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No importa si haces o no haces, si hablas o no, si opinas o no. Siempre aparecerá alguien con un mensaje de odio tratando de llamar la atención y de refutar tu postura. No solo porque nos vemos rodeados por un sinnúmero de expertos en todo, sino que algunos conocidos, bajo el pretexto de libertad de expresión, creen que pueden trascender ciertas barreras que sobrepasan la cordura y el respeto.

El pasado siglo se caracterizó por tener viva una corriente que buscaba el amor; la generación actual se identifica con el odio. Es posible que nos hayamos vuelto insensibles por muchas razones. La televisión nos bombardeaba con imágenes de guerras y crueles atentados a cualquier hora sin piedad. Con el internet logramos ver masacres en tiempo real y con las redes sociales podemos indignarnos, molestar a otros y demostrar nuestra bronca.

Nuestro día se viene abajo con una noticia que vemos por el celular mientras desayunamos con los chicos. En el camino al trabajo vamos refunfuñando y el resto del día laboral lo pasamos protestando con nuestros colegas que vieron lo mismo. Al llegar la noche, la noticia que habíamos visto en la mañana se compartió miles de veces, en diferentes versiones y formatos y, por si fuera poco, seguimos recibiendo el mismo bombardeo en los grupos de chat de la familia, de los amigos de infancia, etc. Hablamos muy poco con nuestras parejas y nos dormimos odiando a alguien que posiblemente nunca conozcamos en persona. El trabajo está hecho. No hemos disfrutado ni un solo momento de las cosas buenas de la vida.

Está científicamente comprobado que el odio se esparce más rápido y con mayor fuerza que la alegría. Por eso las noticias falsas han hallado un excelente hábitat en amargadas existencias.No solo porque existe gente que comparte lo que cree que es real y termina no siéndolo, sino porque quiere creer que eso es cierto y compartiéndolo cree que daña a alguien en particular, que ni conoce su existencia.

Somos la única especie en este mundo que odia, que genera ira, resentimientos, envidas e intrigas. Hay gente tan mala, como diría mi abuela, que si se muerde la lengua se envenena.

Aunque esto que conocemos como odio ha acompañado de una forma o de otra a la naturaleza humana a lo largo de su historia, lo cierto es que parece que en la actualidad se odia más que antes o quizás de una forma más visible, traspasando la barrera del sentimiento y traduciéndose en una manifestación verbal o física.

Pero el odio también es una reacción de adoctrinamiento. Es un comportamiento inculcado por algún progenitor que se va alimentando poco a poco hasta que el ser asume comportamientos de forma autónoma o con criterio propio que, muchas veces, es igual o peor que el de origen.

En otras palabras, el odio no solo se educa, sino que se transmite: tenemos más gente odiadora porque el odio se va reproduciendo y no le vamos poniendo un alto, como un antibiótico a una bacteria. El odio es una enfermedad de la sociedad.

Ciertamente, la solución no es escaparnos al bosque y volvernos ermitaños para evitar el contagio, sino hallar filtros para lo que queremos oír, ver y recibir, y también preparar a nuestros hijos a dar mucho más de lo que se podría esperar. En estos tan extraños tiempos no vamos a poder encontrar racionalidad. Es muy fácil odiar en estos tiempos, pero como diría la frase popular: "Odiar es para flojitos, la gente fuerte ama y ama un montón".

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