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Miles de jóvenes protestando con una bandera creyendo en un mejor país. Ocurrió en Ecuador, Chile y ahora, en Bolivia. Nosotros alguna vez fuimos así, luchamos y tumbamos a tiranos que estaban en el poder. Solo que a veces se nos olvida.

Comencemos diciendo que absolutamente todo es una lucha de clases. Y no me refiero al clásico discurso marxista acerca de los medios de producción, sino a este nuevo escenario, donde una clase diferenciada por la edad interpela a los políticos de turno para generar un cambio social, económico y ambiental a través de una revolución.

Chile, en estos momentos, es lo que nosotros vivimos en octubre del 2003. Un hastío de la clase política tradicional y de las desigualdades sociales que nos aquejaron por décadas. Nuestro error no fue transmitirles a esos jóvenes que, tanto campesinos como citadinos, luchamos de la mano para conseguir que Gonzalo Sánchez de Lozada dejara el poder.

También fue nuestro error no haberles transmitido la memoria histórica acerca de lo que era Bolivia antes de Goni: un espacio en el mapa totalmente desconocido para muchos ciudadanos de otros países del mundo. Un país al que muchos políticos lo llamaban “inviable” con manejo de la economía desastroso, donde solo los amigos de logia gobernaban y rotaban en el poder.

Fue también nuestro error no contarles cómo era Venezuela antes de Chávez. Decirles, por ejemplo, que en 1990 casi el 50 por ciento de los venezolanos eran pobres o extremadamente pobres. Lo que viven hoy es una realidad triste, pero era también triste cuando ese país tan rico solo era disfrutado entre pocos, mientras los pobres morían de hambre.

Ecuador, con sus bases gringas repartidas por todo lado, era considerado por los militares estadounidenses un prostíbulo más. Chile había resultado ser no más una carcasa. Que había existido otra realidad más allá de los malls y los edificios altos de Providencia, que hay jóvenes que no van a la universidad porque es carísimo o mamás que mueren en hospitales porque la calidad de la salud pública es un desastre.

Que Chile y Argentina vivieron cruentas dictaduras tanto por Pinochet como por Videla y que hasta hoy se desconoce el paradero de miles de desaparecidos que fueron arrojados al mar con el estómago abierto para terminar de desangrarse en el océano. O casos en los que mujeres fueron violadas por canes entrenados por los agentes de inteligencia. Eso tampoco les hemos contado.

Pero les hemos ido inculcando medias verdades acerca de la historia. Les hemos ido contando lindas historias acerca de la innovación chilena o el progreso argentino; historia de libertad venezolana o de dignidad ecuatoriana. Esquivamos contarles grandes detalles históricos que les han generado un sesgo.

Pero ahora los jóvenes son un gran movimiento y tenemos la responsabilidad de sentarnos con ellos a conversar, en la academia y en nuestros hogares.

Los que ya vamos por los cuarentas nos equivocamos en muchas cosas. Permitimos y dejamos pasar temas que no los enfrentamos en su momento. De alguna manera nos conformamos. Y esos errores son los que ahora los jóvenes están pagando y tratando de cambiar.

Me apena que aún no tengamos a hombres y mujeres líderes de estos movimientos en las palestras de los anunciados cabildos y que sigan apareciendo esos sindicalistas rancios y políticos que lo único de lo que viven es de discursos y de hacer política.

Los jóvenes deben estar representados por otros jóvenes líderes que forman parte de estas protestas. Tenemos la obligación de darles paso y palestra y no invisibilizarlos. Tendemos siempre a minimizarlos y eso también es un error.

No podemos seguir cubriendo con un envoltorio a nuestros jóvenes para que no les pase nada. Debemos decirles la verdad y la verdad completa que se halla en los libros de historia; aunque sea crudo, aunque duela.

Y de paso, también dejemos de transmitirles ese apasionamiento por los caudillos y los héroes. Todos los políticos terminan siendo iguales. De ellos depende dejar de alabarlos y comenzar a exigirles más, sea quien fuere.

Los jóvenes no son el futuro, son el presente. Démosles todas las herramientas para ser analíticos y reflexivos para contar con una generación superior. Insumos, que posiblemente muchos de nosotros no recibimos.

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