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En los últimos días se ha hablado mucho de “la pitita”. Varias bolivianas y bolivianos nos hemos sentido identificados con ella. La pitita que inició todo y que ha sido capaz de derrocar un gobierno. Yo sé que de aquí a muchos años nuestros nietos y nietas escucharán historias sobre las pititas, los escudos de lata de sus abuelos y las ollas de sus abuelas, que en cada calle, cada esquina, iniciaron una revolución.

Sin embargo, me gusta pensar en la idea de que a partir de hoy y después de haber vivido varios días de angustia y crisis, también seremos capaces de sostener una pitita invisible que nos haga ciudadanas y ciudadanos mejores, porque el desarrollo sostenible de un país no depende solo de quiénes lo gobiernan, sino y sobre todo, de quienes lo habitan.

En los últimos días y ante el desabastecimiento de gasolina, las y los vecinos que nos conocimos en los grupos de bloqueo nos hemos organizado para ayudarnos con “Carpooling”, una práctica de movilidad sustentable que ya se desarrolla en varios países, para disminuir el tráfico y caos vehicular, optimizar el uso de combustibles fósiles y, por ende, cuidar el medio ambiente. La fórmula es sencilla: a través de una plataforma digital, los conductores y pasajeros pueden ofrecer y buscar autos y asientos libres, para que varias personas viajen en un mismo vehículo a un lugar común. ¿Sería muy idealista pensar que, inclusive ahora, que el abastecimiento de combustibles se ha regularizado, podemos continuar haciendo lo mismo y  así, con ese granito de arena, contribuir hacia una movilidad cada vez más sustentable en nuestras ciudades?

Por otro lado, como los contenedores de basura empezaron a colapsar, a través de las redes sociales, se hizo un llamado a ser más conscientes con nuestra práctica de desecho de residuos sólidos. Se pidió separar la basura, reutilizar envases de vidrio, plástico y cartón, y hacer compost con la basura orgánica. En algunas familias esto ya se tiene implementado como una práctica habitual, pero falta que más familias se sumen a esta práctica y además que los hoteles, restaurantes, bares, tiendas, supermercados, mercados y otras empresas e instituciones que generan diariamente muchos más residuos sólidos que una familia promedio, tengan protocolos adecuados de gestión de los mismos y que los gobiernos municipales tengan un plan y una normativa de gestión de residuos sólidos, que exijan y provean las condiciones necesarias para que podamos dar, de una vez, el salto hacia el manejo sustentable de nuestros residuos.

También circularon por las redes recetas de comidas vegetarianas, y por dos semanas, la gente que come carne, se dio cuenta de que se puede vivir sin ella. Y seguramente hasta se animó a probar recetas que nunca probó. Al respecto, siento que esta es la oportunidad para avanzar hacia una sociedad que consuma menos productos animales, que se alimente mejor, que tome mayor consciencia de lo que ingiere, y nos encaminemos hacia una alimentación más nutritiva y verde. Tenemos la gran ventaja de vivir en una región donde además de tener frutas y verduras en cantidad, tenemos granos de riqueza nutritiva incomparable como la quinua, el amaranto y la cañahua. Es hora de que cambiemos nuestros hábitos alimenticios por el bien de nosotras y nosotros mismos, nuestros hijos e hijas y por el bien del planeta.

Qué lindo sería que las experiencias que tuvimos que vivir las últimas semanas, nos hayan dejado también una huella de gratitud marcada y empecemos a vivir de manera más consciente, más humana, más verde, más agradecida y amorosa. Qué lindo sería que, ahora, las y los bolivianos que amarramos pititas de poste a poste, destrozamos nuestras ollas en cada cacerolazo y aprendimos a cocinar queso humacha, seamos capaces de sostener una pitita invisible que nos permita desde cada una de nuestras esquinas, desde cada una de nuestras calles, desde cada una de nuestras casas, convertir a nuestras ciudades en ciudades más verdes, más limpias, más equitativas, más colaborativas, más armoniosas, en fin, más sustentables.

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