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Por Rafael Sagárnaga López//

Al recordar la tragedia incendiaria que vivió Bolivia el año pasado, un fenómeno muy extraño preocupa: ninguno de los actuales candidatos a la presidencia tomó un papel protagónico frente al considerado mayor ecocidio de la historia boliviana. Yendo más al detalle, ninguno, pero ninguno, se animó a señalar a los posibles culpables o a demandar procesos, juicios y condenas del caso.

Un silencio por demás curioso, por decir lo menos, cundió frente a la quema de un territorio de dimensiones más que alarmantes: 12,6 millones de hectáreas, según la Fundación Tierra, área que supera las extensiones de países como Cuba, Bulgaria o Norcorea, entre otros 100 territorios nacionales. De ellos, fue posible escuchar críticas y denuncias sobre el manejo de la economía, la crisis de la justicia, la política antidrogas, etc. Pero cuando se quemaban miles de hectáreas en cinco departamentos de Bolivia a lo largo de cinco meses, parecían mirar silbando hacia el ennegrecido cielo.

Mas no sólo los candidatos tomaron esa extraña postura. A la hora de buscar causas y culpables, los empresarios agroindustriales, esos que aspiran a exportar mucha carne y mucha soya, apuntaron a los movimientos sociales. Sus ejecutivos señalaron a los colonizadores llamados “interculturales” y enfatizaron que los empresarios prácticamente no podían quemar sus propiedades porque trabajaban ahí. Sin embargo, lo extraño es que esas dirigencias, con todo el poder que detentan en sus regiones, especialmente en Santa Cruz, se quedaron en declaraciones.

Recordemos que en diversas ocasiones, las dirigencias cívicas y empresariales cruceñas se movilizaron febrilmente ante lo que consideraban una agresión a la región. Hubo detonantes de lo más variados: un escritor que ofendió a la mujer cruceña; un Presidente que les acusó de tener una “mentalidad aldeana”, regalías, más curules en el Congreso, el Censo… Se organizaron, con el militante apoyo empresarial, históricos paros, “tractorazos”, cabildos multitudinarios y hasta amenazantes convulsiones sociales. Pero cuando, casi literalmente, ardía medio departamento, la mitad de “su tierra”, desaparecieron taimadamente en medio del fuego y la humareda.

Claro, en el momento en que diversos estudios señalaron, por ejemplo, que entre el 38 y 39 por ciento de las quemas son responsabilidad de las empresas (OXFAM, Actionaid, FAN, etc), el silencio fue mayor. Se llegó a lo mucho a una tímida diferencia de aclaraciones entre “focos de calor” y “cicatrices de fuego”, como para decir “no tenemos tanta culpa”. Y otra vez el silencio. Silencio que crece cuando suma el hecho de que, además del fuego, la deforestación avanza por procedimientos mecanizados, o sea, a plan de “tractorazos”. Deforestación que, como se supo hace unas semanas, convirtió a Bolivia en “subcampeona mundial en destrucción de bosques”, según la Global Forest Watch.         

Y sin que aún se hayan aclarado semejantes silencios, a menos de dos meses de las elecciones nacionales, candidatos y agroempresarios volvieron a la palestra. Quieren ver si irán de la mano o por separado en el futuro. Entonces, los coyunturalmente más interesados en sumar apoyos ya han tomado posición respecto al tema, y el escenario raya no sólo en la ceguera, sino en la amnesia. El grueso de las propuestas conocidas apuesta a carne y monocultivos y, también, biocombustibles.

Valga destacar que Samuel Doria Medina incidió varias veces en que tomará enérgicamente medidas contra los incendios, pero llegó sólo hasta ahí. Por lo demás, prometió que “liberará a los productores agropecuarios de las restricciones y la burocracia, porque necesita que produzcan, exporten y llenen de dólares al país”.

Es más, el 4 de abril, en una de las colonias menonitas (sector internacionalmente cuestionado por los incendios y la deforestación) del Chaco tarijeño, declaró: “Además, liberaremos el uso de las semillas modificadas para que puedan competir en igualdad de condiciones que los productores del Paraguay, Argentina o Brasil… No puede ser que Bolivia perjudique su propia producción respecto a los países vecinos”.

La fijación con el entorno y, especialmente, con Paraguay , al parecer, contagió a todos.  “Vamos a fortalecer con la biotecnología que todos los otros países tienen, es decir, los transgénicos famosos. Si Bolivia no le da fuerza a eso, vamos a seguir exportando la cuarta parte de lo que exporta Paraguay, por ejemplo”, afirmó Manfred Reyes Villa durante un acto público en Santa Cruz, este 19 de junio. 

Pero el más elocuente y pro agroindustrial hoy parece ser Jorge Tuto Quiroga. “Me duele recordar que, cuando era joven, veía a los paraguayos venir a Santa Cruz a aprender del milagro soyero —declaró al programa La Hora Pico ya a fines de enero—. Me duele que nos empaten en el fútbol en El Alto, mucho más me duele que nos ganen 4 a 1 en soya, 10 a 1 en carne, (me duele) que hubiéramos perdido el tiempo, tenemos la oportunidad de entrar y vamos a demostrar”. Este candidato incluso ha lanzado la consigna “Paraguay 2”, aludiendo a duplicar lo que produce el país vecino.       

Lo extraño constituye el hecho de que, al margen de algunos de sus indicadores macroeconómicos, Paraguay no es considerado precisamente un modelo de desarrollo. Este país hoy depende exclusivamente de sus exportaciones de soya, carne e hidroelectricidad. O sea, no ha podido diversificarse y está sujeto a temidas variables, como la variabilidad de los precios, los fenómenos ambientales y el agotamiento de sus tierras, vía deforestación y contaminación de aguas. Tampoco ha desarrollado tecnología y sus indicadores de educación son muy bajos.

Según datos de agencias de la ONU, Paraguay, además, forzó una reducción de la pobreza hacia la economía informal (68 por ciento de la fuerza laboral), el vaciamiento del campo y la depauperación de la vida de sus pobladores indígenas. Más otro fenómeno similar al boliviano: el 2,6 por ciento de la población posee el 80 por ciento de la tierra cultivable.  Adicionalmente, ese sector depende de su virtual dependencia  de los grandes monopolios transnacionales del agronegocio como Bayer y Cargill, también presentes en Bolivia.

La desigualdad llega a cifras de escándalo: en 2022, el 10 por ciento de la población paraguaya concentraba entre el 36 y el 50,8 por ciento del ingreso nacional, mientras que el 10 por ciento más pobre apenas recibía el 1,8 por ciento. Y si valen los paralelismos, en 2010, en Bolivia, un informe del Instituto Nacional de la Reforma Agraria establecía que 15 grupos familiares controlaban la tierra en Santa Cruz. Poseían una extensión superior a las 512.085 hectáreas equivalentes a 25 veces la superficie que entonces tenía la capital de ese departamento. No hubo desmentidos y sí abundante documentación probatoria.

Aquellas familias, dueñas, además, de bancos y redes de medios de comunicación, también sumaron un fuerte peso político. De hecho, el Gobernador (y ganadero) Rubén Costas y el líder cívico (y soyero) Branko Marinkovic eran parte del sector. Y, para variar, hoy son aliados de Tuto Quiroga.

En ese escenario, este miércoles 25 de junio, la Cámara Agropecuaria del Oriente (CAO) llevará a cabo un foro. Los agroempresarios quieren conocer las propuestas de los diferentes candidatos presidenciales para el sector. “Les vamos a preguntar a todos los candidatos en qué parte de su estructura y plan de gobierno se encuentra el sector agropecuario —indicó Klaus Frerking, presidente de la CAO—. Vamos a escucharlos y a responder a las inquietudes de todos los subsectores”.

Queda librado a la imaginación el tipo de apoyo que ese reducido grupo social ofrecerá a candidatos tan entusiasmados con el modelo paraguayo. Más aún, será interesante saber qué tipo de cuestionamientos ambientalistas y sociales plantean los políticos a sus anfitriones. Y será también valioso saber si, con el mismo entusiasmo, se animen a dar este virtual examen ante comunidades indígenas, campesinos y activistas de causas nobles, en algún foro de similares características.   

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