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Hay pocos lugares de Bolivia que no conozco. Conocí la Chiquitanía en 2009 cuando trabajaba con un grupo de voluntarios. Hay paisajes que quedan en nuestra mente y no se borran nunca.

Llego a la ciudad de Santa Cruz de la Sierra y el humo se respira en el ambiente. El conductor del taxi me dice que se debe a los tradicionales chaqueos cercanos al aeropuerto, comunes de la época. Quedo sorprendido por la ligereza con la que lo cuenta.

Me dirijo al Centro de Operaciones de Emergencia Departamental (COED) de la Gobernación de Santa Cruz, para conversar con un grupo de expertos. Todo se ve bastante organizado; sin embargo, hace unas semanas esto no era así.

Tuvo que llegar un equipo internacional de expertos para poner orden, técnica y metodología, algo de lo que habitualmente carecemos. Los técnicos comentan que uno de los expertos llegó, miró al equipo y el desorden, sonrió diciendo: "Esto es muy común en América del Sur, todo improvisado y a la gente le encanta ser heroína".

Se me viene a la cabeza un par de candidatos a la presidencia. No digo nada para evitar risas o confrontaciones y continúo mi recorrido. El experto designó a los más capos en cada área: logística, etiquetado, traslado de donaciones, etc. El mejor capacitado fue nombrado jefe del trabajo a desarrollar sin importar su apellido, su antigüedad o de dónde venga. El resultado: todo funciona como reloj suizo.

Salgo del lugar feliz por lo que veo, porque sé que las contribuciones llegan a donde tienen que llegar y son clasificadas con amor y responsabilidad. Aplauden a mi equipo por las donaciones, nos abrazan y regalan una sonrisa. Ciertamente, la desgracia ablanda nuestros corazones; pero los cruceños son gente agradecida y lo demuestran en el acto.

Sigo mi camino por la ciudad para conversar con expertos biólogos, responden a mis dudas con paciencia. En el colegio, una de mis profesoras preferidas me decía que yo era como una esponja: curioso y ávido de conocimiento. No soy experto en el tema, pero me apasiona conocer gente que sí. Anoto toda la información que puedo en mi libreta, las propuestas de intervención a seguir, los planes, los presupuestos y, sobre todo, las especies en riesgo en el bosque chiquitano.

Aluden que existe demasiada desinformación por las redes sociales, que no hay gorilas ni elefantes en esta zona y esas son imágenes que corresponden al bosque africano que lleva ardiendo más días que la Chiquitanía y la Amazonía. Esa aclaración me resulta muy importante.

Por último, me reúno con el experto forestal en quien más confío. Me explica sobre las áreas afectadas, las extensiones, los lugares exactos, las especies de árboles cuantificados como perdidos, que se estiman en más de 40.000, pero también me da otra cifra alarmante: el 70% del área incendiada es área tradicionalmente usada para el chaqueo; vale decir, que desde mucho tiempo atrás que dejamos pasar como si nada estos incendios porque son habituales y lo que es peor, legales.

La zona alcanzada en esta superficie está conformada por pastizales y matorrales, no se incendia por el viento, ni por las cenizas sino por acción provocada por el hombre. Eso explica porqué estos incendios se han vuelto a reavivar una y otra vez, a pesar de los esfuerzos de los bomberos. El dato me deja frío.

Pasamos a lo irreparable, ese 30% de bosque seco chiquitano alcanzado por el fuego afecta a más de 1.200 especies, 50 tipos de anfibios, 78 distintos reptiles, 700 aves, 124 mamíferos y 300 clases de peces, además de varias especies endémicas que allí habitan y que se han quedado sin su hábitat. El ecosistema está profundamente dañado. Otro dato importante, de acuerdo al Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales del Brasil, el 2004 fue el peor año de incendios en Bolivia. Se registraron 140.000 focos de calor de los cuales 83.000 se produjeron en el departamento de Santa Cruz.

Termino mis reuniones, quiero saber más. Hago los arreglos con un amigo y me adentro lo más que puedo hacia la zona de desastre. No se puede ingresar hasta donde uno quiere si no forma parte de alguna brigada de ayuda formalmente acreditada. El sitio está resguardado y solamente se llega hasta donde lo permiten.

Converso con comunarios, bomberos y voluntarios a lo largo del camino. Tengo suficiente información para establecer que esto no es un incendio, sino un chaqueo descontrolado por los intereses económicos de siempre: el modelo neoextractivista impuesto por Banzer y que continúa hasta nuestros días.

Santa Cruz es un departamento que ha prosperado gracias al negocio de las tierras y de sus atributos. El poder político y económico radica en la soya, la caña, la ganadería, las oleaginosas y otros. No extraña a nadie que para producir más y generar mayores ingresos se debe expandir la frontera agrícola, ese es su modelo “virtuoso” de negocio; pero es incompatible con la protección del Planeta.

Vivimos tiempos de mayor conciencia ambiental y acceso a la información. Pero al mismo tiempo, también de mucha desinformación porque desconocemos nuestro país y su riqueza natural. No se puede defender lo que no se conoce. Por eso es que me siento obligado a escribir esta columna después de lo que he visto y vivido, a manera de contrapeso y para tratar de alcanzar cierta objetividad sobre el tema.

Lo cierto es que no estamos preparados para los desastres y no lo estaremos hasta que dejemos los egos de lado, aprendamos y volvamos a levantarnos unidos.

Ahora ustedes, queridos lectores, son responsables de investigar más, para encontrar el trasfondo de esta trama y continuar…

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