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 “…Las Fuerzas Armadas tienen una sola puerta de acceso al poder: el golpe; y una sola puerta de salida: las elecciones. Y siempre les ha sido más fácil entrar que salir. La razón de ello es que el golpe cabalga en una correlación de fuerzas sociales favorable a su consumación, inclusive cuando el propósito del motín es detener un movimiento popular mayoritario. Si la ventaja es tenida en cuenta en su sentido más bien cualitativo, por la adhesión sediciosa de las clases más próximas a los mecanismos del poder amagado o identificados con él. El abandono del gobierno, en cambio, se produce en condiciones inversas y tiene el carácter de una retirada más o menos ocasionada. En ambos casos, sin embargo, el propósito es el mismo: asegurar continuidad al sistema de poder del que son expresión coercitiva. Un propósito que consuman desplazando a la parcialidad política civil adversa o simplemente ineficaz cuando golpean, o cediendo su lugar a otra más o menos dócil que las releva cuando el efecto erosionante del uso castrense del poder pone en riesgo su unidad y, con ello, su fortaleza represiva. Así, tanto el golpe que las Fuerzas Armadas vanguardizan como las elecciones a que ellas acuden para replegarse a la retaguardia, son dos variables tácticas de una misma estrategia para la preservación del contenido del clase del Estado…Se habla de convocar a elecciones y no se descarta su candidatura presidencial (del régimen vigente en aquellos años). ¿Elecciones en Bolivia? ¿Para qué? ¿Y qué significación tendrían ellas para la clase trabajadora y los sectores populares?...”

Estas líneas fueron plasmadas en un artículo de 1977 escrito por Marcelo Quiroga Santa Cruz. Evocan un tiempo histórico que se traslapa a una actualidad que parece no haber cambiado. Nos invita a hacernos muchas preguntas y cuestionarnos acerca del poder de turno, las circunstancias y los eventos. “No son momentos de actuar, sino de pensar”, diría el conocido filósofo Žižek para que reflexionemos sobre si realmente valen la pena las cosas por las que uno toma partido.

En medio de una pandemia global, una posible crisis financiera mundial, los ánimos por el piso debido a los incontables hechos de corrupción, ¿vale la pena un proceso electoral que terminaría de ahondar aún más la crisis social y política del país?

Considerando que los medios, los órganos de represión, el sistema judicial y quiénes contarán los votos forman parte del gobierno transitorio actual ¿es realmente un buen momento? Legal y necesario, posiblemente. ¿Oportuno? El ideal de la decisión del pueblo a través de las urnas se convierte en una realidad, cuando las condiciones son altamente favorables, pero cuando no lo son, es un suicidio.

La esperanza, aquello que nos levanta cada día de la cama, nos hace creer que con un cambio de timón el viraje de rumbo es inevitable y hasta puede ser favorable. Sin embargo, esa sensación es  falsa porque el contexto y la “normalidad” ya no son los mismos.

El mundo entero ya dejó de ser lo mismo al igual que las condiciones sociales, económicas y políticas. No existe una sola propuesta política, una sola idea de los líderes actuales capaz de dilucidar lo que ocurrirá este año y menos los venideros.

Lo cierto es que la realidad completa es incierta. Quitarnos esa falsa idea de que con las elecciones todo va a cambiar es el inicio de despertar. Nada va a cambiar o quizás, muy poco. Las propuestas e ideas para el futuro del país se han quedado en la mera demagogia republicana y están desfasadas de la realidad histórica actual.

Vale la pena cuestionarnos todo. ¿Las condiciones permiten elecciones justas y transparentes? Y si son justas y transparentes, ¿la ciudadanía quedará conforme con los resultados? ¿El impacto internacional terminará asfixiando al poder de turno, de tal manera que se tenga que ir nuevamente a elecciones? ¿O logrará sobrevivir? ¿O nos espera la ingobernabilidad? No olvidemos que como cherry de la torta de este contexto, el fascismo, la intolerancia y el racismo han cobrado vida de nuevo, de hecho, nunca se fueron, solo que dormían esperando el caos.

Son tiempos de cambio de era, lo que significa que todo lo construido hasta ahora debe repensarse y ajustarse, en algunos casos de forma gradual y en otros de manera radical. ¿Hasta dónde estará dispuesto el pueblo a ceder o a cambiar? Dependerá plenamente de la capacidad de quienes gobiernen y lideren, conforme a su nivel de entendimiento de una sociedad que también ha cambiado.

En tiempos donde: “La política es el arte de servirse de los hombres haciéndoles creer que se les sirve a ellos" (L. Dumur), los ciudadanos han perdido la fe en la política y en los políticos, y es donde, precisamente, el autoritarismo y la represión se van acomodando. Es el momento ideal para su profundización, restando las libertades individuales con el afán de convencer de una u otra forma. Ya sea por el respeto o por el miedo. Dará igual.

¿La luz al final del túnel? Estos son también tiempos donde surgen nuevos líderes, con verdadera convicción y honestidad. ¿Llegarán antes de que sea demasiado tarde? Tic toc…

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