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Por Mónica Oblitas //

Hay algo casi poético en la destrucción. No en la naturaleza misma, claro, sino en la habilidad del ser humano para arruinar sistemáticamente lo más valioso que tiene y llamarlo "desarrollo". Y si hay un país experto en esta disciplina, es Bolivia. La última víctima del "progreso" no es otra que Passiflora, en el refugio silvestre Senda Verde, el santuario de biodiversidad en la Amazonía paceña, donde cerca de mil animales rescatados del tráfico y los incendios encuentran refugio. Un pedazo de paraíso que, como siempre, está en la mira de quienes ven a la naturaleza como un obstáculo y no como el tesoro que es.

ENDE Transmisión, con la sutileza de un bulldozer, planea construir la Línea de Transmisión 115 kV San Buenaventura-Ixiamas, cuyo trazo atraviesa de lleno este santuario. Para los distraídos, eso significa postes de alta tensión, cables y, por supuesto, la deforestación de un área de altísimo valor ecológico. Es decir, un atentado disfrazado de modernización.

Lo irónico es que mientras el gobierno se llena la boca hablando de la Madre Tierra y la Pachamama, por otro lado da luz verde a proyectos que la destruyen sin parpadear. Y si bien, según Senda Verde, ENDE aún no tiene la licencia ambiental que exige la ley para ejecutar esta obra, eso no ha impedido que en enero de 2025 sus operarios ya estuvieran por la zona, machete en mano, abriendo camino a la devastación. Cámaras trampa los captaron transitando sin permiso en Passiflora. Un "detalle" más en la lista de ilegalidades con las que se ejecutan estos proyectos.

Por si fuera poco, el equipo de Senda Verde detectó el ingreso ilegal de personas desconocidas a sus terrenos privados, en San Buenaventura. Equipados con estaciones totales, bastones RTK, machetes y motosierras, los intrusos no parecían simples curiosos. Según ambientalistas que analizaron las imágenes, todo indica que podría tratarse de una brigada de topografía de alguna empresa. No sería extraño que estuvieran allanando el camino para futuras invasiones o proyectos extractivistas.

Hablemos de lo que está en juego: 78 especies de anfibios y reptiles, 301 especies de aves, 33 especies de mamíferos, incluidos el mono tití del Madidi y el águila harpía, ambos en peligro de extinción. Senda Verde no es sólo un refugio, es un milagro en un país que quema sus bosques como si tuviera repuestos. Pero para el gobierno y para el modelo extractivista que domina nuestra economía, el "desarrollo" sólo es posible cuando se tala, se inunda o se incendia. Lo demás es "romanticismo ecologista".

Esto no es un caso aislado. El Tipnis, la Chiquitanía, Tariquía, el Madidi. La historia se repite una y otra vez. La naturaleza siempre pierde, porque aquí las leyes ambientales son adorno y la consulta previa es un cuento que se cuenta a las comunidades hasta que firman su propia sentencia de muerte. La realidad es que Bolivia podría ser una potencia en conservación y ecoturismo, pero eso requiere visión y compromiso. Requiere entender que los bosques valen más en pie que convertidos en postes y cables.

Desde Senda Verde han exigido transparencia y respeto a la normativa ambiental. Un pedido justo, pero que suena casi ingenuo en un país donde los contratos pesan más que las leyes. Si permitimos que este proyecto se lleve a cabo sin las garantías y regulaciones necesarias, Passiflora será otro nombre en la lista de paraísos perdidos. Y entonces, cuando los jaguares y las parabas sean sólo imágenes en libros de historia, nos preguntaremos si de verdad valía la pena. Pero claro, para entonces, la respuesta ya no importará.

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