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Una de las obras que revolucionó el comercio mundial e impulsó singulares cambios sociales y políticos fue el Canal de Panamá. Por entonces (finales del siglo XIX y principios del XX), se aceleraba el desarrollo tecnológico y, con él, los megaproyectos. Ferdinand Lesseps, el primer impulsor de aquel canal (quien ya había construido el Canal de Suez), empezó a tropezar con un grave problema: las enfermedades tropicales diezmaban a cientos de trabajadores. Se contabilizaron alrededor de 27 mil muertos en toda la construcción. Como es sabido, la solución la trajo un grupo de singulares bolivianos: los médicos naturistas de la región de Charazani, los médicos callahuayas.

Los ejecutivos de aquella obra faraónica, al constatar el fracaso de la medicina oficial europea, apostaron a aquellos hoy célebres terapeutas. La historia oficial más difundida incide especialmente en la cura de la malaria, pero otros investigadores señalan que salvaron vidas combatiendo además varias otras enfermedades. Tras la llegada de los callahuayas, el índice de letalidad cayó aceleradamente. Se calcula que casi 22.000 de las más de 27.000 muertes se produjeron en la primera etapa de la construcción, la mayoría por las enfermedades.

Los saberes callahuayas (especialmente herbolarios, sistematizados y acumulados durante varios siglos) han sorprendido gratamente en el tiempo. Sin embargo, la recopilación de aquellos conocimientos, que bien puede servir a legos como a la medicina más avanzada, ha sido escasa y subvalorada. De hecho, sería bueno saber cuáles han sido los aportes al respecto del Viceministerio de Medicina Tradicional e Interculturalidad en las últimas dos décadas.      

Un país como Bolivia debería destacarse en esta área dadas sus características sociales y geográficas. Y no se trata de ninguna exquisitez o extravagancia. El Estado chileno, de mucha menor diversidad cultural y marcado occidentalismo, marcha a la vanguardia en Sudamérica en esta previsión. Clasificó 104 plantas medicinales de las que se hicieron detallados estudios científicos y, para mayor sorpresa, son utilizadas en todo su sistema de salud.

Sobre estos saberes, Laurent Poulet, un investigador naturalista francés que ha recorrido el mundo, ha destacado los conocimientos de múltiples culturas. En el caso boliviano, así como por los callahuayas, quedó sorprendido por los médicos de Apillapampa, los yuracarés o los sirionós, entre varios otros. Poulet, a lo largo de varias décadas, ha estudiado y clasificado los usos sobre plantas de los diferentes continentes. Señala que ya tiene en sus archivos cerca de 50 mil. Cada una tiene su correspondiente bagaje que va desde lo básico para uso inmediato hasta material apto para investigadores académicos.     

Es un incipiente inventario de las “farmacias” y “despensas” naturales del planeta, vale decir, los bosques. El investigador describe, por ejemplo, cómo ha clasificado, así semejanza de las plantas medicinales, varios otros grupos prácticos. Allí figuran, por ejemplo, plantas que bien podrían servir para restaurar las áreas deforestadas por los incendios, pero con beneficios económicos para campesinos e indígenas. Complementariamente se hallan plantas que resisten al fuego, las cuales bien podrían servir de escudo al bosque renacido.

Eso sólo para citar dos botones sobre múltiples usos y aplicaciones armónicas con la naturaleza, tan despreciados hoy. De hecho, valga la oportunidad para remarcar la ausencia casi absoluta en los discursos y planteamientos de los candidatos presidenciales sobre la preservación del medioambiente. Hechos a los tecnocráticos y prácticos, pecan de un desprecio y una ignorancia soberanos sobre esta materia. Es como si fuesen incapaces de conciliar ambas áreas, a diferencia de lo que pasa en diversas partes del mundo del siglo XXI altamente tecnificadas. Sería bueno que miren a China o India para que, siquiera un poquitito, reaccionen. Eso antes de que promuevan más megaincendios y acaben quemando, mínimamente, su futuro político.       

Porque precisamente, hace algo más de un mes, Paulet lanzó un proyecto que concilia el mundo digital con los saberes de callahuayas, apillapenses, yuracarés, etc. A la cabeza de la Asociación de Plantas de la Amazonía y Latinoamérica, el investigador acordó con la Vicepresidencia del Estado lanzar un novedoso proyecto: una base de datos potenciada con Inteligencia Artificial (IA) para sistematizar y permitir el conocimiento de las plantas medicinales bolivianas. El dispositivo permitirá que, gratuitamente, cualquier persona indague sobre cómo aprovechar o conocer determinadas plantas de uso ancestral. De principio, la base de datos contendrá 200 plantas, pero se proyecta llegar paulatinamente a las mil, es decir, 1.700.000 datos.

Sin duda, un acierto de la Vicepresidencia que, al parecer, andaba muy preocupada de exhibir sus méritos. Tanto que previó invertir 50 mil bolivianos para que un consultor recopile e indague sobre los logros de la actual gestión liderada por David Choquehuanca. Esperemos que en esa lista, por larga que sea, no se ponga en un lugar menor a esta iniciativa. Esperemos que el proyecto sea apuntalado con toda eficiencia hasta noviembre. Y esperemos que las nuevas autoridades, a elegirse en breve, no lo desprecien. Piensen qué hubiese sucedido con el Canal de Panamá si un criterioso francés no hubiera valorado el saber callahuaya, hace algo más de un siglo.      

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