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Érase una vez un Coloso en Bolivia. Un gigante que se alimentaba de las esperanzas y anhelos de su gente. Pero ahora asistimos pasmados a ver cómo se desmorona. El Coloso, con asombro, se desmorona.

Y a sus sumos sacerdotes, todo se les desmorona. Si alguna vez tuvieron una base, una estructura en la qué apoyarse y construir su imperio, todo se les desmorona. Asistimos al hundimiento de una torre enclenque, de un gigante que alguna vez se creyó sólido, pero que nunca lo fue plenamente.

No lo fue, no lo es, ni lo será, porque es un coloso que aunque se construya con los millones de los minerales e hidrocarburos de Bolivia, tiene los pies de barro. Un Estado que aunque su Rey entronizado lo sueñe eterno, se puede desmoronar fácilmente. Ese ídolo se llama Estado plurinacional, un esperanzador nombre, pero que esconde una despótica realidad.

El Coloso se erigió hablando a nombre de los indígenas, de los pobres, de los excluidos, de los desposeídos, y ese gesto lo valoró el mundo entero. Pero solo fue un recurso de poder: a pesar de los logros conseguidos cuando fue erigido, escondía una verdad sórdida: a nombre de los pobres, pocos acumularon riquezas. A nombre de la democracia, se profundizó el autoritarismo. A nombre del pueblo, se concentró el poder en un solo individuo, que terminó siendo el equivalente de un faraón, un rey absoluto y cortesano, un zar, un emperador despótico como nunca se vio en la historia de Bolivia.

Que los indígenas de Bolivia merecen un alto respeto, como todos los pueblos antiguos del mundo, nadie lo duda. Que sus derechos deben ser garantizados, nadie lo duda. Pero que a nombre de esa dignidad se cometan actos indignos, eso corroe los pies de barro del Coloso. Que a nombre de un poder se vulneren sus derechos, eso destroza el rostro del Coloso. Grano a grano, el Estado se desmorona por su propia y continuada sucesión de desmanes y despropósitos. Se corroe por dentro. Se desmorona.  Es corrupto, podrido, en el verdadero sentido de la palabra: se corrompe como lo hacen los cadáveres.

Los argumentos de los sumos sacerdotes del Coloso se volvieron cada vez más patéticos. Que las manifestaciones en su contra están dirigidas por una derecha fantasmal, por el imperialismo, por un plan internacional que se aplica como receta en todos los países, bla, bla, bla. Pero sus dictámenes se derrumban pedazo a pedazo, porque nadie les cree. Tantos años de la misma cantilena, que son solo palabras huecas, gastadas, insulsas, lastimeras. Los que salen a las calles lo hacen por su propia consciencia, por su propia voluntad ciudadana. Pero como no lo quieren aceptar, se desmoronan más. Tratan de mentir y se desmoronan.

El Coloso que una vez fue esperanza de los bolivianos, ya no lo es más, y muestra, debajo de su desmoronada careta de oro y plata, su corazón hueco, su estructura carcomida, sus fatuas hilachas y sus ruinosas ideas. Se desmorona por dentro, se carcome porque sus adoradores están carcomidos de vanidad, de soberbia, de envanecimiento, de pura codicia. Se desintegra, se desmorona, y nadie lo salva.

El Coloso quiso controlarlo todo. Quiso súbditos, soldados, siervos, fanáticos, acérrimos. Disciplinar, ordenar, castigar. Quiso legiones de militantes, milicianos y militares, porque su idea de la sociedad feliz era un mundo jerárquico y de debida obediencia al jefe, al caudillo, al cacique. Prometiendo mundos del futuro, construía un Imperio anticuado de corporaciones, gremios y cuarteles, un imperio de creencias enardecidas, de mentiras, odios y miedos arbitrarios.  Masas de adoradores, que a los pies del Emperador coronado, debían rendir todo tipo de pleitesías y de serviles humillaciones. Pero todo se desmorona en la Tierra, todo es polvo.

El Coloso dice estar enmarcado en la Constitución, pero la viola. En la democracia, pero la irrespeta. En el pueblo, pero lo amenaza. En el socialismo, pero apoya el peor de los capitalismos: el depredador de la naturaleza.

El Coloso dice que apoya los derechos humanos, pero los considera un obstáculo para imponer sus abusos. El Coloso dice proteger a los trabajadores, pero esclaviza a sus propios empleados públicos. El Coloso dice descolonizar, pero se aferra con todas sus garras en los cimientos más profundos de la sociedad colonial. El Coloso, por lo tanto, miente. Es un ídolo con pies de greda.

El Coloso se desmorona porque aquellos que pretendió someter eternamente, se alzaron delante de él y dejaron de tenerle miedo. Se dieron cuenta de que habían estado sometidos a sus designios delirantes, y que si se unían, nadie los vencería. Se fueron encontrando en calles y esquinas, en plazas, en avenidas, despertando de un letargo montado gracias a amenazas, castigos y premios, pero también a su indiferencia. Despertaron. Vieron que el Coloso tenía los pies de barro, los pies de arena. Despertaron.

Y se dieron cuenta de que ellos todos eran un Coloso aún mayor; pero que sus pies no eran de barro: eran de sueños, de justicias, de derechos humanos, de equidades, de arte, de libertad, de méritos personales, de cuidado a la naturaleza, de amor, de tolerancia. Despertaron. Y uno a uno, empezaron a derribar al Coloso, porque despertaron.  

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4 Comentarios

  1. Me gustó mucho

    1. Gracias Silvia. Si te gustó el artículo, no dejes de visitar Guardiana. Es un medio pequeño que solo busca la defensa de los derechos humanos de la ciudadanía.

  2. Bellísimo! Me emocionó hasta las lágrimas.

    1. Gracias Karim. Si te gustó el artículo, no dejes de visitar Guardiana. Es un medio pequeño que solo busca la defensa de los derechos humanos de la ciudadanía.

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