en el trópico, por el abuelo que cuida ganado en el chaco.

El voto también es un acto de solidaridad intergeneracional y territorial. Es una forma de decir: “Me importas, aunque no seas igual que yo”. Votar es tender puentes entre nuestras diferencias. Y ese es el tipo de democracia que necesitamos: una donde disentir no signifique destruirnos, una donde la juventud no sea manipulada, sino escuchada.

Y, sobre todo, no voten con odio. Ni con el suyo, ni con el que heredaron de sus padres, sus entornos o sus redes sociales. El odio nubla el juicio, radicaliza el pensamiento y empobrece la política. No construye, destruye. Y Bolivia ya ha sufrido demasiado por decisiones tomadas desde la revancha, el resentimiento o el miedo. Voten con criterio, con esperanza, con convicciones propias. No permitan que el pasado les dicte el futuro sin antes comprenderlo.

Sé que a veces puede parecer que todo está podrido. Que los políticos son todos lo mismo. Que nada va a cambiar. Pero cuidado: ese es el caldo de cultivo del cinismo, y el cinismo es el primer paso hacia el autoritarismo.

La única forma de renovar la política es participar con sentido crítico. No se queden en la orilla. Involúcrense. Opinen. Pregunten. Duden. Y, sobre todo, exijan respeto: a su voto, a su voz y a su futuro.

Porque votar por primera vez no es cualquier cosa. Es un pacto que haces con tu conciencia y con el país. Y si lo haces bien, te va a acompañar el resto de tu vida.

A María Fernanda, que está a punto de cumplir 18 años.
Y a los miles de jóvenes que, como ella, están por estrenar la democracia.
No hereden las cicatrices: construyan esperanza.


Porque votar por primera vez también es eso: creer que otro país es posible, y decidirse a construirlo con dignidad. Y eso, hijita, es lo más revolucionario que puedes hacer hoy.

__________________________

La opinión de cada columnista de Guardiana no representa la línea editorial del medio de información. Es de exclusiva responsabilidad de quien firma la columna de opinión.

Tendencia: priorizar la seguridad sobre las libertades civiles

Noticia Anterior

La democratización del delito

Siguiente Noticia

Comentarios

Deja un Comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *